La tensión en el Partido Republicano explota en un virulento debate
Trump ataca a Bush con el legado de su hermano en Irak ante la indignación del resto de candidatos. El empresario insulta a Cruz en el escenario y recibe fuego de todos los candidatos
La batalla por el liderazgo del Partido Republicano entre sus figuras más tradicionales, como Jeb Bush, y el espontáneo Donald Trump llegó este sábado a un nivel de virulencia que no se había visto antes en esta campaña. Los candidatos a la nominación para presidente intercambiaron durísimos ataques en un debate previo a las primarias de Carolina del Sur en el que toda la tensión soterrada en esta campaña explotó delante de millones de espectadores. En un momento dado, el gobernador John Kasich, cuyas opciones en esta carrera pasan por ser el hombre de la moderación y el consenso, dijo: “O paramos esto o le estamos haciendo la campaña a Hillary Clinton”.
Se acabaron las risas y la cortesía. El público republicano de Carolina del Sur, que elegirá a su candidato el próximo día 20, vio este sábado uno de los debates más tensos que se recuerdan en unas primarias. Cuando, pasada hora y media de golpes, el moderador dijo “corremos el riesgo de que esto baje al barro”, Trump acababa de llamar en televisión a Ted Cruz “el mayor mentiroso de este escenario, un tipo asqueroso”. Fue el momento más bajo del debate, un insulto directo nunca visto entre candidatos de un mismo partido.
Solo quedan seis candidatos de los 18 que empezaron la carrera por la nominación republicana el verano pasado. El panorama está conformado por un líder en las encuestas, el empresario y estrella televisiva Donald Trump, que no responde a ningún canon del partido. Tres candidatos del llamado establishment republicano -Jeb Bush, Marco Rubio y John Kasich- peleando por ser la alternativa de consenso del partido a Trump. Un candidato por libre, Ted Cruz, que ha hecho su carrera desafiando al liderazgo republicano y tiene su fuerza en las bases más ideologizadas del partido. Y un personaje extraño a la política como Ben Carson, cuya campaña ha resistido hasta ahora a los fracasos.
Candidatos tradicionales del establishment republicano, como Bush y Rubio, sienten la urgencia de desacreditar a Donald Trump después de que haya quedado segundo en Iowa y primero en New Hampshire. Esto ya no son encuestas. Y la tensión estalló cuando el moderador recordó una entrevista de Trump en 2008 en la que dijo que el presidente George W. Bush debería haber sido inhabilitado (impeachment) por el Congreso por mentir sobre las armas de destrucción masiva de Irak. Trump se reafirmó. Y ante los abucheos del público, Jeb Bush salió en defensa de su hermano: “Estoy harto de que ataque a mi familia. Para mí, mi padre es el hombre más importante del mundo. Y mi hermano estaba construyendo una estrategia de seguridad cuando Trump estaba en un concurso de televisión”.
El moderador no supo o no quiso detener el intercambio. Entre abucheos, el hombre que, según todas las encuestas, lidera con comodidad la carrera por la nominación republicana a presidente acusó al último presidente republicano de mentir, desestabilizar Oriente Medio, despilfarrar el dinero en guerras inútiles y ser responsable por negligencia de los ataques del 11 de septiembre de 2001. “Esto es de locos”, fue lo único que pudo decir Kasich, quizá poniendo voz a la audiencia.
Es muy arriesgado interpretar los sonoros abucheos a Trump en la sala. Ha habido otros momentos así en esta campaña. Hasta el sábado no se sabrá si un ataque semejante a la herencia del partido tendrá consecuencias en unas bases que hasta ahora parecen valorar precisamente eso. Pero el público vio este sábado algo que no había visto: a Trump perdiendo los nervios e insultando a su alrededor cuando le señalan y le dicen que es un charlatán que no representa al partido y no puede ser comandante en jefe, como dijo Bush.
Por su parte, Marco Rubio llegó con respuestas preparadas para sus dos debilidades en los debates: su supuesta falta de experiencia en decisiones críticas y su cambio de actitud en inmigración. A la primera, contestó con su oposición a los planes de Obama en Siria. En la segunda, se encontró con un duro ataque de Ted Cruz, que le acusa de favorecer una amnistía para inmigrantes. En un momento dado, Rubio dijo que Cruz no habla español y este le contestó con unas palabras en español revelando un lado desconocido. Trump y Cruz son los únicos que se oponen por completo a cualquier flexibilidad con los más de 11 millones de irregulares en EE UU. Kasich volvió a jugar su baza moderada en este asunto y se mostró partidario de una legalización con condiciones.
Se esperaban los ataques a Trump, pero cualquier análisis previo de la importancia de este debate había quedado apartado sobre las cinco de la tarde de Washington, apenas tres horas antes de comenzar, con la noticia de la muerte del magistrado Antonin Scalia, el líder del conservadurismo en el Tribunal Supremo de Estados Unidos. La ausencia de Scalia abre una batalla muy importante porque si el sustituto es progresista cambia los equilibrios en el Supremo. Los candidatos reconocieron que el presidente Barack Obama tiene derecho a proponer un candidato, pero dijeron que la mayoría republicana del Senado debe impedir su confirmación. Algunos de los argumentos para hacerlo se empezaron a escuchar en el escenario, como que “hace 80 años que un presidente saliente no nombra a un juez del Supremo”, expresado por Rubio y Cruz. Uno de ellos tendrá que liderar la oposición republicana al candidato y explicarlo en campaña.
Pero esa será la batalla del candidato. La batalla actual es mucho más fea. Iowa y New Hampshire han dejado claro que las opciones de Trump son reales. Llegan ahora dos estados donde cuenta el voto de las minorías, como Carolina del Sur y Nevada, y el llamado supermartes el mes que viene. La ventana de tiempo para frenarlo por parte de los Bush y Rubio es cada vez más pequeña. Las alarmas han saltado en el Partido Republicano. El inaudito y zafio espectáculo de este sábado puede ser un arrebato improvisado, o puede ser el nuevo tono de esta campaña republicana en la que se han acabado las bromas.
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