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Helmut Kohl: “Europa es una cuestión de supervivencia”

El excanciller alemán recuerda para EL PAÍS los días y semanas tras la caída del Muro

Luis Doncel
Helmut Kohl, en la presentación 'De la caída del Muro a la reunificación'.
Helmut Kohl, en la presentación 'De la caída del Muro a la reunificación'. Borís Rössler (efe)

A sus 84 años, Helmut Kohl está estos días de actualidad. No solo porque hoy se conmemoren los 25 años de la caída del Muro que dio paso a la reunificación alemana que él protagonizó. El hombre al que Bill Clinton calificó como “el estadista europeo más destacado desde la II Guerra Mundial” acaba de presentar un libro-llamada de atención ante la deriva de Europa. En él tira de las orejas a su sucesor al frente del Gobierno, el socialdemócrata Gerhard Schröder, por admitir a Grecia en el euro antes de estar preparada o por debilitar a la UE al vulnerar el Pacto de Estabilidad. También critica indirectamente a los actuales líderes europeos, de los que dice que podrían haber sido “más inteligentes” en su forma de abordar el conflicto con Rusia a cuenta de Ucrania. Kohl, además, se siente traicionado por la reciente publicación del libro en el que un antiguo confidente usó 630 horas de conversación grabadas en 2001 y 2002 para hacer públicos, entre otras cosas, comentarios poco amables sobre la canciller Angela Merkel.

Postrado en una silla de ruedas y con grandes dificultades para hablar desde el derrame cerebral que sufrió en 2008, Kohl accede a responder a las preguntas de EL PAÍS por correo electrónico. En su entorno piden, por motivos de salud, limitar al máximo el número de preguntas. El canciller de la unidad alemana mantiene la memoria viva y un lúcido diagnóstico sobre el presente.

Pregunta. En el libro de memorias que acaba de reeditar habla de “la fea palabra euroesclerosis” utilizada al inicio de su mandato como canciller en 1982. ¿Ve hoy al proyecto europeo inmerso en esa “fea euroesclerosis”?

Cuando cayó el Muro, nuestros vecinos tenían mucho miedo de una nueva gran Alemania

Respuesta. No, porque las situaciones históricas nunca son comparables directamente. Europa ha avanzado mucho respecto a comienzos de los años ochenta. Con la introducción del euro en 1999, la integración europea se hizo irreversible. Sin embargo, veo una cierta fatiga europea y una falta de conciencia de lo importante que una Europa unida es para todos. Me preocupa el desánimo con el que se discute el proyecto europeo. Y en este aspecto no excluyo a ningún país. Al igual que ocurrió al comienzo de mi mandato, estamos ahora en una encrucijada. Tras pasar años mirando hacia el pasado, tenemos que tomar por fin un camino nuevo, valiente y decidido hacia el futuro.

P. Usted dice que cuando cayó el Muro, nadie podía estar seguro de que las dos Alemanias se reunificarían y habla de la necesaria mezcla “de valor e inteligencia” que se dio entonces. ¿Qué decisiones fueron las más importantes?

R. Fueron muchas las decisiones que casi a diario hubo que tomar durante esos días, semanas y meses de incertidumbre. Sin duda, fue importante que Mijaíl Gorbachov mantuviera los tanques soviéticos en el cuartel y no reprimiera con violencia la revolución pacífica de esos días emocionantes. Él mantuvo de forma valiente su línea pacífica durante el proceso de unificación, en contra de la opinión de muchos en su país. Otra decisión importante fue mi plan de diez puntos, que presenté en el Parlamento alemán a finales de noviembre de 1989, tres semanas después de la caída del Muro. Ahí establecí claro mi objetivo político como canciller de lograr la unidad alemana. De esta forma, impedí que las negociaciones se concentraran en soluciones que implicaban la existencia de dos Estados alemanes; soluciones que despertaban simpatías tanto en Europa como en mi propio país. También era necesario que, de forma paralela a la reunificación, Alemania dejara claro su apoyo al proceso de unidad europea, con el respaldo a la introducción de la moneda única. Tuvimos además un golpe de suerte con el presidente de EE UU, George Bush, que estuvo siempre de nuestro lado. El requisito sine qua non para apoyar la reunificación fue la determinación de Alemania —y la mía personal— de que el país reunificado tenía que ser miembro de la OTAN. Esto era también muy controvertido dentro de Alemania. Y por supuesto no puedo olvidar a los ciudadanos de la RDA. Sin su deseo de libertad, valentía y autodeterminación no habría caído el Muro ni habría llegado la reunificación. Fue una gran suerte que en 1989 y 1990 coincidieran todos estos factores imprescindibles. Sin el coraje y la inteligencia de todos los participantes no lo habríamos logrado. Nada se daba por descontado esos días, sino que vivimos un proceso muy complejo y sensible.

