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Columna
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Felicidades, hemos alcanzado la burricie máxima

La fea Simone de Beauvoir y la importancia de un libro que enseña a hablar con fascistas

Eliane Brum
Simone de Beauvoir.
Simone de Beauvoir.Arquivo

La hoguera a la que echaron a Simone de Beauvoir a partir de la pregunta del Examen Nacional de la Enseñanza Secundaria de Brasil ha demostrado que la burricie se ha convertido en un problema estructural del país. Si no se le hace frente, es el acabose. Hordas y hordas de burros que ocupan espacios institucionales, burros que ocupan programas de televisión, burros pagados con dinero público, burros pagados con dinero privado, burros en lugares privilegiados, atacaron a la filósofa francesa porque la prueba incluía un fragmento de una de sus obras, El segundo sexo, que comenzaba por la frase célebre: “Una mujer no nace mujer, se convierte en mujer”. Fue suficiente para que los burros levantasen las orejas y relinchasen su ignorancia a volúmenes embarazosos. Debatir seriamente la burricie nacional es más urgente que discutir la crisis económica y el bajo crecimiento del país. La burricie está en la raíz de la crisis política más amplia. La burricie corrompe la vida, la privada y la pública. Día tras día.

Para recapitular algunos espasmos del último brote de burricie. La entrada de Simone de Beauvoir (1908-1986) en Wikipedia en portugués, como mostró un reportaje de la BBC, fue invadida para tachar a la escritora de “pedófila” y “nazi”. Los concejales de la ciudad de Campinas, en el estado de São Paulo, aprobaron una “moción de repudio” a la filósofa. El diputado Marco Feliciano, de la “Bancada de la Biblia”, descubrió en la frase “una elección adrede, astuta, que discrepa de lo que se ha decidido sobre lo que se les debe enseñar a nuestros jóvenes”. En su página de Facebook, un fiscal de la ciudad de Sorocaba, en el estado de São Paulo, Jorge Alberto de Oliveira Marum, llamó a Beauvoir “una baranga (forma coloquial de decir mujer fea en portugués) francesa que no se ducha, no usa sujetador y no se depila”. Como el tema de la redacción del examen era “la persistencia de la violencia contra la mujer en la sociedad brasileña”, hubo gente, salida de colegios caros, que afirmó que se trataba de una cuestión de izquierdas, y, por lo tanto, una señal inequívoca de una conspiración ideológica por parte del Gobierno federal. Como sugirió el crítico de cine Inácio Araújo en su blog, si defender que la mujer tenga el derecho a andar sin que la molesten, la agredan y le den patadas es un tema de izquierdas, eso solo puede significar que la derecha va muy mal.

La única arma capaz de derrotar a la burricie es el pensamiento

Es cada vez más difícil hacer humor en Brasil. Como nada de lo relatado anteriormente es broma, se nos somete a diario a una experiencia de perversión. Además, no ha sido fácil escribir cuando no se es humorista, porque, ¿qué se puede decir, en serio, ante una moción de repudio a Simone de Beauvoir? Pero es necesario tratar la cuestión con seriedad, porque tal vez no exista nada más serio que la estupidez que atraviesa el país. Se hace urgente, prioritario, hacer un esfuerzo colectivo y afrontar la burricie con el único instrumento capaz de derrotarla: el pensamiento.

Este es el poder y la generosidad de un libro lanzado por la filósofa Marcia Tiburi, escritora y profesora universitaria. El título va al grano, pues los tiempos son demasiado serios como para darle vueltas: Como conversar com um fascista – reflexões sobre o cotidiano autoritário brasileiro (Cómo hablar con un fascista: reflexiones sobre lo cotidiano autoritario brasileño, editorial Record, sin traducción al español). En sus 194 páginas, Tiburi afronta en profundidad las varias caras de la vida cotidiana actual, pero de una forma accesible a quienes no están familiarizados con los conceptos. Hace lo más difícil: escribir de forma sencilla sin simplificar. Es un libro que se destina a todos, y no a sus pares. Quien sigue la trayectoria de la filósofa conoce su valentía. Y este es un libro valiente, ya que es tan difícil como arriesgado escribir sobre lo que está en movimiento, sin la protección asegurada por el distanciamiento histórico. Pocos son los intelectuales que se arriesgan a salir de la comodidad de sus feudos para afrontar el debate público con sus dudas. Y por eso aquellos que se arriesgan de forma honesta, sin eructar sus certezas y sus credenciales, o usarlas para masacrar a aquellos que ya están masacrados, son tan preciosos.

