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Columna
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La condena de Lula no debería ser un día de fiesta para Brasil

La justicia va a ser analizada para saber si se trata de realizar una verdadera catarsis contra la corrupción o si se trata sólo de intereses poco confesables

Juan Arias
Lula da Silva el pasado 5 de julio.
Lula da Silva el pasado 5 de julio.UESLEI MARCELINO (REUTERS)

Este miércoles, Brasil es noticia mundial por la condena de Lula por corrupción a más de nueve años de cárcel, ya que el exsindicalista ha sido el presidente más popular y carismático de la democracia. Lula había conseguido que el gigante americano dejase su complejo de perro callejero y se proyectase en el futuro como una pieza importante del ajedrez mundial. Fue, además, el presidente más amado, casi adorado, por el mundo de los más pobres.

La noticia de su condena, sin embargo, que llega en un momento crucial de la política brasileña, con un presidente como Michel Temer, en vísperas de que pueda ser depuesto por corrupción y con una sociedad dividida y crispada, atemorizada con 14 millones de desempleados, no puede ser un momento de alegría.

Sin entrar en el juicio de la sentencia emitida contra Lula por el mítico juez Sérgio Moro, algo que deberá aún ser analizado y decidido en otras instancias judiciales, lo cierto es que, prescindiendo de las ideas políticas de cada uno, el día de hoy no debería ser un día de júbilo. No puede ser un momento de alegría porque la noticia encierra un sinfín de simbolismos, la caída del ídolo de la izquierda brasileña y con él la esperanza de una refundación del Partido de los Trabajadores (PT) que llegó a ser el más importante de la izquierda latinoamericana.

Siempre se dijo que el PT no existía sin Lula, ni Lula sin el PT. Hoy, con Lula condenado por un crimen de corrupción, de algún modo sufre la democracia y se quiebran muchas esperanzas. Habrá quien diga que la condena a Lula, la primera contra un presidente del país por motivos criminales, significa, al mismo tiempo, la esperanza de que, por fin, en este país, la justicia es igual para todos.

Podría hasta ser verdad, pero se tiene que cumplir una condición: que todos los otros políticos, muchos de ellos acusados y reos de crímenes aún mayores, acaben, como Lula, condenados por esa misma justicia, algo que no parece ser lo que siente la sociedad, ya que, la misma diligencia que el juez Moro ha usado con Lula, el Supremo Tribunal Federal debería haberla usado ya con docenas de políticos de primer plano de la vida nacional de partidos que han gobernado con la izquierda del PT, y que parecen ser tratados con otros metros y medidas.

Si la condena infligida por Moro a Lula, a la que podrían seguir otras más, quiere ser vista como un triunfo de la justicia en un país donde a la cárcel iban sólo los pobres, los negros y las prostitutas, será necesario que la sociedad pueda ver, sin esperar más, que sean condenados los otros líderes políticos, cuyas denuncias no menos graves que las de Lula, se arrastran durante años, pareciendo intocables.

Si de lo que se trata es de limpiar la corrompida vida política de un país para dar paso a una nueva era de esperanza donde la impunidad con los poderosos sea algo del pasado y donde no existan privilegiados ante la justicia, entonces que a la condena de Lula, se sigan las de los demás políticos corruptos. Y eso, sin esperar más, para que la grave decisión tomada con Lula, no parezca más bien una forma de impedirle ser de nuevo candidato a las presidenciales.

Hoy, más que ayer, la justicia va a ser analizada por una sociedad más madura y más incrédula que en el pasado para saber si se trata de realizar una verdadera catarsis contra la plaga de la corrupción político empresarial, o si se trata sólo de fuegos de artificio e intereses poco confesables.

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