“En historia, Trump es un completo ignorante”
El reputado historiador británico, profesor en Harvard, denuncia en ‘Manifiesto por la historia’ el cortoplacismo que invade a los dirigentes
David Armitage se ha propuesto corregir la miopía que invade el tiempo que nos ha tocado vivir: la de los políticos que no miran más allá de la siguiente cita electoral; la de los empresarios que no ven más allá del balance trimestral; la que ha conducido a un mundo desigual y a una crisis climática que amenaza a la propia especie humana. En Manifiesto por la historia (Alianza Editorial), libro que firma junto a la historiadora Jo Guldi, reivindica el papel de los historiadores, que, sostiene, deben volver a la primera línea, a participar en la toma de decisiones. En su opinión, el ascenso de los economistas a posiciones de liderazgo ha propiciado una promoción del producto interior bruto como indicador a reverenciar, con los efectos colaterales que de ello se derivan: cortoplacismo, desempleo, recortes en sanidad, en educación… Es más, los propios historiadores se han dedicado a la microhistoria, acortando los periodos de sus estudios, apostando por relatos casi costumbristas, marginando la mirada larga.
Profesor de historia intelectual e historia internacional en la Universidad de Harvard, exdirector de este departamento y autor de 16 libros, este británico nacido en 1965 en Stockport, Inglaterra, concede esta entrevista al día siguiente de pronunciar una conferencia en la Fundación Rafael del Pino de Madrid. El hecho de que haya obtenido la nacionalidad norteamericana hace apenas un año no contamina en absoluto su pulcro acento british. Se muestra como un hombre que gusta de enfatizar pronunciando con extremada exactitud aquellas palabras sobre las que desea poner el foco.
Pregunta. ¿Qué implicaciones tiene la retirada de los historiadores de la escena pública y el ascenso de los economistas que denuncia en su libro?
“El descontento se ha alimentado del conocimiento de lo extrema que ha sido la desigualdad”
Respuesta. Puede que los historiadores estén envidiosos por el modo en que los economistas han influido en el debate público, y por cómo se han vuelto preeminentes como consejeros de Gobiernos y políticos. La consecuencia es que el foco se ha estrechado en el presente, las políticas contemporáneas no se han puesto en perspectiva. Creo, no obstante, que esto ha empezado a cambiar debido al impacto de la crisis financiera de 2008. El estudio de informes trimestrales y de presupuestos anuales no es suficiente para anticipar los problemas. De ahí que en el libro defendamos la necesidad de incorporar las capacidades de los historiadores para abordar estrategias más amplias en las políticas públicas y en las de las organizaciones.
P. En su libro defiende la necesidad de un análisis nuevo y crítico de los hechos históricos a partir de los datos, Y cita El capital en el siglo XXI, de Thomas Piketty, que puso el foco en la desigualdad. ¿Es este libro un ejemplo del análisis crítico que necesitamos?
R. Ese libro es un gran ejemplo de lo importante que es cambiar la escala del tiempo en los estudios…
P. Y, vaya, lo firma un economista.
R. Sí, pero también habla de sí mismo como historiador… Utilizó una larga serie de datos históricos, de países distintos. A pesar de alguna que otra generalización en sus tesis, demostró que en las últimas dos o tres generaciones la creciente prosperidad puede llevar a mayores desigualdades incluso cuando estas disminuyen entre las naciones. Algunos de los datos que utilizó han sido cuestionados por ser de procedencias distintas, eso generó un debate de gran interés; pero ha hecho una gran contribución, y ha enmarcado un problema que otros investigadores siguen estudiando.
Coordenadas
Un libro. 'Aztecs', del historiador australiano Inga Clendinnen. "Muestra la manera de entender la alteridad absoluta sin repulsión o condescendencia".
Una idea. "El sufragio universal a los 16 años. El futuro pertenece a los jóvenes".
Una certeza. "La enseñanza es al mismo tiempo la profesión más valiosa y la más infravalorada".
P. Como historiador, ¿considera el crecimiento de la desigualdad como uno de los problemas fundamentales que reflejarán los libros de historia cuando se revise la evolución del capitalismo en estas últimas décadas?
R. Sin duda. No se puede ignorar, por las respuestas públicas que se han dado, por los debates políticos que ha generado. Y ahora vemos el populismo que ha emergido en Europa y en Estados Unidos, que se sustenta en los sentimientos de abandono que han experimentado los que no se vieron beneficiados en los últimos tiempos. El descontento se ha alimentado del mayor conocimiento de lo extrema que ha sido la desigualdad, de ver cómo se redistribuyó riqueza en la última generación, a ambos lados del Atlántico. Un descontento que ahora ha desembocado en sentimientos contra la inmigración. Cuando miremos atrás, algunos ya lo llaman la crisis del capitalismo tardío, va a ser una parte imposible de ignorar de la historia del principio del siglo XXI.
