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miedo a la libertad
Columna
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Odebrecht: el cólera de la corrupción

La constructora brasileña es un virus que amenaza con eliminar a la clase política regional

En un mundo tan entretenido y asombrado con el espectáculo de Donald Trump desde la carpa en la que ha convertido la Casa Blanca, hay datos estructurales sobre América Latina en los que no se ha puesto énfasis con la rotundidad necesaria. La constructora brasileña Odebrecht es ya una verdadera gripe española para los Gobiernos de derecha y de izquierda en el continente que, a diferencia de esa pandemia que causó decenas de millones de muertos a principios del siglo XX, ha mutado en un virus que amenaza con eliminar a una gran parte de la clase política.

Resulta estremecedor, pero a la vez lógico, que las dinámicas de la impunidad y la corrupción dieran lugar a un entramado tan avanzado en términos tecnológicos como el que articuló Odebrecht, hasta el extremo de crear una especie de comando especial, comprando su propio banco para atender exclusivamente el negocio paralelo de los sobornos y las corruptelas sin límite.

Ahora, Estados Unidos, tan distraído con su guerra interna y los “hechos alternativos” de su nuevo presidente, tiene una nueva arma para configurar el mapa de la política en América Latina en los próximos años. De Brasil mejor ni se habla. Ha pasado de ser el subcontinente del siglo XXI a una vergüenza escondida, que intenta adivinar día a día quién es la mano que mece la cuna y administrar los descubrimientos que, como las capas de la cebolla, muestran hasta dónde llegó la corrupción.

En Perú, el presidente Pedro Pablo Kuczynski ha pedido a la empresa brasileña, responsable de grandes obras de infraestructura en Latinoamérica, que abandone el país, cobrándole además una penalización salvaje no solo por los daños económicos sino por la erosión moral que generó de 2005 a 2014 en al menos tres mandatos presidenciales. Por cierto, en uno de ellos —en el de Alejandro Toledo— Kuczynski era primer ministro.

El gran interrogante es: ¿quién administra el goteo de la información y cómo irán evolucionando los escándalos en cada país? Porque hoy le toca a Panamá, mañana a Argentina, pasado a Colombia, después a Venezuela, a República Dominicana, Ecuador y así hasta México y Guatemala.

Dado que últimamente el Departamento de Justicia estadounidense está comportándose como toda una agencia descubridora de nuevos casos de corrupción en el exterior, hay que considerar que esa información podría ser un arma devastadora para la región. Ya que por nuestra culpa, por nuestra incapacidad, por falta de voluntad y por creer que esto nunca nos iba a pasar estamos armando a alguien que, por lo menos hasta hoy, no parece interesado en usar esa munición, pero que mañana, o según vayan avanzando las aventuras del presidente del imperio del Norte, podría cincelar la política en Latinoamérica con el martillo y el escoplo en la piedra lodosa de la corrupción y no en el mármol de las instituciones.

Odebrecht marca un antes y un después, aunque lo único que hay que reconocer es su raíz profundamente democrática porque todos participaron sin tener problema alguno ni con los populistas, ni con los conservadores, los izquierdistas o los derechistas.

En síntesis, no hubo dificultades con ninguna tendencia política. Por eso ahora, quien esté libre de Odebrecht, que tire la primera piedra.

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