La actual confrontación no es entre la izquierda y la derecha, sino entre los que piensan y los que no piensan

“Quería saber por qué dialogar es imposible”, cuenta Marcia Tiburi, sobre la pregunta que la movió a esa búsqueda. Para hacerle frente a la ausencia de pensamiento, la filósofa propone la resistencia por medio del diálogo. Este es el esfuerzo de cada uno, y de todos. Arriesgarse a dejar el “aislamiento en comunidad”, la forma actual de vida social y política, para confrontar lo que ella llama “el consumismo del lenguaje”. Entender la confrontación actual como una confrontación entre derecha e izquierda, desarrollistas y ecologistas, a favor del gobierno y contra él, machistas y feministas, según ella, es una reducción. La confrontación actual sería más profunda y también más dramática: entre los que piensan y los que no piensan.

El ejercicio que hago, de este párrafo en adelante, es buscar entender la hoguera a la que tiraron a Simone de Beauvoir en los últimos días, entre otros hechos recientes, a partir de las ideas de este libro. Para empezar, la gravedad del episodio del examen se puede demostrar en este fragmento tan agudo: “Si tenemos en cuenta que decir cualquier cosa es muy fácil, que hablamos demasiado y decimos cosas innecesarias, un nuevo consumismo emerge entre nosotros, el consumismo del lenguaje. El problema es que este produce, como cualquier consumismo, mucha basura. Y el problema de cualquier basura es que no vuelve a la naturaleza como si nada hubiera pasado. Altera profundamente nuestras vidas en un sentido físico y mental. Lo que se come, lo que se ve, lo que se escucha, en definitiva, lo que se introyecta se convierte en cuerpo, se convierte en existencia”.

Cabe preguntar: en un país donde la preocupación por la educación es una flatulencia, donde la no educación es la regla, ¿adónde va la basura y qué tipo de impacto produce sobre la tesitura de lo cotidiano, en los corazones y las mentes de quien la consume? ¿Qué ocurre con la hoguera de Simone de Beauvoir en un contexto en el que los que la tiraron al fuego posiblemente ni siquiera la habían leído? ¿Qué restos de los discursos vacíos sobre la filósofa permanecerán en la memoria de una población que no tiene sus libros en la estantería y qué tipo de eco producirán?

¿Cómo medir la gravedad de que un concejal electo, pagado con dinero público para legislar y, por lo tanto, para decidir los destinos colectivos, diga que la elección de la frase de Simone de Beauvoir para una prueba del examen es algo “demoníaco”, como afirmó Campos Filho? ¿Y cómo afrontarla con la seriedad necesaria?

Con la palabra, el autor de la “moción de repudio”: “Fueron a buscar a Simone de Beauvoir, allá por el año de mil tropecientos y pico.... (...) La gran mayoría está a favor de la ley de la naturaleza. El hombre es hombre. La mujer es mujer. (...) Cuidado con esa pulsión, esa pulsión puede llevar a la cárcel. Usted puede pasar frente al cajero automático y tener una pulsión de robar y va a la cárcel. Puede tener esa pulsión de violar y va a la cárcel. Así que tengan cuidado con esa pulsión, ah, hoy por la mañana soy una chica, ahora por la noche soy un hombre....".

El vacío de pensamiento no es silencioso, sino que está lleno de clichés, frases hechas y repeticiones

El concejal ni siquiera sabe en qué siglo nació, vivió y produjo pensamiento Simone de Beauvoir: “Mil tropecientos y pico”. Ni siquiera intentó entender lo que significa la frase citada en el examen. No es gracioso. Es la ruina causando más ruina. Lo que importa es hacer ruido, porque el ruido encubre el vacío de ideas. Lo que importa es pervertir la palabra, usando lo que ni siquiera intentó entender para enclaustrar su pensamiento y reafirmar la certeza en nombre de una presunta “ley de la naturaleza” que jamás ha existido. La perversión del fascista es la de acusar al otro de manipulación ideológica cuando es él quien está manipulando. Es acusar al otro de imponer un pensamiento cuando es él quien empeña todos sus esfuerzos para bloquear cualquier pensamiento. Es impedir el diálogo por medio de la denuncia al otro por el acto que él mismo cometió. Por esa repetición de estupideces es por donde siguen los discursos de otros concejales, al invocar clichés bíblicos y recordar Sodoma y Gomorra y Adán y Eva, abusando así de Dios.

