La UE afronta con graves tensiones el órdago británico y la crisis migratoria
Las negociaciones bilaterales han continuado durante la noche
Las grandes perturbaciones económicas suelen acabar convertidas en formidables crisis políticas. La cumbre de Bruselas debatía anoche fórmulas para evitar la salida de Reino Unido, que pondría patas arriba la UE, y para la crisis migratoria, que ha provocado un seísmo político en Alemania y profundas divisiones en Europa. En medio de la tensión de las grandes ocasiones, los líderes tratan de cerrar con Londres los últimos flecos de un acuerdo que se da prácticamente por hecho. Con los refugiados, patada hacia delante: pese a la irritación en Berlín, no se esperan soluciones hasta la próxima cumbre, en marzo.
La crisis del euro estuvo a punto de desgarrar la eurozona, y se llevó por delante a primeros ministros de todos los colores: prácticamente solo quedaron en pie la canciller alemana Angela Merkel —que reforzó su indiscutible liderazgo en Europa con el férreo diktat económico germano— y el supuestamente euroescéptico David Cameron, que capeó mejor la Gran Recesión con una política económica menos ortodoxa que la europea. Pero la Gran Crisis da muchas vueltas: convertida ahora en una crisis política con varias cabezas, lo que está en juego esta vez es el liderazgo de Cameron en Londres e incluso el de la todopoderosa Merkel en Berlín.
La cumbre europea supone la cuenta atrás para un referéndum británico sobre la pertenencia a la UE, en el que quien de veras se la juega es el conservador Cameron. Y la crisis de los refugiados ha provocado un seísmo político en Alemania, donde la canciller ha dejado de ser intocable. Merkel no sacará nada sustancial de esta reunión. Pero Alemania, apoyada en la Comisión y en el Consejo, ha marcado en rojo la próxima cumbre, a mediados de marzo, para obtener de una vez por todas alguna medida paliativa tras un año de grandes palabras que se han quedado en agua de borrajas: Europa ha logrado redistribuir a 497 migrantes de los 160.000 pactados. Un mísero 0,3% del total.
“Esta es una cumbre de construcción o de ruptura”, resumió este jueves el presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk, a su entrada a la reunión. Consciente de que la UE necesita fuertes dosis de tensión para dar el más mínimo paso adelante, Tusk vaticinó negociaciones “difíciles y delicadas”, con un enjambre de juristas alrededor de los jefes de Estado y de Gobierno para dejar atado y bien atado el texto final del acuerdo con Reino Unido y evitar que se convierta en una caja de Pandora de consecuencias imprevisibles. Los líderes han cerrado el capítulo británico sin sobresaltos. Hubo reuniones bilaterales durante la noche y los negociadores siguieron puliendo el texto final. La previsión es que el acuerdo se cierre este viernes pero no está claro que pueda ser por la mañana.
El británico Cameron abandonó la última reunión pasadas las 5.30 de la madrugada sin hacer ninguna declaración. Los líderes, que en principio tenían previsto celebrar un desayuno de trabajo, se verán algo más tarde, a media mañana.
Porque el pacto está prácticamente listo, aunque sus consecuencias distan mucho de estar claras. Cameron, Tusk y el presidente de la Comisión, Jean-Claude Juncker, han hecho un ingente trabajo previo para llegar a la cumbre con apenas tres flecos abiertos. Los líderes confían el cuadrar un sudoku imposible: un acuerdo que no frene la UE ni desacelere la integración de la eurozona, y a la vez que permita a Cameron hacer campaña para evitar el Brexit (la salida de Reino Unido del club europeo). Para ello, dan a los británicos un puñado de concesiones. Todas simbólicas, salvo en un asunto: los Veintiocho están de acuerdo en permitir a Londres discriminar a los trabajadores en función de su pasaporte, a pesar de que ese es uno de los pilares básicos de la UE. Varios países temen que esa medida —que a primera vista supone una afrenta a los valores europeos— desencadene discriminaciones en otros lugares, y con otras prestaciones. Y sin embargo nadie ha amenazado con un veto: ni siquiera los países con más tradición migratoria, los de Este.
“Dispuesto a pelear”
Cameron llegó a Bruselas “dispuesto a pelear por un buen acuerdo”. Con el mensaje de que es “ahora o nunca”. Y con el chantaje habitual, que consiste en agitar el espantajo de un no en el referéndum que se celebrará a finales de junio para evitar sorpresas desagradables de última hora entre los socios que quieren rebajar la ambición del texto final. Londres quiere cantar victoria de cara al referéndum y todo el mundo parece dispuesto a ponerle la alfombra roja: incluso el capítulo más controvertido, el de la reducción de prestaciones a los trabajadores inmigrantes que lleven menos de cuatro años cotizando en Reino Unido, está prácticamente listo. Londres podrá usar un freno de emergencia cuando la Comisión considere que su Estado de bienestar está bajo una presión insoportable. Queda por ver cuáles son los detalles definitivos, en particular durante cuántos años puede usarse como máximo ese freno de emergencia. Todo lo demás está encarrilado.
