Embutido con menos carne y naranjada ‘de segunda’ para Europa del este
Los Gobiernos de Hungría, Eslovaquia o República Checa denuncian que algunas multinacionales les mandan productos de peor calidad que a sus vecinos del oeste
La señora Irén va a la compra casi cada día. No es solo por el paseo que, a sus 81 años y medio, agradece. Tampoco por la charla con sus vecinas o el té de frutas del bosque y el pastel que se toma, religiosamente, en una de las cafeterías del bullicioso mercado de la calle Fény, al oeste de Budapest, entre puestos de verduras y ultramarinos. Esta ingeniera nuclear jubilada prefiere visitar las tiendas a diario. Se ciñe a un listado muy concreto de productos y revela lo que parece un secreto: “Mi marido y yo no nos fiamos de cualquier marca, sobre todo de las extranjeras. ¿Sabe que algunas mandan a Hungría alimentos de peor calidad que los que venden en otros sitios?”.
Durante años, en Hungría y el resto de países del bloque del Este —que iniciaron su adhesión a la UE en 2004— ha circulado la leyenda urbana que recita de carrerilla la primorosa señora Irén: que las multinacionales comercializan allí productos de calidad inferior a los que disfrutan sus vecinos alemanes o austriacos. Hace unos meses, esos Gobiernos denunciaron que sus ciudadanos estaban siendo discriminados y decidieron probarlo con análisis a decenas de artículos. Las autoridades húngaras hallaron pizza con menos queso que el mismo producto de esa marca que se encuentra en Austria o Alemania. En Eslovaquia, galletas de mantequilla que en realidad llevan aceite de Palma. En Eslovenia, jamón con menos cerdo que el de los vecinos del Oeste. En Rumania o Bulgaria, Fanta o Cocacola endulzada con sirope de maíz en lugar de azúcar.
Diferencias que, según la industria, nada tienen que ver con la calidad pero que han desatado las dudas de si ocurre lo mismo en otros lugares de la Unión. ¿Ocurre lo mismo en los países del Sur? ¿Existen europeos de primera y de segunda en términos de consumo? El asunto ha encolerizado a muchos ciudadanos del Este.
Como a István Rados, que con su boina calada espera al tranvía número 14 para ir al trabajo, en un concesionario de coches a las afueras de la capital: “Es una vergüenza. Nos tratan como al vecino pobre al que le vale todo”. Como Rados, de 61 años, el 70% de los húngaros afirma que ha notado diferencias en el sabor productos del Este y el Oeste, según una encuesta lanzada hace unos meses por las autoridades.
“No son pocas las multinacionales que venden género de peor calidad en Europa del este reduciendo, por ejemplo, el contenido de frutas, carnes o verduras; añadiendo más sal, grasas y azúcares”, afirma el secretario de Estado de Alimentación, Robert Zsigo. "Hay un doble estándar. Y eso no implica además que, proporcionalmente, estos productos sean más baratos aquí”, afirma tajante en su despacho de uno esos palacios que adornan las orillas del Danubio.
El responsable alimentario no menciona, eso sí, que Hungría (9,8 millones de habitantes y con un salario mínimo que no llega a 750 euros al mes) tiene uno de los impuestos sobre los productos de consumo más altos del mundo, un 27% (en España por ejemplo es un 21% aunque en muchos alimentos es un 10% o un 4%). Y eso puede repercutir no sólo en el bolsillo de consumidor; también en que para obtener el mismo beneficio que en otros países los fabricantes alteren el producto.
La perenne brecha entre los socios del Este y del Oeste de la UE parece afectar también a una de las cosas más básicas y sensibles: el estómago. Pero la nueva vieja polémica de que el chocolate o el café son mejores en Austria o Alemania, afirman algunos, está sirviendo para azuzar todavía más los discursos nacionalistas de Gobiernos como el húngaro —populista y cada vez más conservador y eurófobo—, que no han dudado en explotar a fondo el argumento de la discriminación.
“Es una vergüenza. Nos tratan como al vecino pobre al que le vale todo”, afirma un consumidor
Esta es, por ejemplo, la opinión de la industria. “En Hungría, por nuestra historia, estamos acostumbrados a tener miedo de cualquiera y de cualquier cosa. Y el Ejecutivo frecuentemente juega con esa sensación de angustia y de inferioridad. Está haciendo un uso político del asunto”, considera Réka Szőllősi, directora de la patronal alimentaria (ÉFOSZ), que se queja amargamente de que el Gobierno de Víktor Orbán (Fidesz) no quiera debatir el tema.
La industria afirma que los análisis de las autoridades alimentarias son poco científicos y reclaman test estandarizados para toda la UE. “Somos los primeros interesados en que, si se hallan diferencias que supongan mala praxis estás se señalen y se castiguen. Pero las divergencias que han comentado se deben a una serie de factores, como que los fabricantes promueven el uso de materias primas locales o que en en ocasiones se cambia la receta para adaptarla al gusto del consumidor de cada país”, asegura Reza Szőllősi. “Un ejemplo, los húngaros tienen un gusto muy conservador, así que aquí no hay yogures con sabores exóticos que sí pueden comprarse en lugares como España”, abunda.