Para pervertir la realidad, el fascista cuenta con el consumismo del lenguaje. Se trata, como señala Marcia Tiburi, de un vacío repleto de frases hechas. No es un vacío silencioso, un espacio abierto para buscar al otro, lo inusitado, lo sorprendente. Sino un vacío ruidoso, abarrotado de clichés, de frases repetidas y repetitivas, usadas para protegerse del pensamiento. Los lugares comunes, en este caso específico la constante invocación de Dios y de las leyes bíblicas, se usan como un escudo contra la reflexión. Se llevan a cabo todos los esfuerzos para que no exista ninguna posibilidad de pensamiento, aunque sea una muy pequeñita.

En este vacío, la filósofa cree que los medios tecnológicos y los medios de comunicación juegan un papel crucial. Se repite lo que se dice en la televisión, en la radio. Se habla mucho, sin pensar en lo que dice. En el mero gesto de “compartir” sin leer, tan fácil como comprar con un clic por internet, se huye del pensamiento analítico y crítico, que se cambia por el vacío consumista del lenguaje y de la acción repetitivos. Así es como la burricie se multiplica en clics y se propaga en red. El título de este artículo es esperanzador, pero no corresponde a la realidad: la burricie no tiene límites, siempre puede alcanzar niveles aún más extremos.

Si no hay límites a la idiotez, queda aislarse y almacenar alimentos

Episodios semejantes a la “moción de repudio” a Simone de Beauvoir se producían esporádicamente en rincones alejados, y en seguida se ridiculizaban. Hoy en día, ocurren en el pleno municipal de una de las urbes más grandes y más ricas del estado de São Paulo, en el sudeste de Brasil, una ciudad donde hay varias universidades, entre ellas la Unicamp (Universidad Estatal de Campinas), una de las más respetadas del país. ¿Y dónde están los intelectuales? ¿Riéndose de los burros en los bares universitarios? ¿Eso es lo que pasa? ¿No eran de esperar más iniciativas de búsqueda del diálogo, de creación de oportunidades para explicar quién es Simone de Beauvoir y reflexionar sobre su obra, o incluso la ocupación del pleno del ayuntamiento, para producir una reacción y un movimiento que permitiesen el conocimiento y combatiesen la ignorancia?

Tal vez el polémico libro Sumisión (Anagrama), del francés Michel Houellebecq, pueda tener alguna resonancia mayor por aquí. En él, solo para recordar, el protagonista es unacadémico desencantado que se depara con la victoria de un partido islámico en las elecciones de Francia. Después de ver el desarrollo de los acontecimientos por la televisión, ya que no se siente motivado a participar en ningún debate que no sea sobre su propia tesis académica (o ni siquiera sobre ella), le choca el resultado de las elecciones. Es el protagonista que no protagoniza, o solo protagoniza por omisión (o sumisión). Poco a poco, los nuevos dueños del poder le insinúan no solo el mantenimiento de los privilegios, sino una considerable ampliación de los privilegios. Y, al final, concluye que sumarse puede no ser tan malo.

Los burros están en todas partes y muchos de ellos estudiaron en las mejores escuelas y, lo peor, muchos enseñan en las mejores escuelas. La “moción de repudio” a Simone de Beauvoir fue aprobada por 25 concejales de Campinas, con solo 5 votos contrarios. Por lo tanto, los burros son la mayoría. Es necesario enfrentarlos con el pensamiento, oponerles resistencia por medio del diálogo. O, como dice Marcia Tiburi: “Sin pensamiento no hay diálogo posible ni emancipación a ningún nivel. Si no hay límites a la idiotez, queda aislarse y almacenar alimentos”.

El fiscal y profesor universitario que redujo a Simone de Beauvoir a “un callo”, al comentar sobre la pregunta del examen en su página de Facebook, hizo el siguiente comentario: “Examen Nacional-Socialista de Adoctrinamiento Sub-marxista. Aprendan, jóvenes: la mujer no nace mujer, nace un callo francés que no se ducha, no usa sujetador y no se depila. Solo después la pervierte el capitalismo opresor y se convierte en una mujer que se ducha, usa sujetador y se depila”. Después de la repercusión negativa, que incluyó una nota de repudio por parte de la OAB (Orden de los Abogados de Brasil), Jorge Alberto de Oliveira Marum borró las publicaciones y se defendió, en otra publicación, en la que alegaba que había tenido la intención de ser irónico: “La ironía, para quien no lo sabe, es una figura de lenguaje que consiste en afirmar lo contrario de lo que se piensa”. Interprétese.

