¿Hacia un ‘Grexit’ solidario?
La única solución consistiría en organizar una salida escalonada en varios meses
El referéndum del domingo pasado arroja una luz descarnada sobre la extraordinaria complejidad del juego que se ha instaurado entre Grecia y la zona euro. El Gobierno griego hace votar al pueblo contra las medidas de austeridad, pero las acepta al día siguiente de la victoria del no. Alexis Tsipras admite que Grecia pase a estar tutelada hasta 2018, la reforma fiscal y la de las pensiones, y no discutir oficialmente de la reestructuración de la deuda. ¿Entonces, para qué ha servido el voto?
Probablemente para alguna cosa que no figure en el acuerdo, y que es esencial para Tsipras: la negociación, a cambio de concesiones, de la condonación de una parte de la deuda. Si no, el giro griego sería, o suicida de cara a su electorado o irresponsable con respecto a la Unión Europea. Esta condonación aligeraría el peso del reembolso y permitiría financiar un mínimo de políticas públicas, a la espera de que los fondos obtenidos del Mede sean finalmente utilizados para sostener la economía y no, como ha sido hasta el momento, para reembolsar a los acreedores privados y públicos del país. Ya veremos…
Lo que es seguro es que el acuerdo no resolverá en modo alguno los problemas estructurales de la economía griega. Desde 2012, la política de austeridad desarrollada a través de los planes precedentes ha engendrado, además de sufrimientos sociales enormes, la pérdida de más de una cuarta parte del PIB y conlleva la explosión de la deuda hasta el 177% del PIB. Es prácticamente imposible reequilibrar estos dos fundamentos, salvo poniendo en marcha políticas restrictivas dramáticas para la población y, por tanto, creando una crisis política ampliamente destructiva. El acuerdo que pretende obtener, de 50.000 millones de euros, no será suficiente, y todo hace pensar que será necesario negociar duramente para satisfacer las condiciones impuestas por la Unión. Por lo tanto, es arriesgado creer que esta crisis ha terminado.
Realmente, y si las condiciones para una discusión calmada se impusieran, haría falta hacerse la pregunta de fondo: ¿tiene Grecia realmente los medios, con o sin reformas, para permanecer en la zona euro? En términos económicos, la respuesta es probablemente negativa. La única solución consistiría en organizar, de acuerdo con el Gobierno griego, una salida dulce, escalonada en varios meses, y encaminada a la creación de un sistema de compensación entre el euro y un euro-dracma, con una caída de alrededor del 30%. Esto permitiría al Gobierno griego restablecer el equilibrio de sus fundamentos tras varios años y acometer las reformas necesarias para volver a la zona euro.
Este Grexit sería solidario, se haría con financiación europea desde el período de transición hacia la nueva moneda. Una solución así será la hipótesis de trabajo inevitable en un futuro, salvo que se dé una auténtica modificación de la política monetarista en vigor hoy día en la zona euro. En la espera, continuaremos asistiendo a la comedia euro-griega, interpretada en modo: “Te amo... Yo tampoco”.
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