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ELECCIONES PRESIDENCIALES EN CHILE
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

La noche del centroizquierda

El centroizquierda chileno se prepara para ingresar en “una larga noche”, con el peso de un Gobierno que ha sido vivido como un fracaso

La destrucción del centroizquierda chileno puede haberse incubado en los 20 años en que gobernó bajo el nombre de Concertación, pero se precipitó al reformularse como Nueva Mayoría, para dar sustento al segundo cuatrienio de Michelle Bachelet. Los nombres expresan la vocación de cada momento: acuerdos en el primer caso, hegemonía en el segundo.

La Concertación fue la coalición más exitosa de la historia de Chile. Cualesquiera sean los parámetros que se utilice, los chilenos progresaron en 20 años, de 1990 al 2010, más que todos sus vecinos de América Latina, con baja conflictividad, bajo paro y baja delincuencia. Igual que el espejo en que se miró —la España de fines de los 70—, la transición chilena fue cauta, progresiva, “en la medida de lo posible”. Por lo tanto, siempre hubo algo más a la izquierda, algo que reclamaba más radicalidad: el Partido Comunista, un caudillo, una coalición de conveniencia. Vivió con eso sin culpa alguna.

El problema comenzó cuando brotó una versión de la transición que la convertía en un ejercicio de entreguismo, de transacción de valores fundamentales, de renuncia a la soberanía popular, en suma, de continuismo con el orden dejado por la dictadura. Muchos jóvenes chilenos están convencidos de que así sucedió, y en numerosos colegios los maestros enseñan los 90 como un período nefando.

No fue así, por supuesto. En Chile, la transición exorcizó a todos los fantasmas de la Guerra Fría. Sacó de la pobreza extrema a tres millones de personas, multiplicó por cuatro el PIB, le dio los mejores indicadores en libertad de prensa e inició el siglo XXI sin vestigios de la dictadura. La crítica de la transición ha preferido trabajar con datos de la posverdad, ignorando el hecho fundamental: que el horizonte moral era poner fin al largo ciclo de confrontaciones violentas, tres décadas en las que se incluye la dictadura, pero también los años de Salvador Allende y los del democratacristiano Eduardo Frei.

Como la política es muy a menudo un arte del contrasentido, la primera vez que fue derrotada por la derecha, entre el 2010 y el 2014, la Concertación decidió disolverse y reagruparse con el nombre de Nueva Mayoría. Lo único que tuvo de “nueva” esta coalición es que fue creada para la segunda candidatura de Michelle Bachelet y que incorporó al Partido Comunista. Este pudo ser un golpe de genio —barrer hacia adentro la principal fuente crítica de la transición—, pero los comunistas han preferido reforzar su identidad y recordar, cada cierto rato, que fueron oposición al resto del conglomerado. Hace poco, una joven diputada de ese partido confirmó su definición de los 20 años de Concertación como gobiernos que “se limitaron a administrar el modelo de la dictadura”. Es la clase de generalización que eriza los pelos de cualquier historiador, pero la degradación lingüística y conceptual es la base de la impugnación del pasado. En todo caso, la afrenta que representa esta visión para otros socios de la coalición es una de las principales razones por las cuales la Nueva Mayoría se quebró frente a las elecciones presidenciales y parlamentarias del domingo 19. La cuestión de la dignidad del pasado siempre pone a prueba la integridad de los partidos.

Después de que el PC se convirtiera en oficialista surgió, como era previsible, otro grupo más a su izquierda: el Frente Amplio, que se mira en Podemos, aunque todavía parece algo más ingenuo, menos contaminado por el chavismo, pero igualmente seducido por Chantal Mouffe, un mundo improbable donde se aglutinan dirigentes estudiantiles con viejos anarquistas, seguidores de Silo con jubilados, ecologistas radicales con núcleos de LGTBI y hasta un inopinado Partido Liberal. Igual que Podemos, esta coalición hunde sus raíces en las movilizaciones callejeras del 2011, que en este caso fueron dirigidas por los estudiantes universitarios.

El Frente Amplio es un fenómeno en desarrollo y es improbable que después de las elecciones mantenga su fisonomía actual —14 grupos, incluyendo a 5 partidos—, pero su supervivencia depende de que la conducción siga en manos de sus dirigentes más jóvenes, con su radicalismo purista y su amateurismo. Estos jóvenes no fueron parte de la Nueva Mayoría ni menos de la Concertación, a la que no alcanzaron a conocer. Pero podrían haber sido su fuerza de renovación, en vez de concurrir, como sucederá, como un segundo impulso de dispersión.

Como efecto de este espectáculo poco edificante, y de las continuas amenazas contra los logros que los chilenos sienten personales, el país se ha movido hacia la derecha y ya no es posible descartar que venga un ciclo prolongado de gobiernos de ese signo.

La centroizquierda chilena se prepara para ingresar en “una larga noche” (usando la expresión del exministro socialista Carlos Ominami), con el peso de un Gobierno que ha sido vivido como un fracaso y lastrada por la incapacidad de sus dirigentes para armar un proyecto de futuro a partir de una simple valoración equilibrada de su propio pasado.

Ascanio Cavallo es periodista y analista político chileno.

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