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Venezuela se asoma a la anarquía

El país, cada vez más dividido, encara un choque de legitimidades entre el Gobierno y la oposición

Francesco Manetto
Protestas contra el Gobierno de Maduro, el domingo en Caracas.
Protestas contra el Gobierno de Maduro, el domingo en Caracas. RONALDO SCHEMIDT (AFP)

La actualidad política de Venezuela, y su repercusión en la vida cotidiana de los ciudadanos, se parece cada vez más a un electrocardiograma. La intensidad de los acontecimientos pasa en cuestión de horas por picos de violencia y tensión sin apenas precedentes en el país caribeño, que tiene una historia reciente ya de por sí agitada, y por baches que parecen restablecer la rutina. Las previsiones, incluso a corto plazo, resultan atrevidas más allá de las declaraciones de los dirigentes políticos y de las esperanzas de los venezolanos. Lo que sí está sucediendo es que las circunstancias del choque político han llevado a la sociedad, sobre todo en Caracas, hacia una sensación de anarquía soterrada que a veces deriva en episodios de caos explícito y autoritarismo. 

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¿Qué está pasando? Las elecciones de una Asamblea Nacional Constituyente celebradas el domingo endurecieron desde su anuncio, hace tres meses, los enfrentamientos entre el Gobierno de Nicolás Maduro y los partidos de la coalición opositora, la Mesa de Unidad Democrática (MUD). La capital del país parece dividida en dos bloques con vidas prácticamente paralelas. El oeste es considerado tradicionalmente fiel al chavismo, mientras que el este es un bastión de los críticos con el régimen. En realidad, la situación es más compleja y la compartimentación geográfica solo ofrece una instantánea del terremoto político que a diario sacude a Venezuela.

El domingo por la mañana estas dos zonas parecían, en efecto, universos opuestos. En el municipio Libertador, donde se encuentran el palacio de Miraflores, sede de la Presidencia de la República, y el Capitolio, se observaban colas de votantes en distintos centros y en medio de fuertes medidas de seguridad. En los barrios del este como Chacao quedaban las huellas de las protestas de las últimas semanas mientras los manifestantes comenzaban a levantar las barricadas para la que fue una de las jornadas de protesta más sangrientas. En Petare, un barrio humilde, el más poblado de Venezuela, en el ambiente se mezclaba la euforia de los seguidores de Maduro y de quienes se oponían a la votación.

Ayer por la mañana, tras una jornada electoral de descontrol y violencia, todo parecía volver a la normalidad. Había tráfico normal en casi toda la ciudad, los venezolanos acudieron a trabajar, aunque la oposición prometía redoblar su resistencia al Gobierno, seguir trabajando en el Parlamento que Maduro pretende sustituir con los diputados electos el domingo y mantener el pulso en la calle.

En la plaza de Altamira —uno de los símbolos de las protestas, donde el domingo se registró un ataque con explosivo a la policía motorizada que dejó varios heridos y al que siguieron unos duros enfrentamientos con las fuerzas de seguridad— dos jóvenes ingenieros de sistemas esperan a que comience una nueva jornada de protesta, pero no saben con exactitud qué ocurrirá. “Estamos a la expectativa. Hay una movilización aquí, en este punto, pero hay que esperar a ver qué pasa”, explica Rafael Carvajal, de 23 años y que reside en el sur de la capital. “En todas las zonas de Caracas hay movilizaciones a diario, en las zonas populares también hay movilizaciones, lo que pasa es que muchas veces no son como las de aquí, que son más noticia. La gente piensa lo del este… pero eso es mentira. Está toda Venezuela en la inconformidad”. Su compañero de trabajo, Kevin García, de 22 años, es del suroeste de la ciudad. “Mis planes son de irme porque desgraciadamente las oportunidades se están esfumando y no hay cómo salir adelante. Si la situación sigue así y no da para más me tocará emigrar”, asegura.

La situación que atraviesa el país se encuentra bajo la amenaza de la anarquía desde muchos puntos de vista. El primero, una vez enterrada aparentemente una posibilidad de diálogo real entre el Gobierno y la oposición, es el escenario político. La Asamblea Nacional que se constituirá este jueves va a desmantelar el anterior Parlamento, de mayoría opositora y votado hace menos de dos años. Maduro amenaza con quitar la inmunidad a los antiguos diputados, mientras las fuerzas críticas con el chavismo aseguran que seguirán trabajando con normalidad.

Se dará, por tanto, un choque de legitimidades entre distintos poderes que no se reconocen mutuamente, que representan a dos países encontrados y que no parecen dispuestos a ceder. Mientras tanto, Venezuela sigue sumida en una trágica crisis económica agravada por una imparable tendencia hiperinflacionista y el desabastecimiento. Por la mañana, a unos metros de la Asamblea Nacional, dos jóvenes encargados de una tienda de gorras y otros complementos lamentaban la escasa afluencia de clientes y esperaban el comienzo de una nueva etapa. No quieren decir a quién apoyan. Quieren, aparentemente, normalidad.

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Sobre la firma

Francesco Manetto
Es editor de EL PAÍS América. Empezó a trabajar en EL PAÍS en 2006 tras cursar el Máster de Periodismo del diario. En Madrid se ha ocupado principalmente de información política y, como corresponsal en la Región Andina, se ha centrado en el posconflicto colombiano y en la crisis venezolana.

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