Que nadie se pudra en Colombia (Parque de la 93, Bogotá)
Quien celebra la paz, quien llama a votar “sí a la paz” en el plebiscito de octubre, busca que la historia de las víctimas no quede sepultada
Esto también es verdad: voy de paso, y con el tiempo contado para llegar a mi casa, y sin embargo en una esquina del discutido Parque de la 93 –que unos lo ven como un monumento al innegable clasismo bogotano, pero los niños suelen tomárselo como un parque y ya– soy testigo del desconcierto de un ejecutivo que conozco cuando un colega le responde al grito feliz de “¿qué tal la noticia de la paz?” con la sentencia lapidaria “¿qué tal?: pues que habrá que irse de este puto país de guerrilleros”. Son las 5:50 p.m. del miércoles 24 de agosto de 2016. Millones de colombianos celebran la noticia de un acuerdo final de paz con la guerrilla de las Farc. En el Parque de los Hippies, en la calle 60, cientos de desconocidos se abrazan porque es el fin de la guerra. Pero en esta esquina hay un hombre dándose el lujo de dudar de un pacto de paz: “Qué farsa”, dice.
Repite las frases sueltas que se dicen contra el acuerdo desde una oposición enardecida y ensordecedora comandada por el expresidente Uribe Vélez: “Entregarán curules a asesinos”, “vendrá la peor de las violencias”, “habrá impunidad”.
Insiste en una pregunta difícil de responder: ¿Cómo puede ser que el exministro Arias sea esposado de pies y de manos en una celda de Miami el mismo día, hoy, en el que se celebra que los guerrilleros participen en política?
Se refiere a una promesa incumplida, al excandidato conservador Andrés Felipe Arias, que por cuenta de su paso por el Gobierno vehemente de Uribe Vélez –llegaron a llamarlo “Uribito” por serle fiel hasta a la voz pausada de su jefe– fue de una juventud prestigiosa llena de triunfos académicos a una madurez marcada por una excesiva condena de la Corte Suprema de Justicia –17 años– por “celebración de contratos sin cumplimiento de requisitos legales y peculado a favor de terceros”. Desde julio de 2014 hasta hoy Arias fue un prófugo de la justicia en busca de asilo político en Estados Unidos. Según la oposición, es una prueba de que los alfiles de Uribe han sido perseguidos para poner al rey en jaque: “Arias no se robó un peso”. Según la oposición de la oposición, es una prueba de que el uribismo lo corrompe todo: “que se pudra en la cárcel”.
Quien celebra la paz, quien llama a votar “sí a la paz” en el plebiscito de octubre –como el hombre sin piernas, envuelto en la bandera de Colombia, en la foto que circula en las redes–, busca que la historia de las víctimas no quede sepultada, defiende las versiones antagónicas y las posiciones irreconciliables dentro de la ley, exige una política sin armas que jamás vuelva a justificar la violencia, reivindica el derecho a no heredar venganzas ni prejuicios (a tomarse un parque como un parque, por ejemplo) y pregunta en voz alta para qué le sirve a la sociedad pudrir en la cárcel a sus renegados como vengándose de sus blasfemias, como diagnosticando sus psicosis. Quien vota “sí” piensa que la gracia de la paz es que nadie se tenga que ir de aquí. Quien vota “sí” vota por un país nuevo en el que nadie dependa de que nadie se pudra.
Quise decirle al colega de mi amigo, sin lanzarle condescendencias ni estigmas ni insolencias, que quien vota “sí” busca que también tengamos en común el pasado y el derecho a volver a la casa, y pretende que este deje de ser, justamente, un país de guerrilleros, pero no tuve a la mano el tiempo ni las palabras exactas.
Dos días después una escena nunca vista habló por mí: los jefes del grupo negociador del Gobierno fueron recibidos en el aeropuerto de Bogotá por una muchedumbre de colombianos agradecidos como si fueran medallistas olímpicos, como si, luego de años de monólogos violentos, el diálogo se hubiera vuelto un extraño deporte de aquellos en los que le va bien a Colombia.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.