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EL FACTOR HUMANO
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La paz de Rajoy

El presidente español no debería ir a Colombia a la firma de los acuerdos por coherencia y porque no se lo merece

El presidente Santos y el jefe de las FARC, Timochenko, en junio en Cuba.
El presidente Santos y el jefe de las FARC, Timochenko, en junio en Cuba.Ramon Espinosa (AP)

“La hipocresía es el homenaje que el vicio tributa a la virtud”

François de La Rochefoucauld, escritor francés del siglo XVII

Cuentan en Bogotá que Mariano Rajoy, el presidente del no Gobierno de España, asistirá junto a otros mandatarios internacionales a la firma de los acuerdos de paz de Colombia en Cartagena de Indias el 26 de este mes. No debería ir. Por coherencia y porque no se lo merece.

Los acuerdos, que deben ser ratificados en un plebiscito que se celebrará el 2 de octubre, pondrían fin a una guerra de más de medio siglo entre sucesivos Gobiernos colombianos y la guerrilla izquierdista de las FARC. El mundo lo celebra. Pero es curioso que el Gobierno del Partido Popular de Rajoy lo celebre también.

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Primero, porque la política pragmática de paz del presidente colombiano, Juan Manuel Santos, está en el polo opuesto a la rigidez doctrinaria de Rajoy frente a todo intento de negociación en su propio país, especialmente en el País Vasco. Sería menos hipócrita de su parte alinearse con el locuaz opositor a los acuerdos colombianos, el expresidente Álvaro Uribe, que hoy lidera la campaña "furibista" por el no en el plebiscito.

Segundo, porque, como ha confirmado gente íntimamente involucrada en las largas negociaciones entre el Gobierno y las FARC en La Habana, el Ejecutivo español, a diferencia de otros Gobiernos europeos, no ha aportado nada sustancial al proceso de paz.

Uribe tuvo toda la razón cuando señaló durante una visita a Madrid en julio las abismales contradicciones entre la política interior y exterior del Gobierno español. El proceso de paz colombiano, como los que acabaron con éxito en Sudáfrica e Irlanda del Norte, partió de la premisa inaceptable para Uribe de que la paz conlleva un precio: para acabar con la violencia se tiene que subordinar la justicia perfecta a la dura realidad política; la paz se gana a cambio de que criminales se libren del castigo que por ley se merecen. Los acuerdos colombianos se apoyan en la decisión del presidente Santos de aceptar que, bajo las condiciones de un sistema de “justicia transicional”, los guerrilleros de las FARC no sufrirán los castigos que la ley exige y podrán participar en la vida política del país con tal de que formen un nuevo partido.

Incluso desde antes de que el Partido Popular llegara al gobierno, Rajoy se opuso a dialogar, mucho menos a aceptar semejante pacto, con ETA o sus aliados políticos. Lo cual estuvo en todo su derecho de hacer, por supuesto. El problema que tiene Uribe con Rajoy es que, por un lado, el Gobierno español denosta cualquier intento de acercamiento con sus adversarios vascos y, por otro, aplaude el diálogo con las FARC.

“Los españoles nunca le habrían dado esta impunidad a ETA”, dijo Uribe en una entrevista con el diario Abc. “Las FARC no irán un día a la cárcel. Imagínense que eso hubiera pasado en España. No lo habrían permitido… ¿Por qué los políticos y medios de comunicación de España piden la impunidad para las FARC que nunca le dieron a ETA?... ¿Por qué quieren que Colombia se arrodille ante las FARC?”

La diferencia es que el diálogo que el Gobierno de Rajoy sigue rechazando hoy en el País Vasco trataría asuntos de una gran sencillez comparado con lo que ha habido sobre la mesa durante los últimos cuatro años en La Habana. Aparte de que la guerra con las FARC ha cobrado 200 veces más muertos que el conflicto vasco, ETA ha declarado el fin a su actividad terrorista. El Gobierno de Rajoy solo ha tenido que tratar dos temas, el traslado (ni siquiera la liberación) de presos etarras del sur de España a su tierra; y el desarme de ETA. Tanto el Gobierno vasco como la sociedad vasca le piden que lo haga, pero Rajoy ni lo contempla.

Quizá la mayor contradicción entre los acuerdos que firmará Santos con las FARC y los cero acuerdos de Rajoy con el entorno etarra se centra en el trato que se le ha dado al líder independentista vasco Arnaldo Otegi. Otegi indudablemente ha sido simpatizante de lo que él llamaría “la lucha armada” de ETA pero también es verdad que, no sin cierto riesgo personal, ayudó a convencer a los líderes de ETA a que abandonaran el terrorismo y acabó siendo uno de los principales artífices de la paz que hoy reina en España. Sin embargo, fue encarcelado durante seis años y medio y desde su liberación en marzo se le niega el derecho a participar en la política como candidato electoral.

Por un lado, entonces, el castigo desmesurado a Otegi; por otro, el apoyo incondicional de Rajoy a que líderes guerrilleros de las FARC con sangre chorreando de las manos no tengan que cumplir condenas carcelarias y sean libres para participar en la política.

Más consecuente hubiera sido que Rajoy se alinease con Uribe y boicoteara la firma de los acuerdos en Cartagena. Quizá algo de consecuencia hubo, sin embargo, en la nula aportación española al proceso de paz colombiano, afirmación confirmada por varios participantes en las negociaciones que han agradecido, por otro lado, la colaboración en logística, dinero y consejos políticos de Gobiernos y mediadores provenientes de Noruega, Irlanda, Reino Unido, Estados Unidos, por supuesto Cuba, e incluso Venezuela.

Como ejemplo de la desidia española, un par de diplomáticos británicos cercanos a las negociaciones viajaron a Bruselas en 2014 a informar a delegados de los países miembros de la Unión Europea sobre la evolución de los diálogos colombianos. Fueron recibidos con interés y entusiasmo por todos salvo el representante español, que dejó claro con la frialdad del recibimiento que les dio que su Gobierno resentía no ser el protagonista europeo del proceso colombiano. Como si los representantes diplomáticos de la madre patria hispana, según observó un mediador cercano al presidente Santos, tuviesen una especie de “derecho de pernada” en la política latinoamericana negado al resto de las naciones europeas.

Se supone que no todos los jefes de Estado y Gobierno que participarán en el acto histórico de Cartagena en dos semanas serán conscientes de la hipocresía o la soberbia negligencia de Rajoy en caso de que él acuda a celebrar la firma de los acuerdos de paz. Pero muchos de los que sí se esforzaron para hacer causa común con el presidente Santos, tanto colombianos como extranjeros, lo mirarían con sensación de ridículo.

Si Rajoy tuviera un poco de vergüenza no iría. Pero como no siente ninguna por su bochornoso papel actual en la política nacional, ¿por qué la va a sentir por lo que hace o no hace en política internacional? A su manera y pese a todo hay que reconocer que sí es coherente. A su manera estará en paz.

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