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De mar a mar
Columna
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Las premoniciones del juez Moro

En su ensayo de 2004, Moro sostuvo que la lucha contra la corrupción en Italia se vio facilitada por la pérdida de legitimidad del sistema político. Y agregó: las investigaciones aumentaron ese déficit.

Carlos Pagni

En septiembre de 2004, el juez Sérgio Moro, que lidera en Brasil la investigación Lava Jato, escribió un artículo premonitorio. En la revista del Centro de Estudos Judiciários, analizó el proceso Mani Pulite, que había hecho estallar en Italia un sistema político minado por la corrupción. En ese texto, Moro detecta una tendencia: cuanto más alta es la jerarquía de un funcionario judicial, más expuesto está a la influencia de la política.

Moro fue premonitorio. Hace casi 14 años no podía prever que él sería el agente principal de una saga similar a la italiana en la que se cumpliría su teorema. El jueves pasado, el Superior Tribunal Federal (STF) brasileño otorgó una protección a Luiz Inácio Lula da Silva: hasta el 4 de abril, ningún tribunal podrá mandarlo a prisión. Ese día los máximos jueces del país resolverán si conceden a Lula un hábeas corpus para que siga en libertad hasta que se resuelva su inocencia o culpabilidad en última instancia. Eso ocurriría en octubre. Cuando se estén celebrando las elecciones presidenciales. Se discute si recibió o no un tríplex en el balneario de Guarujá como soborno para facilitar contratos con Petrobras. Lula ya fue condenado en segunda instancia a 12 años de prisión.

La decisión del STF es estratégica. Si bien el expresidente no podrá postularse porque la ley electoral excluye a los que han sido sancionados como él, podría seguir participando de la campaña electoral. Una de las consecuencias de que Lula intervenga en la disputa proselitista se pudo verificar el fin de semana pasado. El sábado, durante un acto en Chapecó, los enfrentamientos entre simpatizantes y detractores del líder del PT obligaron a intervenir a la policía. El domingo debieron cubrirlo con paraguas para que no le alcancen los huevazos. Lula advirtió: “Vamos a dar una paliza si no nos respetan. No queremos pelea, pero no vamos a huir de ella”. La carrera promete enrarecerse.

Con su activismo, Lula se propone un objetivo menos humillante. Como exhibe en las encuestas alrededor del 30% de intención de voto, estaría en mejores condiciones para apadrinar a un candidato. Y, por lo tanto, para condicionar el juego político futuro. Por supuesto, él esgrime otro motivo: defender su honestidad.

Así como Lula influye en la oferta política de la izquierda, sobre todo porque la demora, Michel Temer enreda las estrategia oficialista. El presidente blanqueó su candidatura a la reelección el viernes pasado. Cuando reemplazó a Dilma Rousseff, con tal de obtener aliados, había prometido no postularse. Ahora su gobernabilidad depende de que se postule, aunque no supere el 6% de popularidad. Al intervenir en la campaña, Temer intentar influir en su sucesión. Puede hacerlo de dos modos. Con el poder que otorga la conducción del Estado. Y con el arma letal de su propio desprestigio. Un problema para el socialdemócrata Geraldo Alckmin, el principal aspirante del centro, que necesita del apoyo del MDB, el partido del presidente.

Lula y Temer tienen una razón inconfesable para persistir en la batalla electoral. El temor por su destino judicial. La puja por el poder amenaza con abortar la regeneración que prometía Lava Jato. La opinión pública ya lo percibe de ese modo. La protección que consiguió el líder del PT fue leída como una señal de impunidad.

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Las dificultades del sistema político brasileño para renovarse tienen un beneficiario directo: el ultraderechista Jair Bolsonaro. Este diputado y ex militar de rasgos fascistoides, se ofrece como el ángel exterminador en un país minado por la corrupción. Bolsonaro tiene muchas dificultades para triunfar. Pero cuenta con una ventaja inestimable. Sus rivales están montando un escenario para él.

Alguien perspicaz, como el publicista Nizan Guanaes, encendió una alarma hace dos semanas. En declaraciones a Folha de São Paulo, pronosticó que Bolsonaro puede ganar la elección, porque es un analgésico para la irritación que exhibe la población. Guanaes relativizó la objeción más habitual al eventual éxito del candidato, como es la carencia de minutos que el Estado asigna en la TV: “Él tiene presencia digital, por eso en un Estado como Acre cuenta con 34% de popularidad”.

En su ensayo de 2004, Moro sostuvo que la lucha contra la corrupción en Italia se vio facilitada por la pérdida de legitimidad del sistema político. Y agregó: las investigaciones aumentaron ese déficit. El remedio, apuntó el futuro juez, fue ineficaz: el ascenso de Silvio Berlusconi. En octubre se sabrá si esta advertencia fue también premonitoria.

 

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