Grecia puede aprender de la crisis argentina del 2001
En la Argentina la respuesta fue la “pesificación” de los activos y pasivos denominados en dólares
La crisis económica-financiera Griega ha entrado en una etapa crítica con final abierto. Todo parece depender de la votación del domingo que definirá si el país dejará el euro y adoptará una nueva moneda o si finalmente aceptará un ajuste que le permita apostar a una recuperación dentro de las reglas monetarias actuales.
Para los argentinos que vivimos la crisis del 2001 los puntos en común saltan a la vista. Argentina tenía un régimen de convertibilidad de la moneda que mantenía un tipo de cambio fijo entre el peso y el dólar y en el que la devaluación tenía que ser aprobada por ley. Grecia es un caso más extremo que no tiene una moneda propia y por ende no puede devaluar ni imprimir moneda. Si bien Argentina mantenía su propia moneda, no se veía que una devaluación fuera una alternativa de política económica.
Durante los años previos a la crisis, la Argentina intentó evitar por todos los medios la devaluación debido a que se preveía que iba a ser un evento traumático. Intentó infructuosamente reducir el déficit fiscal, lo que resultó muy difícil en una economía en la que se desplomaba la recaudación impositiva. Buscó financiamiento externo y reestructurar la deuda pública, pero los intentos se frustraron una y otra vez debido a que los acreedores percibían la fragilidad del modelo de tipo de cambio fijo.
Para muchos la única alternativa era la devaluación, un camino que era veladamente recomendado por los organismos multilaterales incluyendo el FMI y el Banco Mundial, aunque las consecuencias sociales y financieras de depreciar la moneda no eran tomadas en cuenta.
Por un lado la devaluación era inevitable; pero por el otro se anticipaba que iba a derivar en una gran crisis, aunque pocos previeron que iba a tener la magnitud que finalmente tuvo.
Muchos países devalúan sus monedas sin que ello implique una gran disrupción del funcionamiento de la economía, con lo que la devaluación simplemente lleva a un cambio en los precios relativos que sube el precio de las exportaciones y las importaciones, y tiene un efecto menor sobre la inflación y no impacta sobre la evolución del crédito.
En la Argentina ese no fue el caso en el 2001, principalmente porque la devaluación afectó la solvencia del Estado, de gran parte de las empresas y de muchos individuos que estaban endeudados en dólares. En Grecia muy probablemente surgirán problemas similares, especialmente si el gobierno abandona el euro y crea una nueva moneda. ¿Qué pasará con las deudas en euros? ¿Sufrirán los ahorristas una pérdida en el valor de sus activos en la medida que la nueva moneda se devalúe fuertemente frente al euro? ¿Qué pasará con la deuda externa?
En la Argentina la respuesta fue la “pesificación” de los activos y pasivos denominados en dólares, lo que implicó una fuerte redistribución de riqueza a favor de los deudores. Grecia puede verse obligada a enfrentar ese desafío, lo que seguramente llevará a protestas y cacerolazos que realizarán los depositantes al sufrir la licuación de sus ahorros.
La otra similitud es la corrida bancaria, que en la Argentina marcó el fin de la convertibilidad y en Grecia puede forzar la salida del euro y la creación de una nueva moneda. Los sistemas bancarios para funcionar sin sobresaltos requieren de un Banco Central que tenga la capacidad de actuar como prestamista de última instancia que esté en condiciones de darle liquidez al sistema bancario. En la medida en que el prestamista de última instancia exista no hay motivo para una corrida, ya que los depositantes saben que hay alguien dispuesto a emitir los dólares, los pesos o los euros que hagan falta para que los bancos paguen los depósitos.
Los problemas aparecen cuando no hay un prestamista de última instancia, porque en ese caso no va a haber dólares o euros para todos. En esas circunstancias, cualquier temor, aunque sea pequeño, dispara una corrida, porque nadie quiere llegar a la caja del banco muy tarde cuando ya no queden más dólares. Ante esa situación no hay muchas alternativas, o congelamiento de depósitos o corralito bancario.
Argentina optó por el corralito para contener la corrida, pero no funcionó y eventualmente se vio forzada a la pesifición de los depósitos. Una vez que los depósitos estuvieron nuevamente en pesos y que no fueran convertibles a dólares el banco central pudo actuar nuevamente como prestamista de última instancia, emitir pesos para que los bancos paguen sus depósitos y levantar el corralito.
En Grecia no hubo problemas mientras el Banco Central Europeo estuvo dispuesto a darle liquidez a los bancos. En el momento en que se anunció que el BCE cortaba el financiamiento a los bancos se aceleró la corrida y el gobierno se vio forzado a imponer el corralito.
Está claro que la salida del corralito en Grecia tiene dos posibles caminos. El menos traumático desde un punto de financiero es en el que gana el sí, Grecia se mantiene en la zona del euro y vuelve a recibir financiamiento del BCE y los bancos y el sistema de pagos vuelven a funcionar como hasta ahora.
El otro camino seguramente implicará una gran disrupción financiera en el corto plazo, en la que reinará la incertidumbre sobre el tipo de cambio, la inflación, se saldrá del euro y aparecerá una nueva moneda (digamos el dracma) y en el que va a ser inevitable que se “dramaticen” los activos y pasivos y que todas las transacciones se vuelvan a efectuar en dracmas.
En el caso argentino salir de la convertibilidad y dejar flotar el peso fue traumático en el corto plazo pero con el tiempo le permitió al país recuperar más grados de libertad en el manejo de la política económica. Lamentablemente, en parte porque se abusó de la emisión monetaria hubo un aumento importante en la inflación acompañado con un desmanejo de la política cambiaria que ha sido muy disruptivo para el cercimiento. En otras palabras, tener una moneda propia en un país que necesita una devaluación puede ser positivo, pero hay que aprovechar la oportunidad y no desperdiciarla.
En Grecia salir del euro puede ser una alternativa, especialmente si la estrategia de ajuste que ya lleva unos ocho años no da muestras de que ayude a crear condiciones de crecimiento. El camino alternativo puede ser promisorio, especialmente si se logra evitar una mega crisis financiera en la salida del euro. Pero tampoco va a ser un jardín de rosas ya que seguramente va a estar lleno de obstáculos y los desafíos van a ser importantes.
*Miguel A. Kiguel es economista y profesor de la Universidad Torcuato Di Tella
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