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Columna
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Estados Unidos en un mundo multilateral

Se impone una realidad con centros de poder en los cinco continentes

Con el desmoronamiento de la Unión Soviética hace ya más de un cuarto de siglo, Estados Unidos se convirtió en la única gran potencia con la voluntad de mantener indefinidamente su primacía mundial. Desde un capitalismo financiero férreamente asentado en Wall Street ha apoyado, o por lo menos ha tolerado, que China, su gran acreedora, llegase a ser la primera potencia productora de bienes y servicios.

Las relaciones entre EE UU y China, las económicas, pero sobre todo las políticas, constituyen uno de los entramados que más influyen, pero también menos transparentes de la política mundial.

Después de consolidarse como la primera potencia exportadora, China ha extendido su presencia por una América Latina que hace tiempo dejó de ser el patio trasero de EE UU, y por una África de la que, con excepción de la francesa, casi ha desaparecido la influencia occidental. Se mantiene, sin embargo, en Oriente Medio gracias a Israel, aunque al rechazar, al menos con los hechos, un Estado palestino viable que ponga fin a una ocupación que se muestra con vocación de indefinida, permanece activo un conflicto en el que por la mera dinámica demográfica Israel y Occidente terminarán a la larga perdiendo.

EE UU ha reforzado su influencia en Europa por medio de su principal motor económico, una Alemania que depende por completo de la protección de las armas nucleares norteamericanas. El paraguas militar estadounidense es el principal protector de la Europa comunitaria, pero también el factor determinante de su sumisión. El tratado que se está cocinando entre la UE y EE UU dejará bien patente hasta qué punto llega.

Después del desplome de la Unión Soviética, impulsado desde la misma Federación Rusa, una catástrofe que, pese a su extensión y enormes recursos naturales, parecía borrarla de la lista de grandes potencias, EE UU cayó en la tentación de pretender mantenerse como la única potencia mundial.

Dado el ascenso de nuevas potencias emergentes, como Brasil y México en América Latina; Nigeria y Sudáfrica en África; o en Asia, además de China, Japón, Corea del Sur, Indonesia, vivimos en un mundo cada vez más globalizado, pero también multipolar.

Al empeño norteamericano de presidir un mundo unilateral en el que domine una única potencia se opone en la realidad uno multilateral con centros de poder distribuidos por los cinco continentes. Lo es solo por su potencia militar, pero hace mucho tiempo que perdió la hegemonía económica y sobre todo la nuclear, de que únicamente disfrutó en los pocos años posteriores a la segunda posguerra.

Cierto, EE UU fue un tiempo breve la única potencia mundial, posición que pronto tuvo que compartir con la Unión Soviética. Durante 45 años ha rivalizado en todos los campos armamentísticos, tecnológicos, sociales, económicos. De ahí que a la caída de la Unión Soviética en 1990 creyera que recuperaba una indiscutible primacía mundial, para comprobar, sin embargo, que, pese a que siga sin aceptarlo, se halla en un mundo multipolar.

Ello no quita que haya tolerado, incluso apoyado, el papel creciente de una China exportadora de bienes y servicios. Tal vez esto se explica porque hace sus operaciones en dólares, que como divisa de reserva interesada en mantener su valor, ha acumulado en grandes cantidades, aunque luego el país más endeudado del mundo lo maneje a su conveniencia.

Llama la atención la simbiosis que EE UU y China habían llegado a formar, pero que se está resquebrajando a gran velocidad. Con un potencial económico que sigue creciendo hasta el punto que dentro de poco supere el PIB norteamericano, China está llevando a cabo una política cada vez más agresiva en todos los campos, pero sobre todo en el militar.

La política de cerco y presión para impedir que Rusia remonte a la posición de una gran potencia, que lo es sin más por extensión y recursos naturales, se añade ahora contra China y con la misma intención. Es el precio a pagar por aspirar a la primacía mundial.

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