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Tribuna
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Y luego se toman un whisky (Miami, Estados Unidos)

Aznar dice lo que dice, soso e irresponsable, como quien cree ser sesudo pero no alcanza a recordar que Colombia no es una democracia parlamentaria

Ricardo Silva Romero

Paciencia. Inhalar, exhalar. Que reine el sentido del humor después de todo. Se pregunta el expresidente español José María Aznar –en la inauguración de la cátedra Mezerhane sobre Democracia, Estado de Derecho y Derechos Humanos en el Miami Dade College– por qué no tuvo consecuencias en el Gobierno colombiano ni en su equipo de negociadores el triunfo del “no” en el plebiscito sobre el acuerdo de paz con las Farc: por qué el presidente Santos no tomó la decisión “impecable” que tomó el primer ministro británico David Cameron –irse– cuando su país votó por salirse de la Unión Europea. Se lo pregunta Aznar “con todo respeto”, ja. Y su amigo, el apoltronado expresidente criollo Andrés Pastrana, que ha liderado con el expresidente Uribe el triste “no”, asegura que Santos no ha asumido la derrota de “un acuerdo de paz que no nació”.

Y uno tiene la tentación de preguntar, con el filósofo, “¿por qué no te callas?”, pero nota a tiempo que no es fácil ser lúcido en Miami.

Pasan bien ciertos expresidentes. Dictan cátedras en universidades que a duras penas los habrían graduado a ellos. Van por el mundo lanzando máximas que comienzan “en mi gobierno…” como haciendo campaña en el pasado. Su memoria selectiva es un prodigio que se alimenta de la desmemoria, de la desidia de los televidentes. Olvidan el día que les pidieron la renuncia. Olvidan sus declaraciones más contundentes –“fue Eta”, “España salió ganando en la guerra de Irak”, “Uribe se sentó con el narcotráfico”, “Uribe es el único colombiano que nunca le dio a Colombia la posibilidad de la paz”– porque sólo los especialistas recuerdan sus frases célebres que se habrán de comer los gusanos. Despotrican. Diagnostican. Piden renuncias. Y luego se toman un whisky: “siga usted, expresidente”; “después de usted, expresidente”.

Aznar dice lo que dice, soso e irresponsable, como quien cree ser sesudo pero no alcanza a recordar –entre tantas cosas– que Colombia no es una democracia parlamentaria, que Colombia no es Inglaterra, sino un país en guerra: al día siguiente los mismos creadores de la propaganda negra contra el acuerdo consiguen echar a andar el hashtag #SantosRenuncieYa porque Donald Trump no se inventó la oposición carnicera ni la política como el arte de convertir rating en votos; porque si no siguieran confundiendo al país sería claro que las consecuencias de la apretada victoria del “no” –que Aznar, el aliado de George W. Bush, no ve– no son descabezados de mentiras sino descabezados de verdad, no son renuncias británicas sino marchas de colombianos pidiéndoles al Gobierno y a sus opositores que respalden un nuevo acuerdo con las Farc.

Dice el jefe del equipo de negociadores del Gobierno, Humberto De la Calle, que sí elige sus palabras, que para honrar el resultado del plebiscito, pero para honrar también el anhelo de paz de todos los colombianos, se trabajará con las Farc en un nuevo acuerdo que recoja las ideas de la oposición. Dice el conciliador jefe De la Calle que las propuestas de los líderes del “no” han sido constructivas, responsables. Y qué bueno que sea él quien lo diga porque desde este lado de la pantalla se les ve a estos líderes gastando demasiada energía en pedirle a Colombia que desconfíe, negándose a hacer lo que la guerrilla ya hizo: regresar de una ideología que todo lo justifica. A pocos políticos les sirve lo que le sirve a su país. A pocos les conviene desempolvar la voluntad para que la paz deje de ser un anhelo rentable para ser un logro.

Por estos días es claro además que suelen lanzar frasecitas incendiarias de puertas para afuera. Y que luego se toman un whisky. Y que un acuerdo nuevo se daría pronto si les importara un poco y si les diera la gana.

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