Lo que pasa es que no sabemos lo que pasa
En los últimos años se han ido produciendo desarrollos pasablemente portentosos que dan inicio a algo de consecuencias tan decisivas como imprevisibles
Lo dijo un sabio español hace casi un siglo en una coyuntura distinta y parecida, por la inquietud que genera, a la actual. “Lo que pasa es que no sabemos lo que pasa”. En los últimos años, notablemente en 2016, se han ido produciendo desarrollos pasablemente portentosos que dan inicio a algo de consecuencias tan decisivas como imprevisibles.
Primero, una guerra. O varias. En Siria-Irak se libra una multi-guerra civil e internacional en la que no hay dos contendientes que tengan exactamente los mismos enemigos, en la que alianzas y contra-alianzas se crean y destruyen como la energía. Todos aseguran obrar contra un adversario común, el Estado Islámico (ISIS, por sus siglas en inglés), pero en grados muy diversos de inquina. Siempre podrá decirse que es una pugna por terceros interpuestos entre EE.UU y Rusia por la influencia en la zona, pero antes que nada es la guerra de la multipolaridad, heredera de la implosión de la Unión Soviética, una guerra inédita que Occidente no puede perder, pero que parece imposible de ganar porque la victoria no debe ser sólo territorial.
Los partidos de extrema derecha ven en el ¿aluvión? de huéspedes indeseables la oportunidad de reivindicar una “Europa para los europeos”
Luego, Europa. La crisis de los refugiados, subproducto de la guerra, revela la fragilidad de la construcción europea. Los partidos de extrema derecha ven en el ¿aluvión? de huéspedes indeseables la oportunidad de reivindicar una “Europa para los europeos”, que quiere decir para cada uno de ellos. Marine Le Pen en Francia; las sucesivas elecciones de presidente en Austria con el temor de que la xenofobia triunfe en Viena; Hungría, que no le falla nunca al nacionalismo identitario; y especialmente Alemania, donde crece la alternativa a la Europa de la señora Merkel. Si el fulcrum germánico cede toda Europa se tambalea. Y el propio Brexit es una reacción entre el horror de los ingleses de sentirse cada día más continentales o dejar de ser incluso “continentales”, si se les llena el país de inmigrantes ‘enviados’ por Bruselas.
Y nunca por último, dos plebiscitos. Hillary y Trump; Santos y Uribe.
Difícilmente un candidato demócrata a la presidencia de EE UU había despertado tan limitado entusiasmo como Hillary Clinton; igual que el presidente colombiano ante la aprobación o rechazo de su propuesta de pacificación con las FARC. Jamás un outsider como Trump había llegado a la final de noviembre -¿Goldwater en 1964?-, suscitando tanto fervor como crítica; lo que también es el caso del expresidente Uribe, el gran político de masas de la Colombia contemporánea; y en ambas circunstancias, los favoritos oficiales, apoyados por sus respectivos establecimientos en peso, son Clinton y el líder bogotano.
Si gana Hillary seguiremos trampeando de Siria al otro confín; si lo hace Trump se abre una incógnita que muchos califican de pavorosa; si es Santos, Colombia toma un camino del que sólo sabremos lo acertado a la vuelta de unos años; y si pierde marcaremos el paso sobre el propio terreno y nada de lo negociado en La Habana se tendrá en pie.
Guerra en Oriente Medio; marea ultraderechista en Europa; sendas redefiniciones de EE UU y Colombia. En este tiempo, como en el de Ortega, pasa que no sabemos lo que pasa
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