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Las monarquías del Golfo se niegan a acoger a refugiados

Los países hacen donaciones a ACNUR y envían ayuda, pero no ofrecen asilo

Ángeles Espinosa
El rey saudí Salman bin Abdulaziz en Washington el pasado viernes
El rey saudí Salman bin Abdulaziz en Washington el pasado viernesGARY CAMERON (REUTERS)

Las petromonarquías de la península Arábiga están en el punto de mira. Se encuentran entre los países más ricos del mundo. Comparten lengua y religión con la mayoría de quienes escapan de la guerra en Siria. Sin embargo, no han acogido a un solo refugiado. Sus generosas donaciones al Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) o la actividad que despliegan sus organizaciones caritativas palidecen ante los cuatro millones largos de sirios recibidos en Líbano, Jordania, Turquía, e incluso Irak y Egipto. Consideraciones políticas y sus propias estructuras demográficas dificultan que abran sus fronteras.

“En Qatar sí que hemos recibido algunos refugiados y además yo mismo he participado en varias visitas a los campamentos de Jordania, Líbano y Turquía en las que hemos facilitado tiendas, material educativo y financiación”, asegura Khalid al Mohannadi, un emprendedor social con vocación humanitaria. Al Mohannadi estima en “unos 8.000” los sirios aceptados en su país, aunque admite que “no les llaman refugiados” y de hecho remite al Ministerio de Trabajo para obtener la cifra exacta.

Ni Qatar (con una renta per cápita de 93.000 dólares, según el Banco Mundial), ni el resto de los estados miembros del Consejo de Cooperación del Golfo (Arabia Saudí, Kuwait, Bahréin, Emiratos y Omán), son firmantes de la Convención sobre el Estatuto de los Refugiados de la ONU de 1951, en la que se define quién es refugiado, sus derechos y las responsabilidades hacia ellos. Los permisos de residencia están vinculados al trabajo y éste a su vez al perverso sistema de kafala o patrocinio.

“Olvídense de las convenciones; todos los países tienen una obligación moral de ayudar a los refugiados sirios”, repite una y otra vez estos días el representante especial de la ONU para la migración internacional, Peter Sutherland.

Así parecen haberlo entendido muchos ciudadanos árabes que se han lanzado a las redes sociales para pedir a los gobiernos de las petromonarquías que acojan a quienes huyen de la guerra. El hashtag en árabe “dar la bienvenida a los refugiados de Siria es un deber del Golfo” ha llegado a ser tendencia en Twitter. También algunos destacados comentaristas de la región, como el bloguero emiratí Sultan al Qassemi, defienden que esos estados debieran abrir sus puertas a los sirios. “Es el paso responsable, ético y moral que hay que dar”, ha escrito Al Qassemi, quien argumenta que además mejoraría su mala imagen en derechos humanos y frenaría la pérdida de la cultura árabe de la que a menudo se quejan.

Solicitudes pendientes

Aunque los países árabes del Golfo no acepten refugiados, las oficinas que ACNUR tiene abiertas en ellos sí reciben solicitudes. En la actualidad  hay pendientes unas 12.500, de las cuales 7.000 corresponden a sirios, 3.500 de ellos están en Kuwait, 2.250 en EAU y 1.250 en Arabia Saudí.

"Aquí no hay sitio para los refugiados sirios. Que los estados del Golfo den dinero y trabajos inseguros, no es suficiente", asegura Kenneth Roth, de Human Rights Watch. Sus colegas de varias organizaciones de derechos árabes también han denunciado "el abandono por los estados árabes, y en particular los del Golfo, de su responsabilidad en proteger y dar acceso seguro a los refugiados".

Las monarquías del Golfo ya abrieron sus puertas de par en par a los kuwaitíes cuando Sadam Husein invadió el emirato en 1991, ofreciéndoles viviendas y todo tipo de facilidades. Las consideraciones hoy son sin embargo distintas. “Sospecho que temen la llegada de un gran número de árabes políticamente activos que puedan de alguna forma influir en unas sociedades tradicionalmente pasivas”, explica Al Qassemi.

En una inusitada crítica el diario catarí Gulf Times condenaba la semana pasada “el silencio ensordecedor”, de “los ricos países del Golfo [que] todavía no han emitido una declaración sobre la crisis, ni mucho menos propuesto una estrategia para ayudar a los migrantes que son mayoritariamente musulmanes”.

Fuentes oficiosas han salido al paso con el argumento de que han dado refugio seguro a miles de sirios y palestinos con documentos sirios que han pedido la reunificación con sus familias. Andreas Needham, portavoz de ACNUR para la región, confirma en un mensaje electrónico que esos países “respetan los estándares internacionales respecto a la protección de refugiados, en particular el principio de no devolución”. Destaca la decisión de Kuwait que ha decidido facilitar permisos de residencia de larga duración a los 120.000 sirios que viven en el emirato, “lo que les permitirá permanecer allí incluso si pierden su actual estatuto legal”.

Pero ni esos gestos, ni “las generosas donaciones” que según Needham realizan a ACNUR (en los dos últimos años y medio, sólo para Siria, 500 millones de dólares entregados y hasta 1.200 millones comprometidos), acallan los reproches.

“Es muy poco comparado con su capacidad”, declara a EL PAÍS Khalid Ibrahim, codirector del Gulf Center for Human Rights. “Líbano un pequeño país sin recursos, ha acogido a más de un millón de sirios; lo mismo en Jordania. Dicen que están financiando los campamentos en esos países, pero vaya y vea en qué condiciones están. No se les permite trabajar, así que no ven futuro. Sólo en Turquía están algo mejor porque tienen cierta libertad de movimiento, y en cuanto pueden, intentan cruzar a Europa”.

Este activista denuncia que, además de no gastar lo necesario para resolver la crisis, los países del Golfo son responsables de que se prolongue “debido a su ayuda a los grupos extremistas”. No obstante, Ibrahim pide “diferenciar entre gobernantes y gobernados”. “Se trata de gobiernos no elegidos y la gente no tiene libertad de expresión”, añade convencido de que la mayoría está dispuesta a ayudar a los refugiados.

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Sobre la firma

Ángeles Espinosa
Analista sobre asuntos del mundo árabe e islámico. Ex corresponsal en Dubái, Teherán, Bagdad, El Cairo y Beirut. Ha escrito 'El tiempo de las mujeres', 'El Reino del Desierto' y 'Días de Guerra'. Licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense (Madrid) y Máster en Relaciones Internacionales por SAIS (Washington DC).

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