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El Rio Olímpico agoniza en la UCI

La crisis cierra las puertas de hospitales y las emergencias solo atienden pacientes al borde de la muerte

María Martín
Una familia recorre cuatro hospitales hasta ser atendida en Río de Janeiro.
Una familia recorre cuatro hospitales hasta ser atendida en Río de Janeiro.Custodio Coimbra / Agência O Globo

La crisis en las finanzas de Río de Janeiro ha impuesto un nuevo criterio para ser atendido en la mayoría de los prontos socorros del Estado: estar al borde la muerte. Literalmente. Hace cerca de una semana 17 de 29 unidades de emergencias, administradas por el Estado, han dejado de atender fracturas, diarreas, casos de dengue o cualquier malestar que no sea considerado grave, como un infarto o una herida de bala. El colapso ha llegado también a 12 hospitales que han bloqueado sus puertas con paneles de madera, reducido sus camas al 50% o restringido la atención en urgencias a casos gravísimos. El desequilibrio en las cuentas, castigadas por la caída del precio del petróleo que alimentaba las arcas públicas, ha retrasado los pagos en el sistema de salud y faltan desde guantes y antibióticos a médicos, que llevan desde noviembre sin cobrar. El gobernador, Luiz Fernando Pezão ha decretado el estado de emergencia en el sistema de salud durante 180 días.

La gestión de los recursos también está en entredicho en esta crisis que en menos de una semana ha puesto en jaque un sistema que atiende millones de personas en 92 municipios. Según denunció la radio CBN, una unidad de emergencias pidió a la Secretaría de Salud ocho reanimadores, utilizados en pacientes con problemas respiratorios, que le fueron negados porque están reservados para las Olimpiadas, que se celebrarán en agosto del año que viene.

La peluquera Paula Farias, de 21 años, recorrió este miércoles 30 quilómetros con su hijo en la cadera para que le viese un médico en Copacabana. El pequeño, de casi tres años, lleva una semana con vómitos que no remiten. La respuesta en la recepción del centro de salud de la zona es la misma hace una semana: “No podemos atenderle. Solo nos hacemos cargo de casos con riesgo de muerte”. Indicaron a la joven que fuese a un hospital municipal, pero ella decidió volver a casa. “No voy a ir hasta allí para que me no me atiendan otra vez”. La misma reacción tuvo Maria da Conceição, de 35 años, que dejó de limpiar la casa donde trabaja para comprobar si tenía dengue o zika, el virus transmitido por un mosquito que ha puesto en alerta al país entero. Con un sarpullido por todo el cuerpo, dolor de cabeza y en la parte posterior de los ojos, Rosemari volvió a su casa para meterse en la cama. “El dengue también mata”, murmulló saliendo del centro médico.

A 36 quilómetros de Copacabana, con un par de perros callejeros en la entrada, paredes desconchadas y visitantes fumando en las ventanas, el hospital estadual Albert Schweitzer se consolida como símbolo de la decadencia del sistema. Sus directores, que así como los enfermeros no han cobrado aún el salario de noviembre ni la paga de Navidad, acudieron a la comisaría este fin de semana para denunciar que no tienen medios para mantener el centro con normalidad. La intención no es que la policía tome cartas en el asunto, sino blindarse de posibles responsabilidades en caso de que la falta de asistencia o de material básico tenga consecuencias más graves. En una de las cantinas que rodean el hospital, tres mujeres contaban el calvario de los últimos 15 días después de que su suegra, de 84 años, se rompiese el fémur en una caída. “Son excelentes médicos y enfermeros, pero hemos pasado dos semanas esperando una prótesis para que pueda ser operada. ¿Mi suegra trabajó toda su vida para llegar a esto?”, cuestiona Rosemari Oren, de 39 anos. “Rio de Janeiro solo piensa en la Olimpiada. Mira cómo las obras no paran, pero no hay dinero para pagar nuestra salud”.

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Otros centros de referencia sortean como pueden los número rojos suspendiendo, entre otras cosas, cirugías. El Hospital de la Mujer cerró el lunes sus urgencias y podía verse en su puerta mujeres llorando de dolor, el Instituto Estadual de Diabetes y Endocrinología no tiene jeringuillas ni cinta adhesiva y el Instituto de Cardiología Aloysio de Castro vacía sus camas porque los médicos han empezado a faltar.

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En efecto dominó, el colapso en la red estadual ha aumentado la demanda de los hospitales de gestión municipal un 30% y ya perjudica el servicio. Se han suspendido cirugías no prioritarias y se han trasladado médicos que pasaban consulta a las urgencias. La situación es tan grave que el Ayuntamiento se ha comprometido a prestar 100 millones de reales (25 millones de dólares) a sus colegas del Estado para comprar suministros que permitan retomar el pulso a los hospitales. El Gobierno Federal de Dilma Rousseff también ha salido en su auxilio y ha creado un gabinete de crisis para reforzar el sistema con la integración de hospitales federales, materiales y dinero que el Gobierno central debe al Estado. El gobernador Luiz Fernando Pezão ha calculado que necesita 350 millones de reales (88 millones de dólares) para recuperar una normalidad, que ya era precaria, pero hasta hoy solo tiene 297. La Justicia, de momento, ha decretado que en 24 horas se ingresen todos los recursos destinados a la salud atrasados, cerca de 600 millones de reales, bajo multas de 50.000 reales diarios en caso de incumplimiento.

Policías, bomberos y profesores hacen números

La crisis ha golpeado con fuerza un sistema ya precario como el de salud, pero en Río de Janeiro hay 505.000 funcionarios públicos con salarios atrasados. Policías, médicos, bomberos o profesores no han recibido la paga de Navidad como todos los años. Con el desequilibrio en las cuentas por la crisis de corrupción de Petrobras, la caída del precio del petróleo y la crisis política y económica nacional, el Gobierno decidió fragmentar el último salario de 2015 en cinco etapas. La última solo llegará en abril del año que viene.

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Sobre la firma

María Martín
Periodista especializada en la cobertura del fenómeno migratorio en España. Empezó su carrera en EL PAÍS como reportera de información local, pasó por El Mundo y se marchó a Brasil. Allí trabajó en la Folha de S. Paulo, fue parte del equipo fundador de la edición en portugués de EL PAÍS y fue corresponsal desde Río de Janeiro.

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