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Tribuna Internacional

Una genuina ‘primavera musulmana’

El avance hacia la modernización del principal partido islamista de Túnez es un hito que puede influir en los países del entorno

Protestas contra el gobierno de Zine El Abidine Ben Alí en Túnez, 2011.
Protestas contra el gobierno de Zine El Abidine Ben Alí en Túnez, 2011. Christophe Ena (AP)

En plena crisis del pensamiento islámico, la reciente transformación de Ennahda, el mayor partido del Parlamento de Túnez, que pasa de ser una formación islamista a una meramente política, pretende enterrar un islam político que ha encorsetado a las sociedades musulmanas durante el siglo XX, con versiones bastardas que aún colean, como la que interpreta el Estado Islámico, y resurrecciones inquietantes, como la que alienta Erdogan en Turquía. La duda ahora es el grado de sinceridad que conlleva este histórico giro y si tendrá efecto en el resto de las sociedades musulmanas.

Separar la actividad política de la predicación religiosa supone un hito, una auténtica revolución, un gesto de modernidad y es también una arriesgada apuesta. “Es una evolución, no una ruptura”, explica Rachid Ghannuchi, el carismático líder de Ennahda. “Lo que hacemos es transformarnos en un partido político puro. Distinguiremos entre política y religión; diferenciar entre lo sagrado y lo que se puede interpretar de forma independiente. Creemos que más del 90% de los textos islámicos se puede interpretar”, aclara. Ennahda integra en la actualidad un Gobierno de coalición que lidera su principal adversario en las últimas elecciones, el partido conservador y anti-islamista Nidá Tunis.

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Influido por el pensamiento de los padres del islam político ­—el egipcio Hasan al Banna (fundador de los Hermanos Musulmanes) y el pakistaní Abu Alá al Maududi— Ghannuchi fundó en 1972 en Túnez un movimiento religioso y social de raigambre islamista. Tras licenciarse con brillantez en filosofía, viajó a Damasco —donde se empapó de las teorías de Sayed al Qutb, uno de los principales inspiradores del yihadismo actual— y a París, donde entró en contacto con la escuela ultraconservadora de origen indio Jamaa Tabligh wa Daawa, una de las organizaciones tradicionalistas panmusulmanas más influyentes del siglo XX. Ambas experiencias, unidas al peculiar nacionalismo de su compañero de aventura, Abdel Fatah Mouro, dieron lugar a la Yamaa Islamiya tunecina —embrión de Ennahda— clave en el devenir del islamismo en el norte de África.

Tanto Ghannuchi ­(ejecutor político) como Mouro (autor intelectual) subrayan que la metamorfosis que acomete ahora Ennahda es fruto de la compleja evolución de la sociedad tunecina desde que hace más de un lustro eclosionaran las primaveras árabes. Una transmutación “sopesada e irreversible” con la que pretenden responder a los desafíos económicos, sociales y de seguridad que aún amenazan a la única transición democrática que sigue en marcha. Cinco años después de la caída de la dictadura de Zine el Abidin Ben Alí, la corrupción es todavía un mal sistémico. El desempleo ha crecido y las promesas de crecimiento y de modernización de las infraestructuras no se han cumplido, pese a que el Estado ha recibido más de 7.000 millones de euros en ayudas y créditos internacionales desde 2011. La llamada economía informal se ha disparado alcanzando un 53% del PIB y se ha multiplicado el número de tunecinos deseosos de emigrar, ya sea de forma regular o irregular.

Separar la actividad política de la predicación religiosa supone una revolución, pero es una apuesta arriesgada

A la situación económica se suma la desilusión frente a un proceso político muy trabado. En 2014 se aprobó una de las Constituciones laicas más avanzadas del mundo musulmán, pero la lucha por las libertades individuales y colectivas ha padecido un fuerte frenazo y, en algunos casos, un peligroso retroceso. Vuelven a aflorar casos de torturas en las cárceles, represión por motivos de opinión y arrestos indiscriminados. En ocasiones, se debe a una errónea —e interesada— interpretación de la lucha contra el yihadismo, otra de las lacras incubadas durante la tiranía que han resurgido. Túnez sufrió en 2015 tres graves atentados que hundieron una de sus principales industrias: el turismo. Además, según datos de organismos independientes, cerca de 9.000 tunecinos se han incorporado en los últimos años a grupos extremistas armados en Siria, Irak, Libia y el sur del país.

Anegado cualquier tipo de oposición, solo movimientos como Ennahda o los Hermanos Musulmanes lograron durante la pasada centuria capitalizar la frustración que generaban las tiranías. Lo hicieron gracias a su interpretación retrograda de la religión y a un poderoso eslogan: “el islam es la solución”. Al Banna argumentaba que el verdadero credo había sido pervertido por los dirigentes y pensadores posteriores y que la misión de todo creyente era recuperar su espíritu primigenio. Al igual que Al Maududi, predicaba que ejercer de musulmán consecuente significaba esforzarse para islamizar la vida, las instituciones y las estructuras políticas en su conjunto. La sharía debía ser la única fuente de ley y el Corán la única Constitución. En respuesta a la represión de esta forma de islam político, Sayed Al Qutb radicalizó aún más el discurso en la década de los sesenta. El erudito egipcio concluyó que el esfuerzo islamizador —yihad— no era una obligación, sino un deber impuesto por los Gobiernos musulmanes, que habían devenido en herejes y corruptos al importar de Occidente “conceptos perversos como la separación de la iglesia y el Estado”. Solo el Islam prístino, reflexionaba Al Qutb, es capaz de enfrentarse a estos regímenes blasfemos y al materialismo occidental.

Quienes defienden el tránsito de Enhada de partido islamista a partido estrictamente político recuerdan que la formación aceptó la nueva Constitución tunecina de 2014, que declaraba el Estado laico y no mencionaba la sharya como fuente de ley, algo excepcional en los países islámicos. Los que recelan subrayan que el movimiento islamista moderado lideró los tres años de Gobierno tripartito, en los que creció el yihadismo, se agudizó la crisis económica y el proceso político casi descarrila. Avanzado 2016, el nuevo partido es ya la principal fuerza en el Parlamento tunecino. No ha renunciado al islam —que queda en manos de fundaciones afines, pero sin vínculo estructural— y ha barnizado su discurso con un esmalte nacionalista para atraer a los que no comulgan ni con la religión ni con la senda de una transición lenta y frustrante. Con vistas a las elecciones presidenciales de 2019, Ennhada se perfila como el partido hegemónico en Túnez durante los próximos diez años. Y Ghannuchi como la única voz moderna y alternativa frente a la deriva islamista.

Javier Martín es arabista, delegado de Efe en el norte de África, autor de ensayos como Estado Islámico. Geopolítica del caos y La casa de Saud.

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