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La locura de la estupidez

12 de octubre de 1936. Con la cara velada y golpes de un solo brazo extendido. El irracional grito pedía la muerte de la inteligencia y una voz en medio del desierto en que habían convertido a la universidad alcanzó a rimar que quienes creen vencer por la fuerza de su intolerancia, no convencerán jamás.

18 de octubre de ochenta años después. Con las caras veladas y nombres de fantasmas. Los gritos irracionales espetaban con sus gritos los adjetivos que, en realidad, los describen a ellos mismos.

En la última recopilación de luminosos artículos que pensara y escribiera Umberto Eco se subraya la diferencia entre querer estar en boca de todo el mundo y sentirse famoso. Habla de una generación que soñaba con destacar por ser el mejor deportista o precoz pensador, a diferencia de la efervescente podredumbre de quien ansía figurar como sea, con tal de que los demás hablen o ladren. Por algo ese último libro de Eco se intitula De la estupidez a la locura y por algo se hizo hoy eco de sus peores pronósticos la bochornosa escena de una bilis enmascarada, la intolerancia imbécil y enrevesada esquizofrenia.

Hartazgo, hastío, intolerancia insuflada por una verborrea venezolana, una confusión trasatlántica, hueco oportunismo, pequeña chispa que anuncia el peor de los pretéritos, cierta demencia y mucha amnesia, la cíclica ignorancia, la falta de palabras, la renuencia al diálogo, el calentamiento paulatino de los ánimos con las consignas como pegatinas, la baba nostálgica a una épica ajena y en blanco y negro que nada tiene que ver con si disfuncionalidad tuitera, su cabellera de pose, los cochupos de sus ingresos, el envión de la marcha callejera que se desinfla en las urnas, las teorías conspiracionistas como si fueran canciones de nueva trova, las meras ganas de gritar, golpear la puerta, taparse la cara, fingir que entienden lo que no entienden, recordar lo que desconocen, inventar sin imaginación, desfilar ya sin discurso... la falta de palabra.

Universidad no debe ser nunca más reducto de cerrazón y portazos. Universidad no debe de ser espacio para callar al libertad de expresión ni limitar como sea la presencia de diálogo. Universidad no debe ser templo de intransigentes ni aviso del peor porvenir que se proyecta intacto en el más doloroso pasado.

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