Ni románticos, ni contables luteranos
En Europa, acreedores y deudores comparten responsabilidad y los errores cometidos en el tratamiento de la crisis son de ambos
Las decisiones que adoptamos son tributarias de nuestras ideas, emociones y prejuicios. Mucha Europa aún sueña Atenas como lo hacían los románticos del siglo XVIII. Imperaba entonces el gusto por las ruinas, el exotismo orientalizante, las idealizadas idiosincrasias brutalizantes, pero vírgenes del mal de la civilización.
La Carmen de Prosper Merimée (1845) es a este tipo de visión romántica, sobre España, lo que el poema Childe Harold's Pilgrimage (1812-1818) de lord Byron a la Hélade: “Grecia honesta, triste reliquia / de un valor desaparecido / inmortal, pero ya no más / aunque caída, grande”, escribió aquel aventurero heroico.
Pasión y milicia se daban la mano. Este sexto barón de Byron, Georges Gordon, la imprecaba, muy concreto: “¿Quién se pondrá al frente de tus hijos dispersos? / ¿Quién te liberará de una esclavitud a la que estás demasiado acostumbrada?”. Fue él quien se pondría al frente, al aceptar, en 1824, la jefatura militar de los rebeldes helenos contra el Imperio Otomano. Y veloz, lo pagó con su vida en Mesolonghi, cerca de Delfos. Leyenda.
Siglo y medio después, el entonces presidente francés, Valéry Giscard recogía la antorcha romántica al visitar la Grecia liberada de los coroneles. El 17 de septiembre de 1975 mitineaba en el pórtico ateniense de Adriano: “Que Europa acoja a la Grecia de la que salió”. Suntuoso, discurseó en griego clásico, que nadie entendió, por distante y distinto a su versión demótica (popular) habitual, y más parecido a la kazarévusa (limpia), propia de notarios y usada... por la Junta militar. “No podemos dar un portazo a Platón”, argüiría luego para patrocinar su entrada en las Comunidades —y compensar de paso el ingreso del Reino Unido—.
Mucho de este bello romanticismo ha sido endosado hoy por algunas izquierdas solidarias con las víctimas de la austeridad. Pero una cosa es la loa y otra, los garbanzos. El mismo Giscard proponía este 19 de febrero en Les Echos el Grexit: “La salida organizada [del euro] puede y debe hacerse”. La impronta romántica convergía así hacia la visión luterano-contable del acreedor ahorrativo, tan alemana, y que a veces encarna el ministro de Finanzas Wolfgang Schauble. Y, en grado superlativo, la prensa conservadora (Der Spiegel, Bild Zeitung) amiga de achacar pereza posotomana, afición a la siesta e irresponsabilidad ilimitada a los (socios) griegos, a los que a veces conmina a vender sus islas o el Partenón para saldar deudas. Exhibe la moralina según la que el deudor siempre es culpable, no en vano culpa y deuda comparten nombre en alemán: schuld.
Entre el elogio romántico del oprimido y su fusilamiento, bracea otra visión laica, más ponderada. La que sostiene que en el club europeo, acreedores y deudores comparten responsabilidad; que los errores cometidos en el tratamiento de la crisis son de ambos; y, pues, que todos deben contribuir a las soluciones. Por desgracia, carece de lírica y heroísmo.
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