P. Habla usted del auge de los sentimientos antiinmigración, ¿qué es lo que más le preocupa en estos momentos?
R. El auge de un nacionalismo étnico y aislacionista de Trump y sus seguidores es algo que pensé que no vería en mi vida. Tampoco esperaba el éxito del Brexit. Comparten algunos impulsos: el retorno a míticas visiones del pasado de las culturas nacionales, el cierre de fronteras, de mentes… Es muy preocupante.
P. ¿Diría que es peligroso que Trump gane?
R. Diría que es peligroso, vivimos un momento muy peligroso. Me convertí en ciudadano norteamericano a principios de este año y, como votante, y como historiador, estoy extremadamente preocupado. Trump adoptó el eslogan America First [América, primero], término que utilizó el aviador antisemita y activista de los años treinta Charles Lindbergh. La gente pensó: “No puede ser que no supiera esto”. Pero es probable que no lo supiera porque, en historia, es un completo ignorante, no le interesa nada.
P. ¿Cómo ve el Brexit desde Harvard?
R. Estoy totalmente convencido de que es un error. Si hubiera estado en Reino Unido, habría estado totalmente al lado del Remain.
P. Y como historiador, ¿cómo lo explica?
R. De modos que, estructuralmente, también sirven para explicar el auge de Trump: un sentimiento de muchos de los votantes, tanto del Brexit como de Trump, de haber sido abandonados. Y por encima de todo, sobre todo en el caso del Brexit, por las mentiras y la desinformación sembrada en las campañas de los pro Brexit,, que han sido expuestas a posteriori, como la de entradas masivas de inmigrantes turcos… Hay que recordar el trabajo del filósofo Harry Frankfurt en On Bullshit. Hay una gran diferencia entre la mentira y la tomadura de pelo [bullshit, en inglés]. El mentiroso sabe cuál es la verdad y deliberadamente la evita; el bullshitter es alguien como Donald Trump, que no sabe cuál es la verdad, le da igual y dice lo que sea para persuadir a los que le escuchan. El criterio de la verdad le resulta completamente extraño al bullshitter. Así es Trump. Nunca le ha importado la verdad, así que ni siquiera sabe que es un mentiroso. Mentir implica conocer la verdad y evitarla.
El bullshitter es alguien como Donald Trump, que no sabe cuál es la verdad, le da igual y dice lo que sea para persuadir a los que le escuchan
P. Usted cree en el poder del big data para iluminar algunas sombras de la historia… Pero eso deja fuera muchas fuentes manuscritas. ¿Cuál es el límite para el entusiasmo con el big data?
R. Sí, es algo sobre lo que los historiadores debemos reflexionar. Pero lo esperanzador es que hay varios proyectos de lectura electrónica de la escritura, habrá más documentos digitalizados.
P. ¿Considera que más tecnología, productividad e innovación conducen a una mayor riqueza u ocio para todos?
R. La tecnología ha invadido muchos espacios que teníamos para respirar, para pensar, para relajarnos, para relacionarlos con otros. Yo tengo una personalidad adictiva y por eso no he tenido nunca teléfono móvil, estaría todo el rato usándolo. Es difícil sustraerse al hecho de tener tanta información al alcance de tus dedos, el diluvio de correos electrónicos… En esto, la expansión de la tecnología no nos condujo a la utopía del ocio.
P. Manifiesto por la historia fue publicado online, todo el mundo pudo acceder a él, con lo que suscitó muchos debates y feroces críticas. Entre ellas, la de Deborah Cohen y Peter Mandler en la American Historical Review, que decían que su aproximación a la historia era una ficción.
R. Ya les contestamos en su momento, largamente, pero lo que se ha demostrado es que las tendencias que mostramos eran palpables: un declive de los periodos estudiados por los historiadores y una reciente expansión. Sea cual sea el calor que agitó esas críticas, lo importante es que, a pesar de lo duras o injustas que fueron algunas, creamos un debate genuinamente global en cinco continentes sobre el futuro de la historia y su lugar en el espacio público. Estoy orgulloso de haber sido parte de ello.
P. ¿La preeminencia del corto plazo es una enfermedad de esta sociedad en la que vivimos?
R. Sí; y si es una enfermedad, podemos imaginar que tiene cura. Nosotros proponemos posibles curas en el Manifiesto. Es un libro terapéutico.
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