En Dresde me di cuenta de que no había marcha atrás. La gente quería unidad y la quería ya

P. ¿En qué momento se dio cuenta de que la reunificación ya no tenía marcha atrás?

R. El 19 de diciembre de 1989 fue para mí una experiencia clave. Seis semanas después de la caída del Muro viajé a Dresde. Allí me reuní con Hans Modrow, el primer ministro de la RDA. La multitud pletórica que me recibió en el aeropuerto y a lo largo de la carretera por la que debíamos llegar a la ciudad fue para mí la señal de que los ciudadanos de la RDA querían la unidad y la querían rápido. La gente ya no quería esperar más. En ese momento me quedó claro que la unidad llegaría mucho antes de lo que yo mismo hasta entonces me había imaginado. Hay que ponerse en el contexto de esos días. Tan solo tres semanas antes había presentado en el Parlamento mi programa de diez puntos en el que fijaba el objetivo de la unidad. A finales de noviembre había evitado poner un calendario a la reunificación por buenos motivos. Sabía que estaba ante la oportunidad histórica de lograr la unidad alemana. Pero también era consciente de la fragilidad del proceso. Habíamos decidido ser cuidadosos y había algo que no podíamos olvidar jamás: los alemanes no estábamos solos en el mundo. Junto a la alegría por la caída del Muro, nuestros vecinos europeos, tanto los del Este como los del Oeste, tenían mucho miedo de una nueva gran Alemania. Incluso en mi propio país había temores y resistencias. Así que a finales de noviembre, cuando presenté los diez puntos, yo estaba convencido de que la unidad alemana tardaría aún al menos tres o cuatro años y llegaría solo después de culminar el mercado único europeo a finales de 1992. Y tan solo tres semanas más tarde, durante mi visita a Dresde, me di cuenta de lo favorable que era la situación, y que podía ser todo mucho más rápido de lo que había imaginado. En ese momento les dije a los que me acompañaban en el viaje: “Esto está hecho. El régimen de la RDA está en sus últimos momentos. ¡La gente quiere la reunificación!”. Siempre asociaré este momento con Dresde. Pero entonces aún no estaban asegurados los aspectos políticos, tanto internos como externos. Todavía quedaría un largo camino y muchas y muy complicadas negociaciones hasta el día de la unidad, el 3 de octubre de 1990.

P. Otra de las frases que repite en los dos libros que ahora presenta es que considera la unidad alemana y la europea “dos caras de la misma moneda”. ¿Qué piensa usted, que ha dedicado su vida política a la construcción europea, cuando oye hablar de la posibilidad de independencia en Cataluña?

Thatcher, Mitterrand y González ante la caída del Muro

La caída del Muro y la perspectiva de la reunificación de Alemania supusieron una conmoción para nuestros vecinos y socios europeos. Muchos contaban con que la unidad alemana se produciría algún día, pero no pensaban que llegarían a verla con sus propios ojos. Por eso, para la mayoría, la caída del Muro llegó simplemente a destiempo. Por supuesto, en muchos tratados firmados en años anteriores se establecía el derecho de los alemanes a la unidad. Ahora bien, eso se había hecho ayer con la vista puesta en pasado mañana.

