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Elecciones Italia
Perfil
Texto con interpretación sobre una persona, que incluye declaraciones

Un camaleón perfumado

Luigi di Maio es la edulcorada contrafigura de Beppe Grillo en el camino de normalización del M5S

El líder del Movimiento 5 Estrellas, Luigi Di Maio, este viernes 2 de marzo.
El líder del Movimiento 5 Estrellas, Luigi Di Maio, este viernes 2 de marzo.ALBERTO PIZZOLI (AFP)

No cabe mayor contraste entre Beppe Grillo y su “adolescente” heredero. La mejor forma de definir a Luigi di Maio (Avellino,1986) consiste en las diferencias que colisionan con la megalomanía de su mentor, a medida de una perfecta contrafigura. Otra generación, otra época, otra mentalidad y otra ideología. El antisistema y el sistema. El caos y el orden. La ferocidad y la mesura. La ruptura y la costura. El norte y el sur. El populismo y el posibilismo.

El Movimiento 5 Estrellas (M5S) podía haber desaparecido en ausencia de sus patriarcas —la muerte de Gianroberto Casaleggio, la retirada de Grillo—, pero ha sobrevivido por el camino de la normalidad y de la normalización, hasta el extremo de que Luigi di Maio viste tan elegante como una señoría de Forza Italia y piensa como un antiguo democristiano. Frecuenta a los obispos. Y se jacta de tanto escrúpulo institucional como de un irreconocible fervor europeísta.

Conviene recordar que Grillo abjuraba de la UE y del euro. Y que había encontrado en Vladimir Putin un aliado al sabotaje comunitario, pero Di Maio se ha propuesto dotar al M5S de una arquitectura política homologable. No ya aprovechando la coyuntura la efebocracia y la ambigüedad programática, sino añadiendo al valor absoluto de la juventud su propia honestidad y hasta su trayectoria vulgar. No pudo terminar los estudios universitarios —en realidad, casi no los empezó— y se pluriempleó como camarero, obrero, voluntario de seguridad en el estadio del Nápoles, webmaster y publicista. Un cursus honorum desprovisto de épica. Un joven cualquiera.

Y un político, precoz, prematuro, hasta el extremo de que sus compañeros de clase en el colegio de Pomigliano d’Arco evocan estos días de reconstrucción biográfica su protagonismo militante en las aulas. Su madre era profesora de latín. Y su padre, empresario de la construcción, simpatizaba con la extrema derecha del Movimiento Social Italiano y de Alianza Nacional, llegando a desempeñar actividades políticas en el deprimido hábitat doméstico.

Deprimido quiere decir que Di Maio proviene de la Italia meridional, sobrexpuesta a la Camorra y al desempleo juvenil. Y sensible más que otras regiones al mesianismo de los nuevos fenómenos. Beppe Grillo lo conmovió en un mitin. Lo estimuló a suscribir el movimiento en 2007, pero el trance crucial del flechazo se produjo tres años después, cuando el humorista genovés pudo conocer personalmente a su futuro heredero en la localidad de Pomigliano.

La alianza predispuso la candidatura de Luigi di Maio a los comicios legislativos de 2013. Se convertía en el diputado más joven de la historia de la República italiana, aunque su verdadera victoria consistió en acceder a la vicepresidencia de la Cámara de los Diputados. Disponía de gabinete, equipo, aparato, púrpura. Y llevaba al paroxismo su posición de favorito. Porque estaba en el círculo más estrecho de Grillo. Y porque formaba parte del triunvirato al que se le consentía hablar en los medios de comunicación, de tal forma que Luigi di Maio pudo construir su estrategia y su reputación, matizando a su antojo las extravagancias del líder supremo.

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Se explica así la escasísima emoción que alojaron las primarias. No se movilizaron demasiados militantes, pero Di Maio acumuló 30.000 de las 37.000 papeletas y fue ungido como cabeza de lista del Movimiento. Una apuesta amparada por Grillo y “legitimada” en las encuestas, hasta el punto de que las últimas publicadas le otorgaban la victoria con un 29% de expectativa.

Tendría mérito porque el M5S habría sobrevivido entonces a la ausencia del histrión genovés y al deterioro de la reputación del propio partido. No ya por la gestión nefasta de algunas ciudades, Roma entre ellas, sino por los escándalos relacionados con la remuneración, el hermetismo y la corrupción de algunos exponentes. Di Maio acude a reconstruir la virginidad. Y lo hace consciente de que su edad y su habilidad predisponen la holgura de una carrera de fondo.

El cargo de primer ministro no es una emergencia en la madrugada del 4 de marzo. Ni tampoco una posibilidad, fundamentalmente porque la doctrina del M5S abjura de los pactos con otros partidos. Y no se antoja verosímil una mayoría absoluta. Para propulsarla necesitaría cruzar el umbral de 40% —el porcentaje que habilita la formación de Gobierno— pero es cierto que el nuevo “golden boy” de la política italiana ha demostrado cierta flexibilidad y hasta cierto escepticismo con los dogmas que han acunado el Movimiento. Lo demuestra la mutación hacia “partido de orden”, la insólita reivindicación de la democracia representativa y la volatilidad de la ideología. Di Maio es un camaleón. Se adapta al hábitat y a los humores de la sociedad. Exige contundencia a la inmigración. Promete empleo a los jóvenes. Suaviza el estatalismo de Grillo. Y aspira a convertirse en el policía que quiso ser de niño, porque los camorristas le robaban la bicicleta.

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