Anales del acento neutro
Hay quien enseña a hablar a los actores un esperanto sin modismos ni inflexiones locales
La Babel de acentos hispanoamericanos que es Miami no se deja sentir en la televisión que allí se produce. Salvo excepciones como La reina del sur, la norma es algo que los ejecutivos de TV han llamado “acento neutro”. Hay quien se dedica a enseñar a hablar actores cubanos, venezolanos o colombianos ese esperanto sin modismos ni inflexiones locales. No logro imaginármelo, y es lo que me lleva a recordar hoy a don Álvaro Mutis y la serie Los intocables.
Los Intocables (serie producida por la cadena ABC, entre 1959 y 1963), ofrece un motivo más de admiración por el gran poeta, narrador y bon vivantcolombiano Álvaro Mutis. En aquella serie, la voz del narrador original, Walter Winchell, resultaba imprescindible para la tonalidad de melodrama policial retro que buscaban los productores de la serie.
Mundano, desenvuelto, ocurrente, galante, desprendido, sensible, noctámbulo, amante de los viajes y la buena mesa, y en extremo “generoso”, fue inevitable que Mutis fuese a parar a una cárcel mexicana
Winchell llegó a ser gran corresponsal de guerra radiofónico durante la Segunda Guerra Mundial. Todavía en los años sesenta gozaba de gran popularidad entre sus compatriotas, muchos de quienes recordaban la fórmula con que Winchell iniciaba sus transmisiones transatlánticas desde los teatros de guerra europeos: “¡Muy buenas noches al señor y la señora Estados Unidos y a todos los barcos en altamar!”.
Pues bien, a la hora de doblar la serie al español, los técnicos mexicanos a cargo de esa transposición encontraron que ninguna de las voces de su cuadra se avenía al tono reporteril, fáctico y crispado que imprimía Winchell a sus parlamentos.
Fue entonces cuando acogieron la recomendación que hizo alguien del medio: hacer la prueba con un sujeto que acababa de salir de la cárcel de Lecumberri, luego de purgar condena por desfalco. Al expresidiario lo recomendaba, eso dijeron, su bien timbrada voz, puesta de manifiesto en más de un “acto cultural” del famoso presidio.
El exconvicto era nada menos que don Álvaro Mutis, quien con el tiempo llegaría ser el celebérrimo autor de la saga del Maqroll el gaviero. Pero en aquel entonces era sólo un gran poeta en desgracia (hasta donde sabemos, él mismo supo buscársela), desterrado en México por razones que nunca tuve del todo claras pero que atañen al honor familiar, pues es cosa averiguada que Mutis fue la oveja negra de una linajuda familia colombiana, muy atenta al decoro social y muy pagada de su añeja prosapia.
El caso es que el Mutis expatriado en México se había ocupado en Colombia de las relaciones públicas de la petrolera estadounidense Esso, hoy filial de la Exxon. Al parecer, fue munificente en extremo con los recursos de la Esso, con que supo hacer la dicha y la alegría de sus muchos amigos, amantes y contertulios literarios.
Mundano, desenvuelto, ocurrente, galante, desprendido, sensible, noctámbulo, amante de los viajes y la buena mesa, y en extremo “generoso”, fue inevitable que Mutis fuese a parar a una cárcel mexicana por los ya dichos tejemanejes contables en la partida de relaciones públicas.
Mutis recogió brillantemente su experiencia carcelaria en uno de sus mejores libros (para mí el mejor, y me perdonan los adoradores de Maqroll el gaviero) que, junto con su poesía, resumen el proteico talento del colombiano. Me refiero a Diario de Lecumberri, que aquí recomiendo con el mismo fervor que en mí suscita otro de sus títulos tempranos: La nieve del almirante.
Mutis hizo la prueba de voz y se quedó con el puesto. Todavía me parece escucharlo al imponernos de que el 23 de abril de 1933, Eliot Ness y su grupo de arrojados colaboradores llamados “los intocables” allanaron un alambique clandestino en la avenida Wabash.
Y todo dicho sin “acento neutro”.
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