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Tribuna
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¡Oh, las FARC bailan! (La Montañita, Caquetá)

Qué ganas tan tontas de seguir siendo el mismo país de siempre. Qué ganas tan tristes de reducirse a Macondo

Ricardo Silva Romero

Feliz 1964: EFE, la agencia española de noticias, publica un video en el que se ve a los guerrilleros de las Farc festejando el fin de 2016 –en el corregimiento de El Conejo, en La Guajira– con la ilusión de dejar atrás una guerra de medio siglo. Pero, como en un par de planos aparecen bailando con un par de verificadores de la ONU, ni los ladinos analistas de la derecha, ni la azuzadora oposición del Gobierno, ni el Gobierno, ni la ONU, ni sus espectadores, se lo toman como la buena noticia que es. Esa, se supone, es la idea: que unos siete mil guerrilleros salgan por fin de aquella cenagosa tierra de nadie en donde el tiempo es un círculo vicioso, y en donde pueden irse cinco décadas en una misma idea, para mudarse a este país en donde al menos puede celebrarse que los años se acaban, en donde al menos hay pasado y presente y futuro. Pero muchos gritan “¡es una falta de respeto!” cuando ven el tal video.

Es absurdo. Se reúne a un grupo de guerrilleros en una de las zonas de preagrupamiento, que ya de por sí es un milagro, como una primera parte del proceso de desarme que está siendo verificado por los funcionarios de la ONU. Se consigue lo que tiene que conseguirse: que los guerrilleros de las Farc comiencen a recobrar sus identidades –sus humanidades y sus formas de ser– entre una sociedad traumatizada que se ha educado en la idea de que aquellos son unos perros salvajes agazapados en los montes. Y sí: la oposición uribista, que “uribista” en estos casos no suena a tendencia política, sino a calificativo, aprovecha el video para repetir la idea de que los acuerdos de paz ponen a bailar a este país con el narcoterrorismo; aprovecha la ocasión, que aprovechar es lo suyo, para llamar soberanía a la violencia.

Pero no tiene pies ni corazón ni cabeza que tanto el Gobierno como la ONU –que al día siguiente, por culpa del escándalo, sacó a los verificadores bailarines del país– se unan a la indignación desinformada, a la guerra que aún se libra en las palabras y en los hechos. Oh, bailan. Oh, cantan canciones de fin de año. Oh, comen buñuelos como usted y como yo. Quién les dio permiso de portarse como personas antes de haber entregado las armas, antes de haber recibido el permiso. Sí, todo esto de la paz con las Farc es, en resumidas cuentas, el intento de que los colombianos recobren la confianza perdida hace tanto tiempo, pero quién les dijo que podían sentirse cómodos con los verificadores de la ONU. En qué momento se tomaron tan a pecho eso de que había que empezar un nuevo capítulo. No, todavía no. Si quieren sobrevivir en Colombia, no es bueno que se deshagan tan pronto de la costumbre de sobrevivir a duras penas.

Feliz 1964: cuatro policías están siendo investigados en este momento por tomarse una fotografía con una delegada de la ONU y ocho guerrilleros armados hasta las muelas –y a la vera del camino– a los que acompañaban por las carreteras del Caquetá desde el municipio de La Montañita hasta la zona de concentración en Puerto Rico. Se supone que esa es la idea: que por fin los guerrilleros salgan con los agentes de la ley en la misma foto, que los unos y los otros se den cuenta en la práctica de que la guerra ha sido un oficio perverso, un modo siniestro de la resignación. Pero la investigación se llevará “hasta las últimas consecuencias”, de aquí a finales de febrero, porque hasta ahora estamos empezando a entender que lo que ha sido más difícil para Colombia –y ahora lo será más– es quitarnos esta manía de creer que hay colombianos que son menos colombianos.

Oh, ese video vergonzoso. Oh, esa foto que es una falta de respeto. Qué ganas tan tontas de seguir siendo el mismo país de siempre. Qué ganas tan tristes de reducirse a Macondo.

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