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Petróleo y gas, piedra angular del cambio en Irán

La República se sostiene sobre el sector energético, pero carece de la tecnología para rentabilizar al máximo sus hidrocarburos

Imagen del pozo petrolero de la isla de Kharg en la costa de Irán.
Imagen del pozo petrolero de la isla de Kharg en la costa de Irán. Fatemeh Bahrami (Getty)
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El gran pulso por Irán

Hasan Rouhani fue reelegido en mayo presidente de Irán. Su victoria había sido puesta en duda, según la premisa de que la mayor parte del progreso económico logrado tras la implementación del acuerdo alcanzado en julio de 2015 sobre el programa nuclear (Joint Comprehensive Plan of Action) no se había dejado sentir todavía en amplios sectores de la sociedad, y a que los beneficios esperados tras la firma del mencionado pacto habían sido contrarrestados por el actual clima de bajos precios del petróleo.

La victoria de Rouhani ha supuesto un espaldarazo a sus esfuerzos por lograr una mayor apertura de Irán al exterior, levantar las sanciones comerciales todavía vigentes y atraer las inversiones y tecnología necesarias para revitalizar el sector energético. Este sector resulta vital para el desarrollo social, económico y político del país: no en vano, en 2016, las exportaciones de productos energéticos representaron el 80% de las exportaciones de Irán, cifradas en unos 100.000 millones de dólares. ¿Podrá Rouhani llevar a buen puerto su programa energético?

En materia de reservas de petróleo y gas, la tarjeta de presentación de Irán es impresionante. Desde 1908, el descubrimiento de alrededor de 140 campos, la mayoría de ellos localizados en tierra firme (70%), pero también bajo las aguas del golfo Pérsico y del mar Caspio, se ha traducido en que a finales de 2016 (BP Statistical Review of World Energy, 2017) las reservas probadas de petróleo de Irán eran de 158.400 millones de barriles (un volumen equivalente al 9,3% de las reservas globales). Esta cifra sitúa al país en el cuarto lugar del ranking mundial y en el segundo de Oriente Próximo, inmediatamente por detrás de su gran rival regional, Arabia Saudí. Por lo que respecta al gas natural, las cifras son aún más espectaculares. Según los cálculos de BP, el subsuelo de Irán alberga las primeras reservas de gas del mundo, con 33,5 billones de metros cúbicos (el 18% del total mundial), por delante de Rusia y Qatar. Este último país comparte con Irán el mayor campo de gas del mundo, South Pars, descubierto en 1971. El yacimiento, localizado bajo las aguas del Golfo, queda delimitado por una frontera marítima y alberga el 50% de la reservas de gas de Irán.

Sin duda, la existencia de un volumen de reservas adecuado es una condición necesaria para el desarrollo de cualquier país que pretenda basar una parte sustancial de su riqueza en el comercio de hidrocarburos. Sin embargo, la existencia de grandes reservas no constituye por sí misma una condición suficiente. No basta con que la barrica esté llena a rebosar, también hay que disponer del grifo apropiado (léase infraestructura) para facilitar y maximizar la rentabilidad de la extracción del hidrocarburo para su comercialización. Así que no basta con una conjunción favorable de los factores geológicos que gobiernan la existencia de las reservas en el subsuelo. También se requiere la alineación de otra serie de factores, que podríamos denominar de superficie. Entre estos destacan dos íntimamente ligados entre sí: la estabilidad política y el acceso a los recursos técnicos y financieros necesarios para aumentar la producción y exportación.

En relación con la estabilidad política, la turbulenta historia vivida por la industria del petróleo y del gas en Irán desde mitad del siglo pasado ilustra a las claras el riesgo que las petroleras, y otras entidades financieras internacionales, deben sopesar antes de invertir.

En la actual coyuntura de transición energética global, Teherán debe pensar en diversificar su economía

Respecto a la necesidad imperiosa que tiene Irán de aumentar las inversiones en producción de petróleo y gas, no solo deben considerarse las tensiones derivadas del previsible aumento de la demanda asociada a un rápido crecimiento demográfico y económico (Irán es la segunda economía, tras Arabia Saudí, y la segunda demografía, tras Egipto, del conjunto de países de Oriente Próximo y el norte de África). También existe una consideración de carácter estructural. Esta se fundamenta en que, si dividimos el volumen de reservas por la producción anual, resulta que al ritmo extractivo de 2016 las reservas probadas de petróleo de Irán durarían algo más de 94 años, mientras que las de gas alcanzarían los 165,5 años. Sin duda, hasta hace poco estos periodos de tiempo tan dilatados habrían sido interpretados en clave positiva, apelando a la obligación moral que tienen las generaciones presentes de legar a las futuras el mismo patrimonio que ellas recibieron.

Sin embargo, en la actual coyuntura de transición energética global, con algunas voces autorizadas advirtiendo de la posibilidad de un estancamiento e incluso de un descenso de la demanda global de hidrocarburos en las próximas décadas, el Gobierno de Teherán debe pensar seriamente, como ya han hecho Arabia Saudí y Kuwait, por ejemplo, en diversificar su economía. Para ello debe utilizar los ingresos generados a medio-largo plazo por las exportaciones de petróleo y gas.

En esta línea, tras la firma del acuerdo nuclear, Teherán fijó a final de 2016 un ambicioso plan de incremento de la producción de hidrocarburos con la intención de alcanzar en 2020 los seis millones de barriles diarios (mbd) en el caso de petróleo (en la segunda mitad de 2016 se bombearon 3,9 mbd, todavía muy lejos del récord histórico de 6,6 mbd logrados en 1976, en los tiempos del sah) y los 1.055 millones de metros cúbicos diarios en el caso del gas, cifra esta última que significa incrementar en un 50% los volúmenes de 2016. La consecución de estos objetivos tendría una repercusión muy positiva, tanto para la industria como para la economía y, probablemente, para la futura evolución política del país.

De momento, Rouhani ha conseguido atraer la inversión de Total y CNPC (China National Petroleum Corporation) que este julio firmaron un acuerdo con la estatal INOC (Iranian National Oil Company) para desarrollar el campo de gas de South Pars. Además, la rusa Gazprom Neft acaba de anunciar un memorándum de acuerdo con compañías iraníes para operar en los campos de Cheshmeh-Khosh y Changuleh. Y ello pese a las trabas interpuestas por los sectores más radicales y conservadores de Irán y la vigencia de las sanciones estadounidenses vinculadas al terrorismo. Veremos.

Mariano Marzo Carpio es catedrático de estratigrafía y profesor de geología de hidrocarburos y de recursos energéticos y sostenibilidad de la Facultad de Ciencias de la Tierra (Universidad de Barcelona).

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