Pero ahí estaba nuestra oportunidad histórica de conseguir una patria alemana unida. Aunque no tardó mucho en avivarse de nuevo la antigua desconfianza frente a los alemanes, por poco tiempo, pero de forma muy intensa. Entre nuestros aliados europeos, solo hubo uno que nos apoyó resueltamente desde el primer momento: el presidente español Felipe González, que no dudó ni un instante acerca de cuál era la posición que debía adoptar.

Margaret Thatcher, la más sincera entre los adversarios de la unidad, llegó a decir: “Prefiero dos Alemanias a una”. También dijo: “Hemos derrotado a los alemanes en dos ocasiones, ¡y aquí los tenemos de nuevo!”. La jefa del Gobierno británico, que finalmente dejó de oponerse a la reunificación de nuestro país al comprender lo inevitable del curso de los acontecimientos, había dado por sentado erróneamente que Gorbachov jamás aprobaría la pertenencia a la OTAN de una Alemania unificada.

Su posición coincidía, al menos en un primer momento, con la de François Mitterrand. Del presidente de la grande nation también nos llegó alguna que otra palabra poco amable hasta que, finalmente, adoptó una posición clara y amigable hacia los alemanes. Seguramente el cambio de parecer de Mitterrand desde su actitud inicial, crítica hacia la reunificación alemana, se debió en buena medida a que logré convencerle una vez más de que la unificación alemana y la unificación europea eran dos caras de la misma moneda. Clara prueba de ello fue la iniciativa francoalemana para implantar la moneda común europea, el euro, y la unión política que impulsamos con pasos muy concretos en la primavera de 1990 en paralelo al proceso de unificación alemana.

Extracto de las memorias de Helmut Kohl, De la caída del Muro a la reunificación. Mis recuerdos, publicadas en 2009 y reeditadas en 2014.

R. El debate sobre Cataluña es una cuestión interna, sobre la que no me quiero pronunciar. Le ruego su comprensión. Pero sí hay algo que me gustaría destacar. La unidad de Europa no es una obsesión de algunas personas o países a expensas de otros. Una Europa unida es la lección de la variada y dolorosa historia de nuestro continente. No podemos olvidar nunca que no hay alternativa. Europa es una cuestión de guerra y paz. La paz en libertad es la condición previa para todo lo demás: la democracia, los derechos humanos, el Estado de derecho, la estabilidad social y la prosperidad. Y todo esto es aún más cierto en el mundo multipolar que siguió al fin de la Guerra Fría. Los retos a los que nos enfrentamos han cambiado radicalmente desde entonces. La importancia de una Europa unida no ha descendido, sino todo lo contrario. Todos lo necesitamos y todos en nuestros países debemos hacer los deberes para lograrlo. Soy consciente de que muchas veces no es fácil. Pero Europa no es responsable de las reformas necesarias, sino que las exige un mundo en constante cambio. Y no hay otro camino. La UE puede ayudar a algunos Estados miembros a ayudarse a sí mismos. Pero cada país es responsable de hacer sus deberes. En este sentido, desearía que España, por supuesto con ayuda de la UE, pueda resolver sus problemas y emprender las reformas necesarias con valor y decisión. Sobre todo deseo que su país logre controlar pronto el paro juvenil. Créame usted: he experimentado muchas cosas en mi vida. Buenas y malas. He tenido que luchar mucho. Nadie me ha regalado nada. Sé de lo que hablo. Y me atengo a una firme creencia: una Europa unida es para todos nosotros una cuestión de supervivencia. Europa es nuestro destino. Nuestra meta debe ser un sistema unificado, democrático, cercano al ciudadano y basado en un Gobierno federal. Una Europa unida en la diversidad, en la que los Estados miembros, las regiones y los ciudadanos se encuentren de nuevo. Para ello queremos luchar juntos. Hay mucho en juego. Se trata de nuestro futuro, que para todos nosotros se llama Europa.

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Sobre la firma

Luis Doncel
Es jefe de sección de Internacional. Antes fue jefe de sección de Economía y corresponsal en Berlín y Bruselas. Desde 2007 ha cubierto la crisis inmobiliaria y del euro, el rescate a España y los efectos en Alemania de la crisis migratoria de 2015, además de eventos internacionales como tres elecciones alemanas o reuniones del FMI y el BCE.

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