Al Gobierno húngaro la explicación de la patronal alimentaria le parece ridícula. “Hemos localizado palitos de merluza con mucho menos pescado que en Austria o Alemania. ¿Es que acaso a los húngaros nos gusta más el pan que el pescado o el aceite de palma en vez de la mantequilla?, ironiza el secretario de Estado Zsigo. “Los consumidores de Hungría no son tontos”, zanja.
En casi cada casa húngara —al igual que en todos los antiguos países satélite de la URSS— pueden sacar a colación un caso de esa desigualdad. Aunque el ejemplo estrella es la Nutella. En un barrio al norte de la capital húngara, donde EL PAIS ha viajado con el proyecto Europa Ciudadana, financiado por el Parlamento Europeo, Gábor Kovacs prepara la cena para sus dos hijos pequeños. Abre el frigorífico plateado último modelo y muestra que contiene sobre todo alimentos frescos y lácteos. “Intentamos evitar los alimentos procesados, aunque a veces hacemos algunas concesiones. Como con la Nutella, que a los críos les encanta. Y es indiscutible que la austriaca sabe mejor”, dice con una sonrisa este arquitecto de 39 años.
Pero si tiene el mismo nombre, embalaje idéntico y la misma marca, el contenido debería ser el mismo. Lo contrario puede considerarse competencia desleal, recalca la eurodiputada sueca Anna Maria Coraza-Bilt, vicepresidenta de la Comisión de Mercado interior y Protección del Consumidor (IMCO). “Todos los consumidores en Europa deben disfrutar de comida buena y sana, sin discriminación”, reclama.
“El Gobierno está utilizando políticamente el tema”, afirma la portavoz de la industria alimentaria
Hungría ha propuesto a la Comisión Europea que lance una directiva para obligar a las empresas a reconocer en el etiquetado ese doble estándar. Y que sea el consumidor quien decida si acepta el trato. Bruselas, que no quiere tener otro frente abierto con los cada vez más beligerantes y unidos países del Este, se ha comprometido a estudiar a fondo el asunto. “Debemos ayudar a las autoridades nacionales a que terminen con esta práctica ilegal. No puede haber consumidores de primera y de segunda en Europa”, reclamó a finales de septiembre el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker. La UE, de momento, ha dispuesto un paquete de un millón de euros en ayudas para que los países afectados lleven a cabo análisis estandarizados.
A la comisaría responsable de Consumo, la checa Vera Jourová, no le gusta la solución del doble etiquetado. Está segura de que existe un doble rasero con los ciudadanos del Este y exige a las empresas que dejen de practicarlo: “Si eso no se corrige, no dudaré en recomendar a los consumidores que no adquieran estos productos”.
Algunas empresas no han reconocido literalmente mala práxis, pero sí han anunciado algunos cambios en sus productos. Como el fabricante alemán Bahlsen, que ofrecerá también en el Este galletas Pick up! con mantequilla; la empresa HiPP, que ha anunciado que mejorará las recetas de sus papillas para Croacia, que hasta ahora incluían menos verduras. Otros, como la germana Dr Oetcker se han limitado a cambiar el etiquetado o el embalaje. En la pizza Hawaii vendida en el Este, que tiene menos piña, jamón y mozzarella que en su versión austriaca, han puesto una etiqueta que reza “edición especial”.
Las autoridades húngaras afirman que, desde que estalló la polémica y se “probó” el doble estándar, se ha incrementado el número de ciudadanos que cruza la frontera para hacer la compra. Como los vecinos de Sopron, una coqueta ciudad a solo una veintena de kilómetros de Austria, donde no son pocos los que prefieren darse un salto a los supermercados austriacos. “Sobre todo para los productos industriales”, afirma Katalin Horvath, administrativa en una clínica. También detergentes o ciertos productos de higiene, señala Sarolta Molnar. “Hay que echar más cantidad del limpiador comprado en Hungría para lograr el mismo efecto”, afirma.
Molnar es profesora de Derecho en una universidad de Budapest y estudió un año en España. Cree que los tiempos en que los nuevos europeos aceptaban artículos de peor calidad porque no habían conocido otra cosa quedaron atrás: “En el comunismo no tenías opciones, podías comprar dos tipos de producto y no había elección, así que la gente no pensaba a fondo en si había algo mejor. Ahora que la gente viaja más y conocen más variedad, se dan cuenta de que hay diferencias. También de que no son justas”.
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Europa Ciudadana: Productos 'de segunda' para Europa del Este¿Tiene en Europa del Este el embutido menos carne y los yogures menos fruta? Analizamos si en la Unión Europea hay ciudadanos de primera y de segunda en términos de consumo. Es nuestro último programa de Europa Ciudadana de 2017, con la colaboración del Parlamento Europeo (European Parliament) https://goo.gl/JgFPsK Un reportaje de María Sahuquillo #YosoyEuropa
Gepostet von El País am Freitag, 29. Dezember 2017