Uno puede morir de muchas formas
En América Latina, la democracia está en la sala de terapia intensiva y no se le permiten visitas
La gravedad de las situaciones que nos afectan no radica exclusivamente en la situación como tal, o en quien la genera, sino también en quienes la permiten, ignoran y toleran, siendo cómplices: “el mal triunfa cuando los buenos no hacen nada”, es la máxima que se le atribuye a Edmund Burke y a tantos más.
Ibérico Saint-Jean, Gobernador de Buenos Aires durante la dictadura de Videla, lo sabía bien. Por eso lo practicaba: “Primero mataremos a todos los subversivos, luego mataremos a sus colaboradores, después a sus simpatizantes, enseguida a aquellos que permanecen indiferentes y, finalmente, mataremos a los tímidos”. El fin era desaparecer a todos. Y uno puede morir de muchas formas.
A uno pueden quitarle la vida y eso, aunque parezca terrible, puede resultar llevadero. Se silencia una voz, una idea o una pluma pero no necesariamente se elimina un legado. Lo que realmente mata es tener vida con la certeza de no ser. Una voz callada, una imagen asesinada, una pluma secuestrada o una idea asalariada son muertes más catastróficas. Son métodos invisibles de tortura que van de a poco operando de forma sistemática por toda América Latina. Ello confirma que nuestra democracia está en la sala de terapia intensiva y no se le permiten visitas.
Nuestros líderes parecen haber olvidado un principio básico de la vida en democracia: la necesidad de dialogar, especialmente con quienes piensan distinto. Estamos viviendo tiempos en los que la primera opción para rebatir lo diferente es apagar voces en lugar de agregar nuevas. Tiempos en los que ejercer la ciudadanía se ha convertido en palabra bélica y ante la guerra, disparos. Y para disparar y torturar, hay que quitar espacios, cerrar puertas, asesinar nombres. Destruir.
Estamos viviendo tiempos en los que la primera opción para rebatir lo diferente es apagar voces en lugar de agregar nuevas
Uno puede morir de muchas formas y en América Latina la comunidad internacional está lavando esas muertes. Los líderes estatales asumen posturas de complicidad, disfrazando de “respeto a la soberanía” e “integracionismo” el mutis que mantienen ante los abusos y prepotencia de sus vecinos. Gritan en coro que la región no es más el patio trasero de los yankees mientras su comportamiento evidencia que en el hemisferio sur en realidad tenemos zares. Y no es que los gringos sean mejor opción, es que no puede el burro decirle orejón al conejo.
El mesianismo político del siglo XXI está avanzando en sus pretensiones a través del turismo legislativo. Como si no bastara el uso y abuso de los medios para posicionarse, vulneran la independencia de las cámaras, asambleas o congresos como mecanismo para legitimar sus intenciones de perpetuarse en el poder. No quieren entender que hasta el mejor de los gobiernos necesita ser cambiado, porque la opción del cambio es oxígeno para la democracia.
Es cierto que estos gobiernos latinoamericanos—definidos a sí mismos como revolucionarios—han implementado políticas públicas populares y algunas de ellas han sido acertadas y oportunas. Pero también es cierto que no son actos misericordiosos ni favores ciudadanos. Son acciones obligatorias de conformidad a lo estipulado en las leyes vigentes de cada nación. Por ende, el que otros gobiernos hayan hecho caso omiso de las normas y principios elementales del servicio público no convierte al gobierno de turno en deidad política. No hay mayor violencia que la ejercida por las autoridades a costa de la ignorancia de las poblaciones.
El camino hacia la instauración de un régimen autoritario y represivo suele ser muy parecido a los territorios donde hay minas antipersonales. El espacio se pinta libre, según cómo y dónde pises ello puede causarte la muerte. Ese es el riesgo que corres cuando decides cuestionar y oponerte a decisiones políticas en países donde su primer mandatario no acepta posturas diferentes a la propia. La muerte se torna irrelevante cuando has perdido tu nombre de forma continua en propagandas estatales.
La patria grande no se gesta a partir de la fabricación de terroristas y la violación de garantías en una supuesta búsqueda de respeto al estado de derecho y orden social. La democracia no se conserva guardando luto eterno a un comandante.
Karla Morales es abogada especializada en Derechos Humanos. Colabora como columnista de varios medios impresos y digitales en Ecuador y Estados Unidos. Twitter @karlamoralesr
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