El ‘Sí’ y ‘No’ colombiano
Gobierno y guerrilla se han expuesto tanto, sin embargo, en casi cuatro años de conversaciones que para ambos el ‘No’ sería una catástrofe
El Gobierno colombiano asegura que se ha acabado la guerra con las FARC. ¿O no? Faltan flecos menores por recoger, la X conferencia de la guerrilla para ratificar lo establecido en La Habana, la integración del ELN en estos o parecidos acuerdos y, especialmente, el plebiscito del 2 de octubre como refrendo o desautorización de lo actuado. ¿Pero qué significan el sí o el no ciudadano?, porque en Colombia nada es tan blanco o negro —paz o guerra— como en el resto del planeta.
El Sí es una apuesta, preñada de escollos, a favor de que Colombia a la vuelta de unos años se haya quedado sin la coartada de la insurrección para justificar todo lo injustificable: falta de una auténtica reforma agraria; reparación de víctimas; inevitable incorporación de la guerrilla a la vida política; erradicación de cultivos ilícitos; y, no por último, purga de una burocracia ineficaz, innecesaria y clientelista, inconcebible en un país medianamente moderno.
El No abre un abanico de posibilidades, como corresponde a la fértil imaginación jurídica del país. El presidente Santos ha anunciado estentóreamente que el rechazo destruye todo lo acordado, que es la vuelta a la primera casilla de la guerra del bosque y la montaña, pero reina la extendida convicción de que lo ha dicho para meter miedo y que la gente vote Sí. La Corte constitucional corrobora que los acuerdos serían inaplicables, pero igualmente admitiría que se renegociasen, y, aunque no lo diga, cambiar una coma de sitio constituiría un nuevo texto. Con un documento retocado Santos podría presentarse de nuevo ante el electorado o pasar de plebiscito, puesto que la consulta ha sido una concesión graciosa a la democracia directa, y no le obliga. Pero es cierto que el revolcón sería mayúsculo y el presidente quedaría gravemente tocado, razón por la que precisamente cabría dudar de que se resignara a pasar a la historia como otro fracasado en el empeño de hacer de Colombia un país normal.
Es seguro que el expresidente Uribe, hoy senador y líder del partido, Centro Democrático, que preconiza el No, se sublevaría contra cualquier tentativa de salvar lo salvable; y, presumiblemente, abogaría por una renegociación que nadie mejor que él podría dirigir; fórmula esta con la que trata de desacreditar la idea de que su No es un Sí a la guerra, para transformarlo en un Sí a un acuerdo diferente que no sea la rendición ante el terrorismo narcotraficante de las FARC.
Gobierno y guerrilla se han expuesto tanto, sin embargo, en casi cuatro años de conversaciones que para ambos el No sería una catástrofe. Hace unos días un comandante guerrillero decía en privado que en caso de que saliera el No “estamos jodidos”. Y las sastrerías campamentales de las FARC hace meses que solo cosen ropa civil. El escritor colombiano William Ospina escribía con un raro optimismo hace unos años que “lo que era guerra aprenderá a ser diálogo; lo que era violencia…exigencia y reclamo; lo que era silencio… convertirse en relato”. Esa es la feliz idea de una nueva Colombia. Ahora toca a los colombianos.
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