Los kurdos pagan un alto precio por la afición de los iraníes a la bebida
Cinco contrabandistas mueren aplastados por la nieve en la frontera con el Kurdistán iraquí
La muerte de cinco kurdos iraníes aplastados por la nieve en las cercanías de la frontera con el Kurdistán iraquí ha avivado en Irán la polémica sobre la marginación de esta etnia y puesto de relieve el agujero económico que supone el contrabando en esas regiones. Los fallecidos, porteadores conocidos como kulbar, se ganan la vida transportando todo tipo de mercancías desde bebidas alcohólicas hasta maquillaje, pasando por electrodomésticos, que o bien están prohibidas en la República Islámica o tienen elevados impuestos. Economistas independientes cifran ese comercio irregular entre 800 millones y 1.000 millones de euros.
Cuatro de los porteadores fallecieron el último sábado de enero cerca de Sardasht y el quinto fue sepultado el lunes siguiente por un alud en las inmediaciones de Piranshahr. Ambas son localidades iraníes lindantes con el Kurdistán iraquí. Los kulbar son mayoritariamente kurdos de esa región fronteriza que se ganan la vida transportando mercancías que las autoridades consideran contrabando. Cada año decenas de ellos pierden la vida por catástrofes naturales, minas colocadas durante la guerra Irán-Irak, o incluso por disparos de los guardias fronterizos iraníes.
“Uno de mis tíos es kulbar. Eso no nos avergüenza, es una forma muy honrada de ganarse la vida. Se trata de un trabajo agotador y peligroso y si no fuera por el desempleo, nadie se dedicaría a ello”, explica Hiresh, un profesor cuarentón de Bukan, una ciudad kurda al sur de la provincia de Azerbaiyán Occidental. Este licenciado en Economía tiene familiares en Sardasht, a 35 kilómetros del Kurdistán iraquí, en cuyas cercanías ocurrió una de las avalanchas mortales, que sepultó a 16 porteadores, de los que 4 fallecieron. “Mientras no transporten productos prohibidos por el islam, no le veo problema”, justifica Hiresh en respuesta a la propaganda del gobierno que los acusa de dañar la economía nacional.
Pero la realidad es que uno de los principales productos de ese comercio ilícito son las bebidas alcohólicas. La República Islámica ha vedado su fabricación, venta y consumo con el pretexto de que lo prohíbe el Corán. Sin embargo, muchos iraníes, musulmanes o no, hacen caso omiso y les gusta disfrutar de una cerveza o un whisky, de vez en cuando, lo que alimenta el contrabando desde el más permisivo Kurdistán iraquí.
“Ser kulbar no es una elección, sino una obligación”, enfatizan sesenta activistas civiles y políticos kurdos en una carta dirigida al presidente iraní, Hasan Rohaní, a quien piden que preste atención especial a la situación de estos hombres. Explican que los portadores no son los dueños de las mercancías y son explotados por los contrabandistas que se aprovechan de las estrecheces económicas que padecen. Tras caminar un día por senderos montañosos y de difícil acceso apenas llegan a cobrar 80.000 tomanes (unos 18 euros). Hay kulbar de 10 a 80 años y llevan cargas de hasta 130 kilos por persona.
Hossein Ahmadiniaz, jurista, señala que “el crecimiento de este fenómeno en las zonas fronterizas del oeste iraní proviene de la desigualdad de inversiones públicas y de la desatención del Gobierno central hacia estas zonas”. En su opinión, “los kulbar se aferran a esta actividad como única salida y transportan principalmente estufas, llantas, televisores y otros electrodomésticos, pero les aplican el mismo castigo que quienes hacen contrabando de drogas y bebidas alcohólicas, en clara desproporción entre el delito y el castigo”.
Según estadísticas de la Organización de Lucha contra el Contrabando, esta actividad ocupa a unas 40.000 personas, radicadas en zonas fronterizas de mayoría suní. Los analistas señalan que la actitud del sistema iraní al ignorar a una parte de los ciudadanos por su identidad étnico-religiosa pone seriamente en peligro los planes de desarrollo social del país.
“El 99.5 % del contrabando se hace a través de puertos y de forma organizada, no por tierra. La gente que vive en las fronteras no merece este trato”, manifestó el pasado agosto Rasul Khezri, diputado por Piranshahr. Este parlamentario también se quejó de que la guardia fronteriza dispare a los kulbar y sus animales de carga.
Hushyar Rostamí, periodista del diario económico Taadol, afirma que “la gente local no tiene nada que ver con el contrabando organizado, son algunos entes oficiales y semioficiales que lo manejan”.
Durante las últimas décadas, las autoridades han preferido hacer caso omiso del contrabando organizado por agentes vinculados con los centros del poder, sobre todo con la excusa de las sanciones, algo que ha perjudicado gravemente el mercado laboral. Desde el levantamiento de las sanciones en febrero de 2016, todas las autoridades insisten en la necesidad de erradicar el contrabando, pero parece que el sistema opta por el camino menos costoso, metiéndose con el sector más débil y marginado, en vez de tomar cartas contra los muelles ilegales y el sistema deficiente de inspección aduanera de los principales puertos del país.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.