La burricie, tanto como categoría cognitiva como moral, ha vencido

“Distorsionar es poder” es el título de uno de los capítulos del libro en que la filósofa le hace frente a la práctica ampliamente difundida de vaciar las palabras por medio de la distorsión. Como transformar a la víctima en culpable, como se hace habitualmente con las mujeres el en falso debate sobre el aborto, por ejemplo, o en el tratamiento de la violación. O distorsionar para que parezca que aquel que tiene los privilegios es el que sufre amenazas a sus derechos: el blanco, por ejemplo, cuando se presenta como perjudicado por el sistema de cuotas raciales que busca reparar las injusticias históricas cometidas contra los negros, ocultando así que siempre ha sido el privilegiado; o cuando se invoca un presunto “orgullo heterosexual” en un intento de enmascarar la violencia contra los homosexuales, alegando que quieren privilegios, cuando todo el mundo sabe que la heterosexualidad nunca se ha contestado ni se ha atacado, ni en su expresión ni en sus derechos. Y también es por esa conversión que los manifestantes de junio de 2013 fueron tachados de “vándalos” por los medios de comunicación y, hoy, una ley en discusión en el Congreso amenaza con convertir a quien protesta en “terrorista”.

La propia “democracia” puede verse a partir de la práctica de la distorsión, porque existe aquella, más difundida, que el mercado vende. “Por un lado, hay una democracia que debe parecer realizada, contra otra democracia, que está en el orden del deseo y del sueño y que no tendría precio”. El capitalismo secuestra a la democracia también como palabra, que pasa a consumirse, junto con otras: la felicidad, la ética, la libertad, la oportunidad, el mérito. Las palabras que la filósofa llama “mágicas”, invocadas a servicio de la ocultación de la opresión. “Antidemocrático, el capitalismo necesitaría ocultar su única democracia verdadera: el reparto de la miseria y, hoy en día, cada vez más, la matabilidad”, afirma Marcia Tiburi.

Cuando la entrada de Simone de Beauvoir en la Wikipedia sufre invasiones, también se trata de eso: distorsionar y replicar hasta que se convierta en “verdad”. Se alienan los hechos de su contexto histórico para producir rótulos. Así, tras el examen, se tachó a la filósofa de “pedófila” y “nazi”. El responsable ya ha retirado ambas afirmaciones de la página y ha avisado que la mantendrá cerrada hasta que “el furor acabe y las personas pierdan el interés en dañar el artículo”. Entre las decenas de distorsiones de la entrada, según la pieza de la BBC, un usuario dijo que la filósofa había escrito un “libro de violación”. Otro informó que Beauvoir era una “antifeminista”. Un tercero dijo que era “muy conocida por su acomodación y por la lucha en la justicia por una ley que prohibía el trabajo de las mujeres fuera de casa”.

Si el lenguaje nos convirtió en seres políticos, ¿la destrucción del lenguaje nos convertirá en qué?

Las distorsiones sirven a la reproducibilidad de la burricie. Al convertir a la filósofa en lo que se interpreta como lo más monstruoso —“pedófila” y “nazi” —, el objetivo es hacer que sea imposible reflexionar sobre lo que ella escribió: “Una mujer no nace mujer, se convierte en mujer”. La amplia distorsión de las palabras sirve, de nuevo, al vacío del pensamiento. Se les pide a los burros que la repliquen hasta el agotamiento en clics histéricos. El lenguaje, como escribe Marcia Tiburi, se ha rebajado a la distribución de la violencia, también por parte de los medios de comunicación y las redes sociales. “Vivimos en el imperio de la bellaquería, donde la burricie, tanto como categoría cognitiva como moral, ha vencido”, asegura. “Se ha transformado en el todo del poder”.

Sumarse es vivir. Esta parece ser la frase de este momento de orgullo de la ignorancia y exaltación de la burricie. Aquí, la pregunta se impone: “Si el lenguaje nos ha convertido en seres políticos, ¿la destrucción del lenguaje nos convertirá en qué?”

La semana pasada se divulgó en la página de la Secretaría de Asuntos Estratégicos de la Presidencia de la República un estudio que reunió a investigadores de varias instituciones, presentado como el más completo jamás realizado en Brasil sobre los efectos del cambio climático. Reflexionar con seriedad sobre el cambio climático es urgente, pero hay mucho menos pensamiento y acción de lo que el momento exigiría, a pesar de que estamos en vísperas de la Conferencia sobre el Clima en París. Por lo tanto, la divulgación de un estudio con las conclusiones a las que se ha llegado podría ser una oportunidad excelente de promover la participación y el diálogo. Pero, entre las tantas previsiones que señalaron un posible drama climático de aquí a 25 años, en 2040 —enfermedades, calor extremo, falta de agua y de energía, etc.—, una fue puesta de relieve por los diferentes medios de comunicación: la posible pérdida de un área inmobiliaria valorada en 109.000 millones de reales (28.800 millones de dólares) en Río de Janeiro, debido a la elevación del nivel del mar causada por el calentamiento global.

