Árbenz, una polémica sin fin
Seis décadas después de la renuncia del presidente democrático que intentó una reforma agraria en Guatemala, su figura todavía causa controversia
El 27 de junio de 1954, a las nueve de la noche, el presidente Jacobo Árbenz Guzmán anunció su renuncia a la presidencia de Guatemala. En un dramático discurso de radio, dijo que dejaba el mando en manos del también coronel Carlos Enrique Díaz, “con la esperanza de salvar las conquistas democráticas de la Revolución”.
Hasta hace 15 años, hablar de Árbenz en Guatemala era suficiente para ser tachado de comunista y con ello, exponerse a graves amenazas. Estos días, 60 años después de que dejara el poder, las autoridades han ignorado el aniversario y su figura todavía causa controversia, pero al menos evocar su legado ya ha dejado de ser tabú.
La Revolución de Octubre de 1944 continúa siendo el gran referente y la mayor frustración de los demócratas guatemaltecos. Un movimiento cívico-militar derrocó a Jorge Ubico Castañeda, dictador durante 14 años, y llevó al poder al humanista Juan José Arévalo. Durante esta administración se sentaron las bases de un Estado moderno: se suprimieron privilegios como el monopolio de la sal y del tabaco “mientras se trató de favorecer el acceso a la tierra mediante la Ley de arrendamiento forzoso, que obligaba a los propietarios de tierras sin cultivo a arrendarlas a los campesinos”, recuerda el analista Luis Linares.
Más importante todavía en la dignificación del ciudadano fue la eliminación de toda forma de trabajo forzoso que castigaba cruelmente al campesinado indígena. A esto se sumó la incorporación de los derechos laborales en la Constitución. Herencias de la Revolución de Octubre son también conquistas elementales como el Código de Trabajo y la creación de la Seguridad Social. “Son hitos para la modernización del Estado que incluyó, por primera vez, la separación de poderes”, añade Linares.
El destino de Guatemala parece haber quedado sellado con la promulgación de una reforma agraria en 1952
Árbenz Guzmán sucedió a Arévalo en la presidencia y se propuso darle continuidad al esfuerzo modernizador del Estado guatemalteco. Su programa de trabajo puso énfasis en tres obras indispensables para el desarrollo económico: la construcción de la hidroeléctrica Jurún Marinalá, hasta la fecha una de las generadoras más importantes del país, la construcción de una carretera hacia la costa Atlántica y del puerto marítimo de Santo Tomás de Castilla, el mayor de Guatemala, y la reforma agraria, que pretendía crear una clase media de agricultores.
El destino de Árbenz y, con él, el de Guatemala, parece haber quedado sellado con la promulgación de una reforma agraria en 1952, cuyo decreto 900 permitió la expropiación de fincas no cultivadas (tierras ociosas) y su entrega a los campesinos para su cultivo. Los finqueros expropiados recibieron una indemnización en bonos de Estado, pagaderos a 25 años plazo con un interés anual del 3%.
Esta reforma, que duró apenas año y medio, benefició a 100.000 campesinos y el valor de las mismas alcanzó los 8,5 millones de dólares de la época. Esto, en un país donde el 99,1% de las propiedades eran minifundios que ocupaban solamente el 14% de la tierra, mientras que el 40% de la tierra cultivable estaba en manos de 23 familias.
Pero las expropiaciones también alcanzaron a la entonces todopoderosa United Fruit Company, propietaria de las áreas más productivas, graciosamente regaladas a la frutera por dictadores anteriores. Demasiado atrevimiento en plena Guerra Fría. Más, todavía, cuando el secretario de Estado, John Foster Dulles, era accionista de la United Fruit Company y hermano del director de la CIA, Allen Dulles, el primer civil en ocupar ese cargo.
“Por encima de la reforma agraria, fue la vinculación de Árbenz con el Partido Guatemalteco del Trabajo (PGT, comunista)”, puntualiza Linares, quien señala que el mandatario se vio forzado a esta alianza, ante el rechazo de los demás partidos a su política modernizadora.
En junio de 1954, fuerzas patrocinadas por la CIA estadounidense penetraron desde Honduras y depusieron a Árbenz
Lo demás es historia conocida. En junio de 1954, fuerzas patrocinadas por la CIA estadounidense penetraron desde Honduras y depusieron a Árbenz Guzmán, extremo que representó una regresión democrática para Guatemala y la polarización que, a la postre, significó una guerra civil de casi cuatro décadas que causó 250.000 muertos y 50.000 secuestrados-desaparecidos. Lo anterior provocó una política anticomunista a ultranza que prohibió todo tipo de expresiones políticas que estuvieran al margen de ese anticomunismo. “Se rompió un proceso de reforma agraria que la misma embajada de Estados Unidos consideró que no causó un impacto negativo en la producción”, concluye Linares.
Seis décadas después de la renuncia de Jacobo Árbenz, su figura sigue creando controversia en este país centroamericano. “Aunque hay elementos históricos suficientes para juzgar la figura de Jacobo Árbenz, todavía es un tema sumamente influido por las cargas ideológicas que marcan nuestra realidad”, señala el historiador José Cal.
“Las polémicas ideológicas provocadas por su derrocamiento todavía tienen vigencia, a pesar de los estudios realizados sobre ese periodo, con elementos históricos muy esclarecedores”, añade.
Cal concluye que el derrocamiento de Árbenz influye decisivamente en la historia contemporánea de Guatemala, en la medida en que “implicó la expansión de una ideología anticomunista que impidió el surgimiento de un sistema político lo suficientemente amplio con opciones de centro, que hubieran evitado la polarización que todavía existe”, afirma.
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