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De cartonera a primera presidenta de una petrolera

Los escándalos acortaron el mandato de Graça Foster al frente de Petrobrás

La expresidenta de Petrobrás, Graças Foster
La expresidenta de Petrobrás, Graças FosterAntonio Lacerda (EFE)

“Vengo aquí, en condición de primera presidenta electa en Brasil, para asistir a la toma de posesión de la primera mujer presidenta de una petrolera en el mundo”. Corría febrero de 2012 y Dilma Rousseff acababa de colocar al frente de la mayor empresa de Brasil a su amiga y colaboradora Graça Foster, una ingeniera química con destacado perfil técnico y 31 años de experiencia en la compañía. Todo eran sonrisas, a pesar de que ya entonces analistas del mercado energético avisaban de que su antecesor en el cargo, José Sérgio Gabrielli, le había dejado un campo minado. En su primer discurso, Foster prometió entre otras cosas “disciplina de capital”. No está claro a fecha de hoy si la nueva presidenta de la empresa estaba al tanto entonces de la gigantesca trama corrupta que había desviado miles de millones de dólares en la década anterior (durante la que dirigió varias áreas).

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Pero desde este miércoles, en que ha sido destituida, parece confirmado que el caso ‘Petrolão’ acortó su mandato, en el que la mayor empresa pública de Latinoamérica ha batido récords de producción pero ha perdido casi la mitad de su valor bursátil. Devorada por la Operación Lava Jato y con las acciones en caída libre, la todavía presidenta de Petrobras puso en diciembre su cargo a disposición de Rousseff, que la respaldó. En círculos políticos brasileños se venía especulando durante la última semana con el significado de su permanencia, una vez conocido el enorme enfado de la presidenta por dos decisiones recientes, y su rol de escudo político: la dimensión verdadera del caso Petrobras tardará en evaluarse más de un año y la propia presidenta es objeto de acusaciones. El padecimiento emocional de su amiga “incondicionalmente fiel”, secretaria ejecutiva de Dilma cuando fue ministra de Energía, habría pesado en la decisión.

A María das Graças Silva Foster (Caratinga, 1953) la vida parece haberle forjado, de cualquier manera, un carácter tenaz. Su infancia fue dura: traslado del estado de Minas Gerais a Río de Janeiro a los dos años, violencia familiar, crecimiento en una complicada favela del norte de Río donde recogía cartones y latas para colaborar con la economía doméstica. Estudió ingeniería química en Niteroi y nada más terminar entró como becaria en Petrobras. Su fuerte temperamento le granjeó el respeto de sus colegas. Con fama de extraordinariamente disciplinada y trabajadora, tiene dos hijos de dos matrimonios, el segundo de ellos con el empresario inglés Colin Foster.

Pese a la acusación firme de una ex empleada, Foster asegura que no supo lo que se traían entre manos directivos de Petrobras, los mayores constructores de Brasil y una cantidad indeterminada de políticos del Gobierno y la oposición hasta que el caso explotó. En noviembre, tras la detención de 24 personas, Foster prometió depurar responsabilidades hasta el fondo, “duela a quien duela”, y envió tres mensajes centrales: había que “mejorar la producción y la transparencia de Petrobras”, recuperar “el respeto” y “elevar la moral” de 85.000 trabajadores. La onda expansiva de la corrupción y el descalabro del precio del petróleo han frustrado sus deseos para siempre.

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