No las pérdidas humanas, no la corrosión de la vida, no la aniquilación de los más pobres y de los más frágiles. No. Lo que se pone de relieve es lo que se monetiza, es la pérdida del patrimonio material, en este caso, inmobiliario. Lo que merece el título es el dinero. El episodio evoca uno de los capítulos más interesantes de Cómo hablar con un fascista: “El capitalismo es la reducción de la vida al plano económico. (...) El pensamiento está minado por la lógica de la ‘rentabilidad’. Vivir se convierte en una cuestión apenas económica. La economía se convierte en una forma de vida administrada con sus propias reglas, tales como el consumo, el endeudamiento, la seguridad por la que se puede pagar. Todo eso es sistémico y, al mismo tiempo, algo histérico. (...) Las palabras funcionan como estigmas o como dogmas que sostienen las ideas que guían las prácticas”. Si el orden del discurso capitalista es básicamente teológico, es porque funciona como una religión en el contexto de las Escrituras y las predicaciones (por lo general, en el púlpito tecnológico de la televisión)”. Si, después de tanto callarnos sobre el cambio climático, hablamos de él a partir de la lógica monetaria, estamos todos (más) perdidos.

Tenemos que resistir en nombre de un diálogo que vuelva el odio impotente

Pero en otro episodio de los últimos días es donde la perversión del Brasil actual se revela en toda su monstruosidad: la División de Homicidios de la Policía Civil de Río de Janeiro concluyó, en una investigación, que el policía que mató a un niño de diez años actuó en “legítima defensa”. Eduardo de Jesus jugaba en la puerta de su casa, en una de las favelas del Complejo del Alemán, cuando fue alcanzado en la cabeza por un disparo de fusil. Su madre encontró parte de su cerebro en la sala. La investigación eximió de toda responsabilidad a los policías involucrados, por estar presuntamente en confrontación con narcotraficantes. Ellos apenas habrían “fallado” el tiro.

Eduardo estaba a cinco metros del policía que lo mató. Terezinha de Jesus, la madre del niño, dijo que no había tiroteo aquel día. “Me eché encima del policía. Le grité que había matado a mi hijo y él me respondió, con su rifle en mi cabeza, que igual que lo había matado me podría matar también, porque el niño era hijo de un delincuente. Nunca me voy a olvidar de aquello. Puedo estar en cualquier lugar en el mundo, que nunca me olvidaré de la cara de aquel policía”. Cuando algunos periodistas le informaron de que la policía había llegado a la conclusión de que habían matado a su hijo en legítima defensa, Terezinha dijo que tenía ganas de “romper todo”.

Cuando la perversión supera tal límite es porque estamos casi en el punto de no retorno. “No acabaremos con el odio predicando el amor”, dice Marcia Tiburi, “sino actuando en nombre de un diálogo que no solo muestre que el odio es impotente, sino que lo vuelva impotente”.

En Cómo hablar con un fascista, la filósofa defiende la necesidad de empezar a tratar de hablar de otro modo. El diálogo no como la salvación, sino como un experimento, como un activismo filosófico para hacerle frente a la antipolítica. La política, recuerda la autora, “es un lazo amoroso entre personas que pueden hablar y escucharse no porque sean iguales, sino porque han dejado de lado sus caparazones de odio y han roto el muro de cemento donde estaban enterradas sus subjetividades”.

En un país de antipolítica y antieducación generalizadas como Brasil, es necesario moverse. Es urgente aprender a hablar con un fascista, aunque parezca imposible. Exponer al otro a aquel que no soporta la diferencia. Revelar sus contradicciones y confrontarlo por el diálogo es un acto de resistencia. Hacerle frente a la burricie con la única arma que esta teme: el pensamiento.

O hacemos eso o no va a servir de nada ni almacenar alimentos.

Eliane Brum es escritora, periodista y documentalista. Autora de los libros de no ficción Coluna Prestes - o avesso da lenda, A vida que ninguém vê, O olho da rua, A menina quebrada, Meus desacontecimentos, y de la novela Uma duas.

Sitio web: desacontecimentos.com Email: elianebrum.coluna@gmail.com Twitter: brumelianebrum

Traducción de Óscar Curros

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