Idas y vueltas desde el 11-S
Tras las lecciones de Afganistán e Irak, Obama busca compartir esfuerzos y aportar desde la lejanía medios militares
En primera instancia, si observamos la respuesta estadounidense al terrorismo yihadista, y sus planteamientos de seguridad desde el 11-S hasta hoy, podría parecer que Obama ha dado la vuelta por completo a la ideologizada estrategia militarista de su predecesor. Sin embargo, una mirada más atenta nos descubrirá que, en esencia, se mantienen buena parte de los instrumentos empleados y los mismos objetivos: evitar que se repita un ataque similar y defender los intereses planetarios de quien se sigue viendo como la nación indispensable. Lo que afortunadamente se ha perdido por el camino es la carga mesiánica que movía a Bush, dando paso a un gobernante más pragmático, centrado en preservar el liderazgo mundial de su país con un uso más realista de sus inmensos recursos.
Equivocadamente se suele tildar a Obama como pacifista, cuando no ha tenido reparo alguno en sumarse a la apuesta militarista de Bush (recordemos la surge en Irak), ampliándola a muchos otros escenarios como Libia, Somalia o Yemen. Así, durante su mandato ha apostado decididamente por la militarización de la CIA, el empleo de drones (aviones no tripulados) para eliminar a sus enemigos, el creciente protagonismo de las unidades de operaciones especiales y el apoyo a fuerzas locales de socios o aliados más o menos presentables. Y aunque estos sean instrumentos menos visibles, no son en ningún caso menos letales que las unidades convencionales que su antecesor desplegaba en aquellos países que suponían alguna amenaza a sus intereses. Es, en resumen, otra forma de hacer la guerra, en la que la aversión a desplegar tropas propias en el terreno lleva a aprovechar al máximo las ventajas de la tecnología militar, al tiempo que se potencia a actores locales (con asesoría, instrucción y suministro de equipo y armamento) para que asuman la pesada carga del combate terrestre.
A este punto se ha llegado tras las amargas lecciones extraídas de Afganistán e Irak, ejemplos de decisiones equivocadas al pensar que los soldados estadounidenses serían recibidos por las poblaciones locales como héroes liberadores, al creer que la superioridad tecnológica de la maquinaria militar evitaría desgastarse hasta el límite de las capacidades propias en escenarios que no eran vitales (mientras Rusia y China asomaban con fuerza en otros que sí lo eran) y al considerar que la sociedad (y los oponentes políticos) asumirían sin rechistar las bajas propias y la desatención a necesidades internas más acuciantes. Mientras tanto, como era previsible aun a pesar de la eliminación de Osama bin Laden, el monstruo no solo sigue estando ahí, con Al Qaeda y sus franquicias regionales plenamente operativas, sino que se ha diversificado con la amenaza que representa actualmente el Estado Islámico, los grupos locales inspirados por estos referentes en diversos países y hasta los llamados lobos solitarios, que también se sienten parte de una guerra global urbi et orbi.
Como consecuencia de todo ello, Obama ha vuelto a las raíces. Eso significa replantear su manera de defender los intereses propios, entendiendo, en primer lugar, que EE UU no puede resolver en solitario todos los problemas de seguridad del mundo y que muchos de ellos no afectan a sus intereses vitales. Implica, igualmente, asumir que el terrorismo no se puede derrotar definitivamente, y mucho menos a través de medios militares convencionales. Si en Libia (2011) fue donde primero aplicó su idea de lo que significa “liderar desde atrás”- sin desplegar tropas convencionales propias, pero aportando la mayor parte del esfuerzo aéreo, la inteligencia y hasta el suministro de munición a sus aliados europeos-, ahora en Siria/Irak asistimos a su consolidación.
En síntesis, se trata de seguir implicado en los asuntos mundiales- no hay ninguna tentación aislacionista en su política-, movilizando a socios y aliados para compartir esfuerzos (sumando hasta 40 compañeros de viaje contra el EI, sin detenerse a solicitarles el carné de demócrata), aportando desde la lejanía medios (incluyendo material letal) a quienes pasan a ser la carne de cañón encargada de enfangarse en batallas que, en el mejor de los casos, solo lograrán ganar tiempo. Un elemento esencial de este enfoque es volver a “jugar” al equilibrio de poderes, implicando en la tarea a actores locales (por ejemplo, Irán, Turquía y Arabia Saudí en el caso del EI) que, al estar mucho más interesados en neutralizar la amenaza yihadista, puedan estar más dispuestos a aceptar el apoyo estadounidense contra una causa común. En relación con este último factor, la preocupación de EE UU es distribuir sus apoyos de manera que todos los implicados en el juego deseen seguir adelante, procurando que ninguno de ellos (como pasó con Sadam Husein) llegue al punto de adquirir un poder que le tiente a desarrollar su propia agenda en contra de los intereses de Washington.
De ese modo, es muy improbable que veamos grandes unidades de combate estadounidenses desplegadas por el mundo; pero también lo es que desaparezca Guantánamo, las violaciones del derecho internacional y el recorte del Estado de derecho en nuestras sociedades. Mientras tanto, atrapados en una visión cortoplacista, sigue quedando para mañana activar mecanismos no militares que ataquen las causas estructurales que alimentan el terrorismo.
Jesús A. Núñez Villaverde es codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria (IECAH). Puede seguirle en Twitter en @SusoNunez
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