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Columna
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¿Por qué nos emperramos en que el presente es siempre peor que el pasado?

¿Acaso fueron mejores los regímenes feudales o las dictaduras militares o las viejas ideologías de derechas o de izquierdas que produjeron millones de muertos?

Juan Arias

La fase de pesimismo que vive Brasil, relacionada con la corrupción política, la crisis económica y la inseguridad ciudadana, puede llevarnos al error de creer que tiempos pasados fueron mejores, o de refugiarnos en la esperanza en un futuro que no existe. Aún teniendo en cuenta que no es este uno de los mejores momentos de la historia de este país, sería un error pensar que cualquier pasado fue mejor, o que a partir de mañana todo va a ser maravilloso.

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Si nos ponemos a analizar la historia sin prejuicios, o sin estar obcecados por el pesimismo actual, nos veremos obligados a reconocer que, en un 90% de los casos, el pasado fue siempre peor. En todo. Aquí y en el mundo. Pongamos algunos ejemplos sobre Brasil y sobre el mundo en general: ¿Cuándo la mujer, las minorías, los niños, y hasta los animales tuvieron más protegidos sus derechos que hoy? ¿Cuándo existió en el mundo una conciencia mayor de que todos tenemos los mismos derechos, sin distinción de sexo o de color de piel? Y no hace falta remontarse a siglos atrás, bastan 100 años. ¿Y la diversidad sexual? ¿Cuándo se murió menos de hambre? ¿Y la medicina? ¿Podemos hacer la comparación con hace 50 años? Mi padre murió con 41 años porque la penicilina no era aún para todos. ¿Y la mortalidad infantil?

¿Y la política? Me dirán que las democracias de hoy son imperfectas, que los políticos son corruptos. ¿Es que fueron mejores los regímenes feudales o las dictaduras militares o las viejas ideologías de derechas o de izquierdas que produjeron millones de muertos?

¿Cuánto ha hecho la tecnología y la ciencia por librarnos de la esclavitud del trabajo humano? Aún conozco personas aquí en Brasil que de niñas tenían que ir a coger agua a la fuente y lavar las sábanas en el río. Una de ellas me decía: "Abrir hoy un grifo de agua corriente o encender una luz me parece un milagro".

¿Cuándo hubo menos guerras que en el presente? Europa pasó siglos en contiendas sangrientas. Hoy, por primera vez, ir a la guerra no es ya visto por la gente como un honor como cuando las medallas de los caídos en las batallas eran mostradas como un trofeo. Hoy el mundo, en su inmensa mayoría, prefiere apostar por la paz y las familias no quieren que sus hijos vayan a hacer la guerra. Ha habido un cambio de paradigma.

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A pesar de todo eso, me encuentro, incluso con personas ilustradas, que defienden que el pasado era mejor. ¿A qué se debe esa especie de espejismo, contradicho por la evidencia de los hechos? El filósofo español, Fernando Savater me lo explicó hace unos años en nuestro libro de conversaciones, El arte de vivir (Planeta). "El presente, para cada uno en su época, ha sido siempre decepcionante, porque el futuro podemos imaginarlo aterrador o positivo, mientras que el presente es donde las cosas muestran su verdadero perfil, su decepción", afirmó. Para Savater "no vivimos más que en el presente y al mismo tiempo nadie está más a disgusto que en él". Y para subrayar la dificultad de reconciliarnos con el hoy, que es lo único verdaderamente nuestro, me recordó la frase de Schopenhauer: "No podemos caernos nunca del presente, donde todo nos ocurre".

A veces me preguntan dónde acudir, en estos tiempos de pesimismo y desilusión con nuestro presente. Los filósofos nos recuerdan que el refugio soñado no está ni en el pasado, que no es nuestro ni puede volver, ni tampoco en la utopía de un futuro que aún no existe. Sería una huida. La única materia para modelar con nuestras manos es el presente, que debemos luchar para mejorarlo porque es el nuestro y no tenemos otro. ¿Cambiaría una madre a su hijo por otro más guapo o más inteligente? Lo ama por ser el suyo, sin importarle si es mejor o peor que el de su vecino.

Nuestro tiempo, nuestro hoy, con todas sus feúras o desagrados, con su insatisfacción y desilusión, pero también con la carga de nuestra fe en la capacidad del hombre de transformar la realidad, es nuestra única propiedad.

Escribió un poeta anónimo:

"El ayer fue,

el hoy es,

el mañana nada,

temblor de amanecer".

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