Pero ni siquiera el consenso en ese asunto le garantiza a Cameron un camino de rosas. No está claro qué hará el Parlamento Europeo cuando haya que modificar la legislación europea vigente. Y ni siquiera el ejército de juristas y diplomáticos que se arremolinaban este jueves en la cumbre tras los jefes de Estado y de Gobierno puede aventurar qué sucederá cuando los trabajadores eleven al Tribunal Europeo de Justicia esa resolución, alegando trato discriminatorio.
Tensión por dos flancos
La presión llegó este jueves por dos flancos. Los países del Este, capitaneados por Polonia y Hungría —tradicionales aliados británicos— pelean por levantar un perímetro de seguridad para que otros países no apliquen medidas similares de discriminación a los inmigrantes dentro de la UE. Y Francia, junto con Bélgica, Luxemburgo y sobre todo Italia, trataba de aguar el resto de capítulos, en especial la compleja sección relativa a los derechos de los países que no se unen a la moneda única.
París se preocupa por sus bancos: cree que Londres puede aprovechar para dinamitar la unión bancaria, con una regulación menos laxa que permita al sistema financiero británico competir con ventaja. Bélgica, además, se opone a que Reino Unido incluya en los tratados que a partir de ahora no se siente concernido por el leitmotiv de la UE, “una unión cada vez más estrecha”. Está por ver si Londres consigue que esos cambios se incluyan en los tratados cuando se reabran, a partir de 2018.
El pacto se cerrará hoy, y con él, el apoyo de Cameron al sí en el referéndum. Los británicos han obtenido concesiones en un momento de enorme fragilidad en el continente, que se arriesga a retrasar el reloj del proyecto europeo: a los coletazos de la crisis del euro se unen las tensiones geopolíticas con Rusia, una crisis migratoria cada vez más convertida en crisis política y, en fin, un proyecto dividido entre Norte y Sur, Este y Oeste, acreedores y deudores. En esas condiciones, un Brexit sería algo radiactivo.
Rajoy expresa preocupación
Una intervención corta y sin grandes peros a la oferta europea para que Reino Unido siga en la UE. El presidente del Gobierno en funciones, Mariano Rajoy, ha expresado durante la cumbre la resignación de España acerca del acuerdo que permitirá a Londres discriminar a los trabajadores en función de su pasaporte. Según fuentes presentes en la reunión, Rajoy se ha limitado a mostrar su preocupación por “la duración” de las restricciones a las prestaciones de los trabajadores extranjeros. Reino Unido quiere que se pueda extender durante al menos siete años; Rajoy, en la línea de otros líderes, ha mostrado su preferencia por acortar ese plazo. Ha reclamado que los cambios legislativos no se inscriban posteriormente en los tratados. Y finalmente ha planteado, a rebufo de países como Francia o Italia, que las concesiones a Reino Unido pueden provocar que el sistema financiero británico acabe teniendo una posición de ventaja con respecto a los de los países que han suscrito la unión bancaria, por la posibilidad de permitir una regulación más laxa para sus bancos.Nada más. En sus cuatro años de Gobierno, las intervenciones de Rajoy en las cumbres responden a un patrón parecido: el presidente habla poco y apenas entra en las cuestiones más espinosas. La intervención de esta noche refleja a la perfección la posición española durante toda la negociación relativa a Reino Unido: Madrid se ha resignado al acuerdo; no ha ocultado su disgusto en lo relativo a las prestaciones de los trabajadores inmigrantes, pero apenas ha mostrado interés en dejar patente una posición política dura.
Fuentes diplomáticas aseguran que España ha manifestado disconformidad a lo largo de las negociaciones por la situación política interna. Pero las mismas fuentes dudaban de que un Ejecutivo con plenos poderes hubiera mostrado más beligerancia.Cameron ha visitado un buen puñado de capitales para buscar aliados: con Rajoy pareció bastarle una llamada telefónica, a la vista de que España renunció desde el principio a poner algún tipo de presión a Reino Unido.Rajoy ha tenido un papel mucho más destacado en los aledaños de la cumbre. Antes del inicio de la reunión, ha mantenido un intercambio de impresiones con David Cameron en el que ha afirmado que las elecciones anticipadas serían el próximo 26 de junio. Después se ha visto con el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, para comunicarle que España ha otorgado condecoraciones a dos de sus colaboradores, el alemán Martin Selmayr y la española Clara Martínez. Previamente, tras un encuentro con los eurodiputados del PP, ha expresado su deseo de formar una gran coalición a la alemana, con una vicepresidencia para el PSOE.
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