Nubes sobre la luna de miel entre el heredero saudí y Trump
Bajo la aparente sintonía, la agresiva política exterior del príncipe Mohamed Bin Salmán dificulta la estrategia de EE UU en el Golfo
Mohamed Bin Salmán (MBS) inicia este martes su primer viaje a Estados Unidos como heredero de Arabia Saudí con una visita a la Casa Blanca. Semejante trato, dado que el príncipe no es jefe de Estado ni de Gobierno, reconoce su peso como verdadero hombre fuerte del Reino del Desierto; también la sintonía de MBS, como se le denomina popularmente, con el presidente Donald Trump, en especial, su común desconfianza hacia Irán. El futuro rey, que también va a entrevistarse con ejecutivos de Wall Street y magnates de Silicon Valley, busca afianzar su imagen de modernizador y atraer inversiones para sus reformas. Sin embargo, el aplauso que suscitan los cambios económicos y sociales que está impulsando no alcanza a su agresiva política exterior y sus ambiciones nucleares.
Para empezar, existe un creciente malestar con la guerra que el propio MBS, en tanto que ministro de Defensa, lanzó en Yemen hace tres años y que ha destruido ese país. El Senado tiene pendiente votar un proyecto de ley para poner fin al apoyo que el Ejército norteamericano presta a la coalición liderada por Riad (reabastecimiento en vuelo y señalización de objetivos), a no ser que el Congreso lo autorice. A pesar de la ausencia de resultados, los portavoces saudíes siguen defendiendo esa intervención por la necesidad de frenar el expansionismo de Irán.
El recelo común hacia ese país es lo que MBS va a tratar de explotar en su cita con Trump. El ministro saudí de Exteriores, Adel al Jubeir, un hombre de confianza del heredero, ha dejado claro que el reino va a insistir en una “política más dura hacia Irán”. Mientras, la prensa emiratí se ha encargado de adelantar la creación de un comité trilateral EE UU-Arabia Saudí-Emiratos para “reforzar la coordinación frente al comportamiento desestabilizador de Irán”. Pero incluso tras la destitución de Rex Tillerson como secretario de Estado —muy aplaudida tanto en Riad como en Abu Dhabi)— hay voces dentro de la Administración estadounidense que consideran que no es posible enfrentarse a Teherán con las monarquías árabes del Golfo divididas.
A pesar del inicial respaldo tuitero de Trump al bloqueo que saudíes y emiratíes impusieron a Qatar el año pasado, Washington ha intentado mediar entre ellos y tenía previsto celebrar una cumbre con los seis miembros del Consejo de Cooperación del Golfo el próximo mayo. Sin embargo, los instigadores no muestran interés y los saudíes ya han dado a entender que no asistirían a una cita en la que esté presente su denostado vecino. “Qatar es irrelevante”, ha llegado a decir Al Jubeir durante una reunión con periodistas, previa a la visita de MBS.
También las ambiciones nucleares del heredero suscitan recelos. Riad quiere acelerar su programa civil de energía nuclear (16 reactores en los próximos 20 años con un coste de 80.000 millones de euros), pero para contar con el visto bueno de EE UU (y hacer posible que una empresa estadounidense pueda competir por el jugoso contrato), tiene que renunciar a enriquecer uranio, un proceso que también permite desarrollar armas atómicas. Aunque el programa que Riad aprobó la semana pasada insistía en su uso pacífico, MBS ha dejado claro que no van a aceptar términos más restrictivos que los logrados por Irán y que si este país desarrolla una bomba nuclear, “Arabia Saudí hará lo mismo tan pronto como pueda”. Un comité de la Cámara de Representantes tiene previsto revisar el miércoles las implicaciones de un eventual acuerdo de cooperación nuclear con el reino.
Finalmente, MBS, que va a viajar a seis estados durante casi tres semanas, espera lograr importantes inversiones para su ambicioso plan de reformas económicas. Sin embargo, el reclamo más atractivo, la oferta pública de un 5% de Aramco, la petrolera nacional, no sólo va a retrasarse hasta el año que viene, sino que despierta importantes dudas entre los potenciales compradores estadounidenses.
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