La soledad de la viuda de Pinochet
A sus 90 años, Lucía Hiriart vive sola y enclaustrada y no se sabe casi nada de ella Un libro desvela la influencia política que ejerció sobre el dictador, fallecido hace siete años
Lucía Hiriart de Pinochet sintió una profunda tristeza el pasado 8 de abril cuando se enteró de la muerte de Margaret Thatcher. Como nunca pudo dominar el inglés, llamó a un médico amigo para que le redactara una carta de condolencias. La viuda del dictador chileno admiraba a la ex primera ministra del Reino Unido, quien cultivó una amistad estrecha con su marido, que murió el 10 de diciembre de 2006.
“Nunca olvidaré su visita histórica el 26 de marzo de 1999 a Virginia Water. Ese sigue siendo el único momento luminoso en el recuerdo de aquellos días oscuros que pasamos en Wentworth, esperando poder regresar a Chile”, decía la misiva. La mujer se refería a los encuentros que sostuvieron la Dama de Hierro y Pinochet cuando el general tuvo que aguardar en Londres a la petición de extradición, por delitos contra la humanidad, hecha por el juez Baltazar Garzón. "Soy muy consciente de que fue usted quien llevó la democracia a Chile”, le dijo la inglesa en esa oportunidad frente a las cámaras de televisión.
Lucía Hiriart redactó la carta en una esquela para Margaret Thatcher y la envío a 10 Downing Street. El destinatario era el primer ministro británico David Cameron.
Casi nada se sabe en Chile de Lucía Hiriart de Pinochet, que a sus 90 años vive casi enclaustrada en su residencia de La Dehesa, una de las zonas más caras de Santiago. Desde que falleció su marido se sumergió en su mundo privado y los chilenos parecen haberla olvidado. Una biografía no autorizada que acaba de ser publicada en Chile desvela su rutina, aspectos desconocidos de su vida y la influencia política que ejerció sobre el dictador. El libro titulado Doña Lucía, de la periodista Alejandra Matus, desempolva la figura de mujer fuerte de la dictadura militar chilena que se prolongó entre 1973 y 1990.
La investigación relata que está lúcida, que pasa la mayor parte del tiempo en su habitación y que sigue viviendo un duelo largo por el fallecimiento de su marido y por el despojo de los privilegios y del poder. Sólo uno de sus cinco hijos –Marco Antonio- la visita con regularidad y está pendiente de su estado de salud. “Tras la muerte del patriarca, la familia se ha desintegrado, las visitas son escasas y Lucía se siente inmensamente sola”, señala el libro que se acaba de publicar en Chile y está entre los primeros en ventas.
Las comodidades que le proporciona el Ejército no son las mismas de antaño, revela Doña Lucía. Cocineros, choferes y escoltas transitaban por la residencia antes de la muerte de su esposo. Desde 2006, sin embargo, el personal se ha reducido a tres colaboradores: una persona para su asistencia personal, un auxiliar de servicio y un conductor que puede requerir de acuerdo a sus necesidades de traslado. Los procesos judiciales que embargaron los bienes de Pinochet –un caso conocido como Riggs- parecen haber afectado además las finanzas domésticas.
Los incondicionales a la familia son escasos y menos los que se atreven a defender la figura del dictador en público. La viuda resiente este alejamiento y está enfadada con la derecha. Tampoco ha gozado de buena salud: el 25 de mayo pasado tuvo que ser trasladada al Hospital Militar por un dolor agudo en el pecho. Lucía Hiriart, en definitiva, no es ni la sombra de aquella mujer de carácter fuerte, amante de los sombreros y los zapatos, que siempre empujó a Pinochet. Lo animó para que ascendiera en su carrera militar, le dio fuerzas para dar el golpe contra Allende y alimentó constantemente su deseo de perpetuarse en el poder.
De ascendencia vascofrancesa, Lucía Hiriart proveniente de una familia democrática y antimilitarista que conformó la elite política de comienzos del siglo XX. Hija de un senador, a los 16 años conoció a Pinochet, que en este entonces tenía 23. Era un militar sencillo que quedó embelesado con la muchacha. La relación no agradó a la familia de la joven y, según relata la periodista, la mujer no fue feliz durante los primeros años de matrimonio por las apreturas económicas - tan distantes a sus anhelos de infancia - y por las infidelidades de su esposo, que incluso estuvo a punto de dejarla cuando los hijos eran pequeños. A fines de los años 50, mientras la familia estaba destinada en Quito, el militar se enamoró de la ecuatoriana Piedad Noé, una mujer separada, liberal y artista.
“Ella no fue feliz con Pinochet sino hasta que llegó la dictadura y su esposo le pudo dar todo lo que ella siempre soñó”, relata la autora de Doña Lucía.
El propio Pinochet escribió en sus memorias que fue su esposa la que lo empujó a participar en el Golpe. “Una noche, mi mujer me llevó a la habitación donde dormían mis nietos y me dijo: “Ellos serán esclavos porque no has sido capaz de tomar una decisión’”, escribió el general en sus memorias Camino recorrido. Lucía no tuvo compasión, relata Alejandra Matus. La biografía no autorizada desvela que la dictadura afectó directamente a miembros de su familia: su propio padre estuvo en contra del régimen y una de sus primas fue víctima de la represión.
De especial talento político - bastante más fino que el de su marido - Lucía también hizo notar su influencia en la dictadura. “¡Hay que hacerlo sin contemplaciones!”, decía cada vez que se veía involucrada en las decisiones que debía tomar Pinochet, sin importarle dejarlo en entredicho frente a sus colaboradores. Lo explica Matus: “Los ministros intentaban que Pinochet resolviera todo antes de irse a la casa porque, si hablaba con Lucía por la noche, regresaba al día siguiente con todo cambiado”.
La Primera Dama del régimen imprimió su mirada personal de lo que debía ser Chile a través de CEMA, una red de centros de madres donde las mujeres pobres eran instruidas en diferentes oficios. Lucía Hiriart presidía la fundación y las esposas de los altos generales estaban a cargo de la dirección nacional. Con el paso de los años se transformó en su ejército femenino propio y su principal herramienta para darle a la dictadura un carácter de integrismo moral. “Ella estuvo muy influida por grupos de vertientes franquistas”, cuenta la autora.
En septiembre pasado se conmemoraron en Chile los 40 años del golpe de Estado de 1973, se produjo un revisionismo inédito por parte de la ciudadanía y la clase política, pero no se supo nada de la familia Pinochet. La viuda, en la soledad de su casa grande, trata de pasar inadvertida enfrascada en su duelo eterno. Sólo se le escucha decir: “Si Augusto estuviera aquí…”.
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