Yo sobreviví al ébola
Liberia fue el país más afectado por la epidemia que asoló África occidental entre 2013 y 2015. Esta es la historia de tres de las víctimas y testigos de este brote mortífero
Con cariño, James Doe limpia el nombre de su pequeña tienda en Monrovia. Se llama como su mujer. Vende licores, azúcar, y polvo de mandioca, en un sencillo colmado de madera sin electricidad, pero muy concurrido. En las letras gruesas, pintadas en rojo con sombra, se lee “Anna H. Doe. Bussiness Center”. “Era mi esposa, llevábamos 21 años juntos. Pero el ébola se la llevó, y dos de nuestros cinco hijos se fueron con ella”. James va interrumpiendo la conversación con la ida y venida de los clientes. Él sobrevivió. Venció al ébola y ahora la comunidad ya no le tiene miedo. Sus manos intercambian dólares liberianos por un paquete de cigarrillos, con una bolsita de harina, se mezclan con las de la clientela. “Pero al principio nadie se acercaba. Cuando salí del hospital la gente huía de mí”. Tras el golpe de haber pasado por la dura convulsión del ébola y de haber perdido media familia, no tenía cómo ganarse el pan. Pero, con una sonrisa dice que “ahora ya pasó, me han vuelto a aceptar y además mi cuerpo se siente bien”.
Liberia (4,5 millones de habitantes) fue el país más afectado por la epidemia del ébola que, entre 2013 y 2015, arrasó vidas y comunidades en tres naciones del África occidental. De los 11.000 muertos por la enfermedad, 4.800 fallecieron en Liberia. El ébola se conoce desde hace 40 años, pero los anteriores brotes, en República Democrática del Congo, habían sido en zonas tan remotas que prácticamente no había habido ni supervivientes ni investigación. Cuando en 2014, el ébola entró en su pico en Guinea, Sierra Leona y Liberia, el caos y el miedo acompañaron a la muerte. Tres años después, 17.000 supervivientes sienten los efectos médicos y sociales de aquel terremoto.
James Doe sigue yendo a consulta periódicamente. Muestra el papel de PREVAIL con la próxima visita. “Me sacan sangre y me miran la temperatura”, apunta James. PREVAIL es el programa de investigación clínica que llevan a cabo Liberia y EE UU. Realizan pruebas para la vacuna y acaban de publicar resultados: empiezan a funcionar al cabo de un mes y protegen durante un año.
A James el ébola no parece haberle dejado secuelas. Pero sí a Beatriz Yardolo, de 60 años, que vive dejando atrás el colmado y la carretera principal, adentrándose en un barrio, hoy lleno de barro por las lluvias. Dice que su cuerpo no es el mismo, que siente “un dolor constante” y que no puede hacer vida como antes. Según datos de la publicación The Lancet Infectious Diseases tres de cada cuatro supervivientes tienen problemas de salud. El más común según los investigadores se manifiesta en los ojos, desembocando a veces en ceguera. De las 17.000 personas que han sobrevivido al ébola, un 20% presenta inflamaciones oculares severas.
La cura de Beatriz dio paso al sello “Liberia libre de ébola”. El fin de su cuarentena acabó con la epidemia en el país más castigado -de los 11.000 muertos por la enfermedad en todo África occidental, 4.800 fallecieron en Liberia-. Ella fue la última paciente del gran brote, pero la sacudida del ébola ha dejado huellas y lecciones.
La familia de Beatriz hormiguea en el gran salón sin muebles de su casa. Los que quedan, porque el ébola también les arrebató a tres personas. Ella también tuvo que gestionar el miedo de los demás, pero le gusta recordar a los que la ayudaron. Recién llegada del hospital, en cuarentena, no podían salir de la casa, ni para buscar agua. “Esa vecina con su hija, viven allí – señala dos casas más abajo- y otro señor, se acercaron hasta el porche y nos dijeron que dejáramos todos los recipientes fuera. Ellos sacarían agua del pozo para nosotros”.
Las heridas sociales se van curando con el tiempo, aunque un tercio de los afectados sigue sufriendo la estigmatización. Y con ellos, mezcla de lo que les pasó en el cuerpo y de la reacción social, los estudios detectan muchos casos de depresión.
“Los pacientes llegan para los dolores físicos, pero allí detectamos el estrés postraumático” explica la misionera Nancy Writebol, una de las americanas que se infectó y que ahora dirige un programa de “acompañamiento mental y espiritual”. “Y allí va saliendo todo. Es como una cebolla, salen los traumas de la enfermedad, pero después el de abusos, violaciones, la guerra”. Nancy y el pastor Jeremiah, con quien trabaja, les ofrecen a Dios como solución. En las terapias de grupo, los supervivientes comparten sus experiencias con otros, se acompañan, y la fe se ofrece como herramienta.
El Dr. ébola
En quirófano, el doctor Brown opera a un niño que ha sucumbido a los nervios con anestesia. A parte de ser el director médico del Hospital ELWA, es cirujano y ahora ha vuelto a su cargada rutina -solo hay tres cirujanos practicantes en toda la capital, Monrovia-. Pero aquí todo el mundo le conoce como “el doctor ébola”, porque cuando llegó a la ciudad esta temida, letal y desconocida enfermedad, él fue el primero que decidió enfrentarse a ella. A pesar de no ser especialista en enfermedades infecciosas – no había ninguno- abrió la primera Unidad de Tratamiento.
“En aquel momento los trabajadores del hospital tenían mucho miedo. No teníamos claro cómo la gente se infectaba, ni sabíamos cómo atenderles. Nos costó mucho convencerles para unirse al equipo y que no huyeran cuando llegaba un paciente con síntomas”.
No había protocolo ni guía y el país entero solo contaba con 50 médicos. Era enfrentarse a lo desconocido, pero para Brown “no era solo cuestión de atender a los pacientes, era además un deber nacional, esa enfermedad no estaba afectando solo a individuos, sino al país”. Y logró trasladar su convicción “la obligación de defender el país” a su personal”.
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