Desabastecimiento a precio de ganga
La fijación de precios máximos produce un exceso de demanda y una menor oferta, lo que se vuelve contra el consumidor
En la Polonia de los años setenta del pasado siglo, el Gobierno impuso al pan un precio máximo ridículo, inferior al precio del trigo necesario para hacerlo. El resultado fue que algunos granjeros alimentaban al ganado con pan en vez de con grano, según cuentan los hermanos Wonnacott en su manual de Economía. La relación entre los controles de precios y las distorsiones del mercado está bien documentada por los economistas, pero la Venezuela chavista se está convirtiendo en un laboratorio de prueba a gran escala de algunas de las teorías económicas clásicas. Para desgracia de los venezolanos.
Listas de espera interminables para comprar un coche, falta de papel higiénico, azúcar o leche en los supermercados, tiendas de Zara con los anaqueles vacíos, saqueos de electrodomésticos, colas, racionamiento... ¿Quién repondrá mercancía si se ve obligado a venderla a pérdidas? Venezuela camina con paso firme al desabastecimiento a precio de ganga por el camino de populistas controles de precios, consecuencia a su vez de un control de cambios que distorsiona toda la actividad económica.
La fijación de precios máximos produce un exceso de demanda y una menor oferta con el resultado paradójico de que una medida teóricamente dirigida a favorecer a los consumidores acaba volviéndose en su contra porque provoca que muchos se queden sin comprar lo que quieren. Además, con frecuencia, el resultado de los precios máximos es que los productos desaparecen de los canales de distribución habituales y empiezan a intercambiarse en mercados negros, de modo que solo están al alcance de quienes estén dispuestos a pagar más (o a quebrantar la ley).
Así ocurre ya con las divisas. La demanda de dólares al tipo de cambio oficial (6,3 bolívares por dólar) es enormemente superior a la oferta. Solo consiguen divisas a ese precio unos pocos privilegiados (normalmente cercanos al poder) o, en dosis de racionamiento cada vez mayor, quienes viajan al exterior o compran por internet en el extranjero. El resto tienen que comprar los dólares a un precio hasta 10 veces superior, lo que luego se traslada al precio de los bienes con que comercian. A tipo de cambio oficial, ningún país del mundo es tan caro como Venezuela, pero todo forma parte de la misma falacia.
La continua distorsión de la economía provoca que el precio de los coches usados supere al de los nuevos. Los nuevos se venden a precios regulados (lo que a su vez se traduce en un desabastecimiento sin parangón: es una odisea comprar un coche) mientras que en los segundos funcionaba, hasta ahora, el precio de mercado. Al presidente venezolano, Nicolás Maduro, no le parece que el problema esté en las trabas para lograr coches nuevos (cuya venta se ha desplomado por falta de oferta), así que ha decidido poner también controles en los de segunda mano.
Así, mientras China abraza el mercado, Venezuela se entrega a controles de precios propios de la era de la planificación soviética. Pero por mucho poder que le haya concedido la Asamblea Nacional para legislar por decreto, Maduro no puede derogar las leyes de la oferta y la demanda.
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