¿Y si Trump deportara a Melania?
La xenofobia y el abrazo a Farage rompe la expectativa ilusoria de acuerdo con la cual Donald no iba a ser Donald
La foto obscena de Trump y Farage que retrata ambos en una estancia de oro reviste un valor extraordinario porque desmorona la superstición general que se había improvisado respecto al candoroso proceso normalización que iba a asumir el presidente electo y erecto. Esperábamos que Trump no fuera Trump.
Y que aceptara someterse a una terapia de auto-castración, neutralizando así la excentricidad y la desmesura de la testosterona, domesticando su ferocidad, su machismo y su populismo. El desengaño se ha hecho evidente. Se ha desvanecido la precaria ilusión que había proporcionado su primer discurso y la cordialidad de la visita a la Casa Blanca. La presidencia no había cambiado a Trump ni puede hacerlo, pero sí arriesga a cambiarnos a nosotros, perseverando en una terapia de autosugestión que aspira a edulcorar el peligro evidente y concreto del presidente de EE UU.
Que Trump es Trump ha quedado reflejado en la entrevista a la CBS. Tanto por la profanación de la separación de poderes -¿quién es un jefe de Estado para organizar expulsiones?- como por la perversión ideológica que relaciona la inmigración y la delincuencia. No estaría demasiado tranquilo yo si fuera Melania Trump. Una primera dama de origen esloveno que se expone a la deportación y a la estigmatización.
La euforia de la fotografía de Farage traslada un mensaje inequívoco respecto al mensaje de la xenofobia
Es una situación hiperbólica, de acuerdo, pero Trump representa una hipérbole política de la que no piensa sustraerse. La euforia de la fotografía de Farage traslada un mensaje inequívoco respecto al mensaje de la xenofobia y respecto al embrión de una internacional populista de extrema derecha. Ya se ocupó de resaltarla Marine Le Pen con una entrevista inmediata a la BBC. Trump lleva el estandarte redentor de una sociedad en estado de psicosis. Y convierte la reputación de la democracia norteamericana en un instrumento normalizador, pedagógico, misionero, al que van a adherirse los movimientos populistas de cualquier índole o naturaleza.
La victoria de Trump no se explica sin la subestimación. Un escarmiento que debería tenerse en cuenta en el momento de volver a subestimarlo, reducirlo a la expectativa de un hombre de Estado cuyos verdaderos poderes dependen de los contrapesos institucionales o del papel opositor que pueda desempeñar el partido republicano.
Trump tiene todo el poder del que dispone el anfitrión de la Casa Blanca. Y es un poder enorme, tanto para cuestionar los acuerdos de París en materia de medioambiente, como para abrazarse a Putin, como para forzar el aislacionismo, como para inculcar el miedo al extranjero, como para originar una epidemia de regímenes mesiánicos.
Trump es una aberración y un monstruo. Consolarse con el prodigio de una metamorfosis angelical representa una peligrosa y entrañable capitulación. Más lo es todavía encomendarse a la expectativa de que Trump no cumplirá su programa. Y preguntarse, ¿por qué creemos que Trump va a ser mejor de lo que es y no peor todavía? Ahí esta la caricatura de Berlusconi justificando la duda.
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