Los aeropuertos de Brasil luchan contra el reloj para la cita deportiva
El Gobierno trata de desvincular las obras de los aeropuertos del compromiso con el Mundial
El Mundial arranca el próximo 12 de junio, pero los aeropuertos de las 12 sedes todavía no están listos al 100%. Las autoridades brasileñas corren contra el reloj para llegar a la cita. Mientras, intentan explicar retrasos incomprensibles para la mayoría de la población. E insisten en que el objetivo primordial de las obras no es llegar a tiempo a la Copa del Mundo, sino dejar un valioso legado a los brasileños. La presidenta Dilma Rousseff asegura que los proyectos de ampliación de 270 aeropuertos no fueron motivados por el Mundial, aunque en 2012 el Gobierno lo anunció así.
Las autoridades también se han esforzado para explicar sucesivos problemas estructurales que han afectado algunos en los aeropuertos más importantes de Brasil. En los últimos meses, varios apagones se han producido en el aeropuerto internacional Antonio Carlos Jobim, de Río de Janeiro, conocido por los cariocas como Galeão. En una ocasión tuvo la culpa una mofeta. En otra se trató de una simple operación de mantenimiento de la red eléctrica. Semanas antes, la compañía eléctrica de Río (Light) y la autoridad aeroportuaria (Infraero) se culparon mutuamente, sin que nadie llegase a asumir la responsabilidad. Pero el Gobierno insiste en que la situación está totalmente controlada ante la Copa del Mundo.
El aeropuerto, que es la segunda mayor puerta de entrada de visitantes extranjeros a Brasil, fue privatizado en noviembre de 2013 con la intención de inyectar capital privado para su proyecto de modernización. Según varios expertos, la adjudicación se produjo demasiado tarde para llegar a tiempo al evento mundialista.
En el aeropuerto de Guarulhos (São Paulo), este sí la primera entrada de extranjeros en Brasil, se han invertido 2.200 millones de reales (728 millones de euros). La presidenta Dilma Rousseff inauguró el pasado martes la terminal 3 del aeropuerto. “Desde 2003 el número de pasajeros que pasan por nuestros aeropuertos al año saltó de 33 millones a 111 millones”, explicó.
La nueva terminal tendrá capacidad para albergar a 12 millones de usuarios al año y recibirá el 25% del flujo de los otros terminales, algo que ya se empezaba a notar el martes. “He pasado por las terminales 1 y 2 y las he visto muy alborotados. La nueva terminal está bastante más ordenada”, señaló Wevila Leal, de 26 años, antes de partir hacia Alemania.
El visitante puede encontrar muchas tiendas y opciones de alimentación en este nuevo espacio. En la sala de embarque, los asientos tienen enchufes para cargar móviles y portátiles. Sin embargo, la estructura aún presenta problemas, como la mala ubicación de los paneles informativos. La conexión a Internet también ya ha provocado algunas quejas: “El wifi debería ser ilimitado, la señal está abierta apenas durante 30 minutos”, lamentó Diogo Álvares, antes de regresar a Barcelona, donde vive.
Mientras que la nueva termina de São Paulo se esmera por lucir bien, el aeropuerto de Río es fácilmente identificable por sus instalaciones obsoletas y por carecer de unos servicios propios de la capital turística de Brasil. No existen áreas comerciales libres de impuestos equiparables a las de otros grandes aeropuertos y sus opciones gastronómicas se reducen a la mínima expresión. Los medios de transporte que lo conectan con la ciudad se limitan a varias cooperativas de taxi, que a veces cobran tarifas abusivas, y a cuatro líneas de autobús.
El ministro de Aviación Civil, Moreira Franco, admitió recientemente que la terminal 1 del aeropuerto de Río continuará en obras durante la Copa. Los visitantes que aterricen en Río repararán en que el aeropuerto de la principal sede mundialista estará poblado de andamios y áreas restringidas al paso en esa terminal. Tampoco se descartan los apagones, ya que una parte de la obra consiste justamente en modernizar el sistema eléctrico de la estructura. “Es un aeropuerto que no corresponde a una ciudad que va a albergar dos eventos de la envergadura de los Juegos Olímpicos y el Mundial. Y no lo digo por el tamaño, sino por las instalaciones que parecen haberse quedado ancladas en los ochenta”, se queja María Fernanda Giuliano, una argentina recién llegada a Brasil.
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