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Una ratonera para civiles en la zona kurda de Siria

Los bombardeos turcos en Afrin han provocado la muerte de al menos 68 civiles, casi un tercio de ellos niños, y el desplazamiento de 15.000 personas

Andrés Mourenza

Rania se debate entre el temor y la rabia. Miedo al rugido de los cazas sobre su cabeza, al bramar sordo de la artillería. Enfado contra la comunidad internacional, en silencio, dice, ante el ataque que sufren ella y los suyos, los kurdos de Afrin, cantón que es objetivo de una ofensiva de las Fuerzas Armadas de Turquía junto a combatientes del Ejército Libre Sirio (ELS) y facciones islamistas. Una operación, asegura el Gobierno de Ankara, destinada a liberar Afrin de “organizaciones terroristas” como las YPG, la milicia kurda que domina esta esquina noroccidental de Siria. Pero que golpea duramente a los civiles: del saldo de más de 300 muertos que acumulan los primeros 18 días de combates, uno de cada cuatro es un civil, según el recuento del Observatorio Sirio para los Derechos Humanos. De ellos, 47 adultos y 21 menores de edad han perecido bajo el fuego de la aviación y la artillería turcas, que ha dejado heridas, en muchos casos de gravedad, a otras 185 personas. También cinco civiles han muerto y otros 73 han resultado heridos del lado turco de la frontera víctimas del más de medio centenar de cohetes lanzados desde Afrin por las YPG.

Rebeldes sirios apoyados por Turquía observan la nube de humo dejada por un disparo de artillería en un monte junto a la aldea de Al Amud, al norte de Azaz (Siria).
Rebeldes sirios apoyados por Turquía observan la nube de humo dejada por un disparo de artillería en un monte junto a la aldea de Al Amud, al norte de Azaz (Siria).SALEH ABO GHALOUN (AFP)

Rania, oriunda de la localidad de Jindires (de 13.000 habitantes) habla desde una aldea en las montañas, a la que ha escapado huyendo de los bombardeos turcos. “Cuando comenzó la ofensiva turca, la gente estaba convencida de que no atacarían Jindires, porque ahí, dentro de la ciudad, sólo hay civiles. Turquía ya había atacado Afrin antes, pero la mayoría de bombardeos habían sido en la frontera y contra posiciones de las YPG. Así que cuando comenzaron a bombardear en la ciudad, la gente entró en pánico, se refugió en los sótanos. Nadie se atrevió a salir en varios días”, relata por teléfono a EL PAÍS esta maestra kurda de 38 años. Pero los sótanos tampoco eran seguros. Imágenes que han trascendido de Jindires muestran varios edificios de viviendas completamente destruidos: “Un obús alcanzó durante la noche la casa de mi familia y, por la mañana, cuando mi tío trataba de arreglarla, otro proyectil cayó cerca. Así que decidimos escapar a casa de mi tía en las montañas”.

Las fuerzas turcas y sus aliados han conquistado varias estratégicas colinas de Afrin y una veintena de pueblos y aldeas, el más importante de los cuales es Bulbul, de 1.700 habitantes. En total, cerca del 5% del territorio del cantón, que tiene una extensión similar a la de la provincia de Bikzaia. De las localidades tomadas han llegado imágenes nada halagüeñas, por ejemplo de unos milicianos de aspecto salafista destruyendo una licorería al tiempo que llaman “cerdos” a los miembros de las YPG o de miembros del ELS posando con un cadáver mutilado de una combatiente kurda.

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“No tenemos ningún problema con los kurdos de Siria. La lucha de Turquía no es contra los kurdos sino contra organizaciones terroristas armadas. Nuestra intención no es quedarnos con ningún territorio”, dijo recientemente el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, en una entrevista con el diario italiano La Stampa en la que negó las acusaciones de que su país tenga por objetivo los civiles. “No hemos dañado a ningún civil”, sostuvo el ministro turco de Defensa, Nurettin Canikli, en una comparecencia.

Sin embargo, Haydar, un empleado médico de Afrin ha compartido con este periodista imágenes de niños heridos por metralla, ancianas con las extremidades arrancadas por explosiones, hombres y mujeres con manos y pies ensangrentados. “Es el resultado de la aviación turca”, asegura. Son casos recibidos a diario por los hospitales de Afrin que coinciden con las descripciones hechas por el corresponsal de la agencia AFP, uno de los pocos medios independientes con presencia en el cantón. La situación en los centros sanitarios es dramática. “Hay heridas terribles; algunos han perdido su pie o su mano. Los aviones del ocupante turco están bombardeando directamente sobre los civiles”, denunció el doctor Jwan Mohammed, del hospital Avrin, en una rueda de prensa la semana pasada: “A los heridos leves les damos el alta inmediatamente para hacer espacio. Tenemos a 76 civiles en cuidados intensivos, 17 de ellos niños”.

Según la Agencia de la ONU para la Coordinación de Asuntos Humanitarios (UNOCHA), “se ha cortado la distribución de agua corriente, y los civiles en la ciudad de Afrin dependen de camiones cisterna”. Por ello y por la escasez de combustible para el transporte, el precio del agua se ha duplicado. “Nos enfrentamos a una crisis humanitaria. Estamos gravemente preocupados por los civiles en zonas más remotas, en las que falla el acceso sanitario, a alimentos, agua y electricidad”, afirma en un comunicado la Media Luna Roja Kurda, organización no miembro del Comité Internacional de la Cruz Roja pero que coordina los trabajos de rescate, por ejemplo, de aquellos atrapados entre los escombros de edificios bombardeados.

Rania y los suyos escaparon a una aldea de montaña. “Yo soy una de las afortunadas. Aunque en casa de mi tía estamos viviendo 38 personas, al menos tenemos un techo. Hay cientos de personas refugiados en tiendas y cuevas pese al frío [el mercurio baja de los cinco grados por las noches]”, explica. En ocasiones, cuando las bombas caen cerca, a ellos también les toca buscar el abrigo de las cuevas: “La noche del 30 de enero, los cazas rugían en el cielo y tuvimos que irnos. Mi madre tiene más de 60 años, yo la tomaba del brazo y le hacía caminar rápido, pero a ella le costaba respirar, estaba muerta de miedo”, cuenta la maestra: “Los bombardeos ocurren generalmente por la noche. Imagina el pánico. No hay electricidad, no se ve nada y no sabes qué está ocurriendo exactamente. Te preguntas si habrán golpeado la casa de un familiar o un amigo, o la tuya propia”.

La familia de Rania es uno de los rostros de los desplazados por la ofensiva turca, que la UNOCHA cifra en 15.000. La mayoría se ha quedado dentro del cantón, bien por su propia voluntad bien porque “las autoridades locales de Afrin continúan impidiendo las salidas”, asegura UNOCHA. Tan sólo 380 familias han logrado escapar hasta Alepo, pero para ello han tenido que “pagar mucho dinero” en sobornos, asegura una fuente local.

“Lo que más duele es que Turquía y sus bárbaros aliados islamistas intenten convencer al mundo de que nos quieren liberar a nosotros, los kurdos, de las YPG”, critica Rania, a la que le molesta especialmente el lema con el que Ankara ha bautizado su operación militar, Rama de Olivo: “La economía de Afrin depende de nuestros olivares. Los olivos aquí son queridos más allá de lo que uno pueda imaginar, así que, con ese nombre, Turquía nos quiere escupir de todas las formas habidas y por haber”.

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