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El veto migratorio de Trump rompe con las lecciones de la historia

Destruir el derecho de asilo es romper una tradición milenaria y uno de los principios jurídicos del siglo XX

Guillermo Altares
Judíos alemanes, refugiados a bordo del barco St Louis, en el puerto de Amberes, en junio de 1939. 
Judíos alemanes, refugiados a bordo del barco St Louis, en el puerto de Amberes, en junio de 1939. Gerry Cranham (Getty Images)

Con sus chistes de humor grueso y escatológico, Los visitantes. No nacieron ayer se convirtió en uno de los éxitos históricos del cine francés. Relata el viaje en el tiempo al siglo XX de dos habitantes de la Edad Media, un noble y su escudero, poco aficionados al agua y el jabón. Totalmente perdidos en el futuro, acaban enfrentándose en un combate singular con la policía. Cuando creen que todo está perdido, irrumpen en una iglesia al grito de "¡Me acojo a sagrado!". No importaba el lugar en el que estuviesen ni los extraños enemigos que tuviesen enfrente, consideraban sagrado e inviolable el derecho a buscar asilo en una iglesia.

Sería ingenuo decir que los Estados no se saltan constantemente el derecho de asilo, un concepto que ya se utilizaba en la Grecia clásica y que ha recorrido la historia de la humanidad hasta su formulación actual posterior a la II Guerra Mundial. Pero ningún país democrático se había atrevido a suspenderlo de manera total y unilateral como hizo esta semana EE UU, después de que Donald Trump firmase una orden ejecutiva que prohibía la entrada a todos los refugiados y a los ciudadanos de siete países de mayoría musulmana.

"La práctica de asilo se remonta a los textos y tradiciones de varias sociedades antiguas", explica Jessica M. Almqvist, profesora de Derecho Internacional Público en la Universidad Autónoma de Madrid y autora del libro Human Rights, Culture And The Rule Of Law (Derechos humanos. Cultura e imperio de la ley; 2005). "Se trata de una práctica que ha existido durante milenios, algunos expertos dicen que 3.500 años. Después de 1945 arranca un proceso de legislación internacional para codificar sus derechos y obligaciones. En este proceso, el derecho de asilo ha sido reconocido tanto en dos pactos de la ONU sobre derechos humanos como en la Convención sobre el Estuto de los Refugiados".

"El decreto estadounidense implica una clara denegación de los derechos de los refugiados a solicitar asilo así como a no ser devueltos al lugar de persecución o guerra", prosigue la profesora Almqvist. "Ambos están firmemente reconocidos en el derecho internacional. La política de rechazar la admisión de solicitantes para impedir que alguien busque asilo en tu país no es una solución justa al problema que suponen los grandes flujos de refugiados en nuestros tiempos. El cierre de fronteras dirige a los refugiados a otra parte".

Una de las formulaciones más antiguas de este derecho proviene de la Grecia clásica, cuando se establecieron algunos templos como espacios inviolables. Este concepto fue recogido por el derecho cristiano cuando se convirtió en la religión del Imperio Romano. Aunque las excepciones fueron numerosas y las violaciones frecuentes —durante el saqueo de Béziers en 1209 por los cruzados que luchaban contra los cátaros, muchos herejes buscaron refugio en iglesias, donde fueron masacrados, en algunos casos quemados vivos—, sobrevivió durante toda la Edad Media.

Incluso en los momentos más terribles, cuando tras la reforma protestante Europa se vio arrasada por las guerras de religión, algunas ciudades sirvieron de asilo a los perseguidos, como Ámsterdam. Las colonias americanas, y es algo que Trump parece olvidar (o desconocer), fueron fundadas por personas que huían de las persecuciones en Europa, como los puritanos ingleses que llegaron a Boston con el May­flower.

