Corea del Norte, parque temático
EL PAÍS visita durante cinco días la capital del país más aislado del mundo
La pareja, estudiantes de Historia Revolucionaria, era de los pocos visitantes que paseaba el domingo por el parque temático de Pyongyang, donde se puede ver la Corea del Norte más emblemática en miniatura. Ella, con su bolso imitación de Prada, su falda tubo y sus sandalias de tacón, refleja a los 27 años algunos de los leves cambios que vive el país más impenetrable del mundo. Él, con una década de servicio militar a sus 30 años, representa lo de siempre en este país en eterna alerta de guerra.
El mini Corea del Norte es uno de los grandiosos proyectos construidos por el todopoderoso líder Kim Jong-un en sus casi tres años al frente de la dictadura que heredó de su padre. Ha levantado también en tiempo récord un club hípico, un hospital pediátrico, un nuevo museo de la guerra (oficialmente el Museo de la Victoria de la Liberación de la Patria) y ha culminado un parque acuático. Este régimen totalitario, que sobrevive hace seis décadas contra pronóstico con su combinación de estalinismo y nacionalismo gracias al efecto disuasorio de su programa nuclear y a una represión inédita en el mundo contemporáneo, pule su fachada.
El último viernes de agosto las piscinas del parque acuático Munsu estaban a rebosar de críos, mujeres y hombres aunque la entrada cuesta una fortuna: 250 won por adulto (2,5 euros al cambio oficial o una décima parte del salario mensual). El recinto es un festival de toboganes, olas, cascadas, agua dulce y salada... Y bañadores de alquiler. Imposible saber si los cientos que chapoteaban pagaron o eran acarreados, si disfrutaban en familia, con amigos o con compañeros de trabajo. Las autoridades norcoreanas deciden qué enseñan (y ocultan) a los periodistas, acompañados siempre por guías que ejercen de traductores.
Andrei Lankov, profesor de estudios coreanos en la Universidad Kookmin de Seúl, explica por teléfono que con estos proyectos Kim Jong-un persigue un triple fin: “Es muy posible que no tenga un objetivo claramente político. Tiene 30 años, quiere ser popular entre sus súbditos, es como un adolescente; también viene a decirles ‘Pronto acabarán los tiempos duros’ y además quiere atraer turistas extranjeros, occidentales, no chinos”.
Entre lo que no ha cambiado un ápice destaca el culto a los Kim. Empieza en la solapa izquierda de cada adulto. Todos lucen ahí un retrato del generalísimo Kim Il-sung (el abuelo del actual líder falleció en 1994), de su hijo, Kim Jong-il (muerto en 2011) o de ambos.
Pero Kim —al que aquí todos se refieren como “el estimado mariscal”— no solo preside inauguraciones. En diciembre dejó atónito a su pueblo y a los norcoreanólogos cuando decretó la purga y ejecución de su tío Jang Song-thaek, número dos del régimen. “Desde 1955 no ocurría nada similar y entonces la víctima no pertenecía a la familia gobernante”, detalla Lankov. “El querido líder” ya se ha desecho de prácticamente toda la cúpula de su padre pero por ahora no está nombrando sustitutos, según este experto.
El país más aislado del mundo, diezmado por una brutal hambruna en los noventa, ha tenido un cierto crecimiento económico (un 1,3% anual según estima el Banco de Corea del Sur) palpable a primera vista en las principales calles capitalinas. Por las semivacías avenidas de seis carriles circulan más automóviles que antaño (incluidos algunos Mercedes o BMW), hay taxis relucientes, restaurantes, se ven teléfonos móviles inteligentes (de fabricación local, sin conexión al extranjero o a Internet)...
La economía de mercado entra gota a gota. Desde la hambruna que mató a unas 600.000 personas, según las últimas estimaciones, el Estado tolera la venta o trueque de lo producido en los huertos particulares. Un comercio que iniciaron por instinto de supervivencia las amas de casa para alimentar a sus familias mientras sus maridos acudían a los empleos estatales para no perder el derecho a las exiguas o inexistentes raciones de arroz (hoy son 600 gramos diarios por adulto, más para quien hace trabajo físico). Quince años después ha derivado en una economía paralela que genera el 75% de los ingresos familiares, según Lankov. Es fácil ver mujeres cargadas con fardos a la espalda que bien pueden ir en busca de clientes. Este fenómeno, las empresas mixtas con inversores extranjeros y la creciente corrupción están generando evidentes cambios sociales.
Pero Pyongyang, donde las colas del tranvía son largas y las bicicleta llevan matrícula, es un gran escaparate. Salpicada de rascacielos, a finales de verano sus parques están verdes, las aceras, impolutas. “El Estado exige... exhorta a todos”, explica el guía gubernamental, a participar en tareas colectivas como extirpar las malas hierbas de los cuidados parterres, barrer las calles o colaborar en la construcción de un edificio.
La ciudad es hogar de los más privilegiados en este país que padece cortes de luz y escasez de comida. El 28% de los niños norcoreanos son raquíticos, según el Programa Mundial de los Alimentos de la ONU. Su director para Asia, Kenro Oshidari, añade por correo electrónico que en algunas regiones la tasa se dispara al 40%. “Las comidas a menudo consisten en arroz, maíz y col”, detalla. El PMA alimentó con comida rica en nutrientes a casi 700.000 menores y madres en agosto pasado. Incluso en Pyongyang es evidente la delgadez generalizada y lo pequeños que son niños y adolescentes.
En la capital vive el 10% de los 25 millones de norcoreanos, todos de familias con fidelidad demostrada al régimen durante generaciones. Los pertenecientes a las otras dos castas en las que está dividida la sociedad (los vacilantes y los hostiles) ni siquiera pueden visitar Pyongyang.
El contraste entre la capital y el resto del país es muy evidente. “En el viaje a Kaesong (junto a la frontera con Corea del Sur) vimos la gran diferencia. Las carreteras están llenas de baches, parece mucho más pobre. Aquí, en Pyongyang, hay muchas mujeres a la moda, aunque en los restaurantes también se va la luz a veces”, explicaban Anna y Stephanie, dos turistas veinteañeras alemanas durante la velada de lucha libre con la que el régimen retomó el fin de semana pasado la diplomacia deportiva.
Pero el dictador, elegido entre sus hermanos por su crueldad, según algunos observadores, comparte el belicismo de sus antepasados: en 2013 hizo una tercera prueba nuclear, violando las sanciones de la ONU.
Bajo la fachada, las entrañas de Estado perpetran crímenes contra la humanidad, documentados este año por una comisión de investigación de la ONU. China y Rusia, ambos con derecho a veto en el Consejo de Seguridad, muestran desinterés en llevar a Corea del Norte ante la Corte Penal Internacional. Pero el presidente de la comisión, el juez Michael Kirby, recalca por teléfono que “a China y a Rusia no les interesa en su frontera un país que se calcula que tiene 20 cabezas nucleares, un sistema de lanzamiento de misiles, el cuarto ejército del mundo y que juzgó y ejecutó en cuatro días a Jang Song-Thaek”. Kirby insiste en que lo clave es que la comunidad internacional mantenga el interés por el caso porque “las pruebas abundan, en Corea del Sur hay 26.000 refugiados, solo hay que encontrar un buen fiscal y un lugar donde celebrar un juicio”.
Aunque en Pyongyang proliferan los atuendos verde oliva y no se ve un pantalón vaquero, Kim Jong-un está empeñado en ofrecer una imagen más moderna también ante sus compatriotas. Para eso creó Moranbong, una banda femenina omnipresente que arenga a las masas pero a ritmo de pop.
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