No ensucien más el paraíso de ‘National Geographic’
Estamos viendo en la campaña de 2018 que los hechos cotidianos son los oportunismos electorales, los chifladores a sueldo, los prejuicios y las alianzas de ocasión
Aproximarse a los hechos cuando son tantos y cuando, sobre todo, están tan visibles los intereses de los que ostentan, abusan o aspiran a cualquier tipo de poder o cargo, demanda hacer un esfuerzo tan grande como el que implica mirar el fondo de un mar que se ha teñido de marrón por las arenas movedizas. En algún lugar del Caribe, para los que nacimos cerca a esos mares marrones, buscar los acantilados se vuelve una obsesión.
Nunca, sin embargo, se aprende a nadar tan hábilmente para no sumergirse entre tantas noticias falsas, creaciones o imaginarios, verdades a medias, pero sí lo suficiente para salir a flote en busca de la comprensión de los movimientos políticos que parecieran pescar en medio de los mares revueltos de una Colombia que no logra sintonizarse en un propósito único de reconciliación y, como bien lo ha llamado Ricardo Silva, le han puesto al posconflicto un tono de rencor.
Todo lo anterior para decir que esto es lo que ya estamos viendo en la campaña para las parlamentarias y presidenciales de 2018, en la que los hechos cotidianos son los oportunismos electorales, los chifladores a sueldo, los prejuicios y las alianzas de ocasión.
El llamado bipartidismo, el de los dos partidos históricos, el liberal y el conservador, terminó hace años en Colombia, pero en torno a ellos aún ocurrían cosas. Ahora las que ocurren son las vergonzosas maniobras para escampar, acaparar o traicionar y dar el salto triple a otro lugar donde no sea necesario competir con reglas de juego.
Del Partido Liberal se fue una mujer de concepciones ultraconservadoras a la que muchos rechazaron cuando era su fiscal general y ahora adoran porque la esperan con ansias en la toldas de otro partido donde los votos cristianos sumarían un buen pedazo. Galán, el hijo del inmolado líder, pide encuesta y advierte que no participará en las que se conocen como las primarias, para mantener su libertad, su libertad, pronostican algunos, de darle a su vida un cambio radical. Ojalá no sea así.
En el liberalismo quedan ondeando el trapo rojo, el que dicen que controla la maquinaria, Juan Fernando Cristo para competir con el hacedor del proceso de paz con las FARC, Humberto de la Calle. Ninguno de los anteriores alcanza el 10% de la intención del voto. Entre otros sectores poblacionales poco consultados, por ejemplo los milennials, si acaso saben quiénes son. Reto grande tiene nuevamente el expresidente Cesar Gaviria, quien llegó hablando como siempre, firme y sin ambigüedades.
Los conservadores vieron marchar a su carta más fuerte, Marta Lucía Ramírez, y al perderla se quedaron liderados por un congresista investigado por el conocido cartel de la Toga, que ya tiene a un presidente de la Corte Suprema de Justicia de Colombia reseñado y tras barrotes. La vergüenza más profunda de esta semana tan fatigosa quizá fue el rostro barbado, pero altivo aún, del ex magistrado Ricaurte.
Sin ningún reato ya son 34 los candidatos a la Presidencia en esta Colombia donde los líderes abandonan la sombrilla de sus partidos para ir en busca de firmas que se pagan a 750 pesos para validar las aspiraciones legítimas, pero absurdas de al menos 32 de ellos. Insultan a otros, reniegan de la mano que les dio de comer, y todo para cambiarse de partidos. No es previsible aún saber qué efectos tendrá sobre la próxima campaña y la próxima Presidencia la crisis de estos dos partidos historicos; el fin de La U, partido de Gobierno con tres de sus mayores electores presos o prófugos por comprar fallos judiciales, y los Verdes ahora unidos a la izquierda radical del Polo.
The Economist hace cábalas políticas y prevé que German Vargas Lleras, el del coscorrón, y Sergio Fajardo, el de la pelo largo a la usanza de los 60, pasarán a la segunda vuelta y cree que los indecisos inclinarán la balanza en favor del primero.
En medio de estas aguas revueltas se elige al grupo de magistrados de la JEP, la Jurisdicción Especial de Paz que será la columna vertebral de esta paz esquiva. Esa otra justicia que no puede defraudar a una población que ve caer día a día a los togados de la justicia ordinaria.
Las redes entre tanto riegan como pólvora que quema y deja cicatrices las noticias- creaciones como la de la niña Frida Sofía atrapada en los escombros en la escuela Rébsamen que solo existía para los topos, esas personas dedicadas a buscar figuración y recompensa. O la de Juliana Hernández, esposa del senador del Centro Democrático, Alfredo Ramos, quien dijo confundir a un muy dormido pasajero de Avianca, ahora en huelga, con un ex guerrillero de las Farc y así lo puso en un trino y luego presentó disculpas: “cometemos errores constantemente por prejuicios innecesarios. Juzgamos a las personas sin conocerlas…”.
No, no son juicios o creaciones inocentes; son, como todo, creaciones interesadas que no miden el daño que producen ni las consecuencias a futuro.
No podemos caer en las falsas peroratas de personas que cada día mienten para hacer algo por debajo, y debemos exigirle a esa justicia recién elegida que demuestre que habrá sensatez, sobre todo cuando alguno haya comprometido su opinión a la hora de juzgar a quienes les expresó su rabia.
Ni el profesor Rodolfo Arango merece la troliada de la derecha ni los que hicieron su carrera en la justicia penal militar, la de Jesús Santrich. Deben ser capaces de actuar sin hacer prevaler sus tendencias ideológicas, como los políticos mostrar algo de transparencia en sus movidas estratégicas cuando apenas empieza la contienda electoral.
Por ahora es mejor mirar las profundidades del mar que supo ver National Geographic. Sí, también somos esa Colombia. “Si la tierra de la biodiversidad fuera un país, ese país debería llamarse Colombia”.
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