La formulación de este derecho comienza a codificarse después de la Revolución Francesa, cuando se solidifican los Estados-nación europeos, como explica el experto francés Gérard Noiriel en su libro Réfugiés et sans-papiers (Refugiados y sin papeles; 2012). En ese momento, explica Noiriel, se plantean debates que llegan hasta nosotros como la diferencia en derechos y deberes entre un extranjero y un nacional o el mismo concepto de refugiado. Durante al restauración de 1832, cuando se produjo un retorno de exiliados, la Asamblea Francesa debate "cómo establecer la diferencia entre los refugiados a los que se debe ayudar, obligados a abandonar su país por motivos políticos, y los vagabundos, los que huyen de la justicia o los desdichados". También se plantea otro problema: ¿cuándo deja uno de ser un refugiado? ¿Qué estatuto tienen los que llevan décadas en el nuevo país, como los genoveses que llegaron en 1784, los irlandeses de 1796 o los americanos de 1806?". Los ecos de estos debates, formulados casi en los mismos términos, resuenan ahora, con el flujo migratorio de millones de sirios que huyen de la guerra.

En el siglo XX, tras dos guerras mundiales y el Holocausto —muchos de cuyos refugiados se encontraron con las puertas de otros países cerradas, como ocurrió con el barco St. Louis en 1939, que transportaba a 900 judíos a EE UU—, se formuló la legislación contemporánea. Bernard Bruneteau, profesor de la universidad francesa de Grenoble, autor de libros como Le siècle des génocides (El siglo de los genocidios, 2004), explica: "El derecho de asilo se convirtió en el siglo XX en un derecho de los refugiados a causa de las dos guerras mundiales y de los genocidios. En 1922, el Alto Comisionado de la Sociedad de Naciones para los Refugiados crea un pasaporte que da una identidad a todos los refugiados rusos que huyen de la Revolución y a los refugiados armenios que escapan del genocidio. Del mismo modo, la Convención de Ginebra de 1951 sobre los refugiados concede derecho de asilo a toda persona que teme ser perseguida 'por su raza, religión o su nacionalidad', lo que se corresponde con la definición de genocidio. Si tenemos en cuenta esto, la violación del derecho de asilo sólo puede servir para ayudar a los regímenes genocidas".

El jurista británico Philippe Sands, profesor de Derecho en el University College de Londres cuyo libro East West Street: On The Origins Of Genocide And Crimes Against Humanity aparecerá en español en 2017 en Anagrama, se pronuncia en un sentido parecido: "Durante su conversación el pasado fin de semana, la canciller Merkel le recordó a Trump la Convención de Ginebra y el derecho de asilo. Esta convención fue adoptada como una parte del acuerdo internacional posterior a 1945. El asilo es un derecho fundamental, una de las armas de nuestro pacto global para prevenir el genocidio y los crímenes contra la humanidad".

Con su orden ejecutiva, Trump no sólo borra de un plumazo todo este acervo jurídico, sino que se salta la tradición de su país, que desde su nacimiento fue una tierra de asilo para millones de irlandeses, italianos, suecos, noruegos o rusos que escapaban del hambre, de la pobreza o de la injusticia. Para entender lo que significa la negación del derecho de asilo se debería viajar hasta la localidad catalana de Portbou, casi en la frontera con Francia. Allí se suicidó en 1940 el filósofo judío alemán Walter Benjamin, uno de los autores más influyentes y citados del siglo XX, cuando comprendió que el régimen de Franco le iba a entregar a los nazis. El artista israelí Dani Karavan construyó un sencillo memorial, una estructura de hierro que abre una ventana al mar, para recordar que negar el refugio al que huye para salvar su vida es negar el futuro y la vida. Representa olvidar lo poco que hemos aprendido después de siglos de guerras, catástrofes y persecuciones.

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Sobre la firma

Guillermo Altares
Es redactor jefe de Cultura en EL PAÍS. Ha pasado por las secciones de Internacional, Reportajes e Ideas, viajado como enviado especial a numerosos países –entre ellos Afganistán, Irak y Líbano– y formado parte del equipo de editorialistas. Es autor de ‘Una lección olvidada’, que recibió el premio al mejor ensayo de las librerías de Madrid.

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