Donald Trump: presidente intrascendente
En Washington empieza a cundir la sensación de que el jefe de Gobierno es irrelevante
En la era del ruido y la furia de las redes sociales, ha nacido la primera presidencia intrascendente de la historia. Una nueva teoría se ha instalado en Washington, ante el espanto generalizado que provocó el presidente de Estados Unidos al definir como “gente excelente” a los grupos racistas que mataron a tres personas en Charlottesville. Estados Unidos debe admitir que lo que dice y hace el que antes era el líder del mundo libre ya no importa, porque no tiene más efecto que el de escandalizar.
Considérense las revolucionarias promesas de Donald Trump en la campaña electoral del año pasado: construir un muro con México, que México pague el muro, eliminar la agencia medioambiental, anular la reforma sanitaria, prohibir que los musulmanes entren en el país, llevar a Hillary Clinton a los tribunales, permitir a la CIA que torture de nuevo o invalidar el acuerdo nuclear con Irán, por ejemplo. Afortunadamente para muchos, en siete meses Trump no ha cumplido nada, salvo desbloquear el nombramiento de un juez del Tribunal Supremo.
Por primera vez, cuando un presidente de EE UU promete algo, no sucede nada. ¿Su ocurrencia de expulsar a los transexuales del Ejército? Ignorada por el Pentágono ¿La amenaza de emplear la fuerza militar en Venezuela? El Congreso hizo como si no hubiera oído nada ¿La advertencia de que iba a erradicar al régimen norcoreano? Sin efecto alguno. ¿Las repetidas órdenes al fiscal jefe para que investigue a Clinton por sus cuentas de correo privadas cuando era ministra? Desoídas una vez tras otra.
Su partido, el Congreso, la diplomacia, los generales, los funcionarios y hasta su propio Gobierno actúan como si el presidente no hubiera hablado. Todo sigue su marcha en Washington mientras Trump desperdicia un tiempo que para un presidente se supone precioso en acalorados debates con la prensa y en las redes sociales.
También en ese sentido Trump es un presidente que sólo puede explicarse en esta época. Las frases que cualquier político cabal no se atrevería decir en un discurso a la nación o al Congreso las vierte sin problemas en Twitter. Parece que dialoga, que se asesora, que escucha a los ciudadanos a través de las redes sociales, pero lo único que hace es soltar pequeños pedazos del gran monólogo a veces provocador, a veces cómico, en el que está convirtiendo la presidencia norteamericana.
Cualquiera diría que arrinconándose en esa irrelevancia, Trump solo se hace daño a sí mismo. Pero es más grave. Sus provocaciones pueden quedar en nada, pero los estadounidenses, todos, pagan ya un alto precio por tener un presidente que va perdiendo, poco a poco y sin pausa, toda su autoridad moral.
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