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Ni contigo ni sin ti

La mera celebración del referéndum en Reino Unido ya es una catástrofe

El próximo 23 de junio el Reino Unido votará sobre su permanencia en la UE, y, aparte de que es francamente proceloso determinar qué sería mejor para Europa, que se queden o que se vayan, la mera celebración del referéndum ya es una catástrofe.

Han menudeado testimonios de personalidades a favor del statu quo. Barack Obama ha cargado con todo el peso de la llamada "relación especial" del lado del Sí. A la fuerza ahorcan, porque el peón británico bien situado en Europa es un factor, si no imprescindible, sí apreciable de la estrategia de cualquier ocupante de la Casa Blanca.

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Se han desmarcado únicamente Marine Le Pen, que ve aliados en cualquier reticencia ante la UE, y el inefable Donald Trump, que ya tendría tiempo de cambiar de opinión en el caso, aún hoy improbable, de llegar a sentarse en el despacho Oval. Los euroescépticos de las Islas rechazan, sin embargo, el apoyo de ambos, porque saben que son malas compañías para quienes quieren afectar la máxima respetabilidad. Pero en la convocatoria se deciden otras cosas de enjundia nacional británica.

El premier David Cameron, que está convencido de que sería un desastre la retirada, lo ha apostado todo a una votación en la que se presenta como aquel que ha sido capaz de arrancar de una Europa, siempre renuente, un new deal para la tierra del bombín, la cartera y el paraguas. Pero es en su partido, el conservador, donde encuentra la mayor concentración de anti-europeos, que juegan, como el exalcalde de la capital, Boris Johnson, a sacar a la vez al país de la UE y a Cameron de Downing Street.

Los argumentos tanto en favor como en contra son aparentemente sólidos. Sin el Reino Unido es como si "Roma ya no estuviera en Roma", que dijo Gabriel Marcel, y con los insulares dentro acontece que dos son multitud. Tras el fuerte desapego británico hay una conciencia reptante de que los naturales se parecen cada día más a los continentales, a los franceses —frogs— que, como dijo Mme. Thatcher: "No hacen más que perder guerras"; a los alemanes, por los que "no tenía ningún aprecio"; y a los pueblos del Sur, que "no eran de fiar", como contó un alemán de St. Antony’s, nacionalizado lord Dahrendorf, todo lo que ha contribuido a construir un reflejo hiperlocalista. Y la estadística refuerza el patriotismo. Se asegura que el café le va ganando terreno al té, cosa que podría suponer para el británico castizo un grave problema de empleo del tiempo: ¿qué hacer a las cinco de la tarde?

El resultado del referéndum será en sí mismo malo porque si, como parece posible, se resuelve, digamos, por un 51% a 49%, incluso a favor, habrá una exigua mayoría de los que se quedan, pero solo debidamente sobornados, y una gran minoría de quienes, ni con trato especial quieren avecindarse en Europa. Y, por último, la consulta marca un camino, el de una UE, no ya a dos velocidades, sino de compartimentos estancos, ciudadanos de primera y de segunda clase. A todo eso es a lo que cabe llamar una catástrofe.

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