“El recuerdo de Tlatelolco es un motor de justicia”
Félix Hernández Gamundi, líder de la revuelta del 68 en México, evoca la protesta en el 45 aniversario de la matanza de estudiantes
La noche del 2 de octubre de 1968 Félix Hernández Gamundi, entonces estudiante de la Escuela Superior de Ingeniería Eléctrica y Mecánica del Instituto Politécnico Nacional, se encontraba en la quinta planta del edificio Chihuahua, sobre la plaza de Tlatelolco, al norte de la capital mexicana. Desde allí fue testigo de la matanza de estudiantes que puso el epílogo sangriento a las protestas contra el presidente Gustavo Díaz Ordaz, en vísperas de la apertura de los Juegos Olímpicos. Detenido aquella misma noche como activo participante del Comité Nacional de Huelga, fue encarcelado dos años y medio en la prisión de Lecumberri. Esta semana, 45 años después, ha sido el único líder de aquella revuelta en participar como orador en la conmemoración de la tragedia. Con la perspectiva del tiempo, Hernández Gamundi cree que los mexicanos no han olvidado aquellos acontecimientos, aunque denuncia una campaña para arrinconar su recuerdo, y considera que la lucha mereció la pena porque hizo que los ciudadanos se cuestionaran la sociedad “autoritaria, de partido único” en la que vivían.
Pregunta. Cuarenta y cinco años después es un lugar común decir que las generaciones más jóvenes no saben lo que fue la matanza de Tlatelolco.
Respuesta. No creo que se haya olvidado, aunque no hace falta conocer la historia al pie de la letra. El 2 de octubre ocurrió un hecho brutal que desnudó al Estado, y eso se recuerda. Lo que sí ha habido es una campaña para decir que todo ya pasó, para que no se castigue a los culpables, que todavía viven. Pero hay una memoria y esa memoria se ha constituido en motor de la justicia: cuanto más se recuerde más presionaremos a las instancias de poder.
R. En todo caso, ¿Cómo contaría al lector desinformado lo que fue la revuelta del 68?
P. Desde un punto de vista simple, fue un estallido social provocado por la intervención desafortunada de la policía en un conflicto insignificante, una riña callejera a partir de un partido de fútbol. Lo que hizo diferente aquel pleito fue que la policía lo resolvió con una agresión superlativa. Pero, lógicamente, se dio en un contexto social propicio. México venía de unas décadas pujantes, del llamado desarrollo estabilizador. Pero ese éxito económico se había agotado, habíamos perdido la autosuficiencia alimentaria. Y había habido otros conflictos: la huelga ferrocarrilera, la del magisterio, el asesinato del líder campesino Rubén Jaramillo … Y todos esos movimientos se había eliminado con represión. Además, se habían clausurado los internados del Politécnico, parte de la obra del general Cárdenas, que permitían que los hijos de los trabajadores sin recursos pudieran acceder a la educación. Digamos que la pradera estaba cubierta con un pasto seco y cualquier chispa era suficiente para incendiarla.
P. La matanza de Tlatelolco frenó la revuelta. Usted y otros líderes fueron encarcelados. Algunos, al salir de prisión, abandonaron el país. ¿Sirvió de algo el movimiento?
R. Absolutamente. Valió la pena, el riesgo, el sacrificio, la cárcel… todo salvo la pérdida de vidas. México cambió. Antes era un país sin posibilidades democráticas, de partido único, sin alternativas reales, la elección era un trámite burocrático sin sentido. Había dos personajes a los que no se podía contradecir: al presidente y a la virgen de Guadalupe. Ahora al presidente ya se le puede cuestionar. La protesta social era imposible si no tenías el permiso del Gobierno y el 68 tuvo la virtud de ganar los espacios, las plazas públicas para la expresión libre, sin tapujos. Los que mandan han cambiado muy poco, aunque algunos lugares como el DF se han convertido en espacio de libertades por la voluntad de la gente. Vivíamos en una sociedad autoritaria, también en las escuelas o en las familias, y hoy somos más intolerantes con ese autoritarismo, más demandantes de las obligaciones del Estado.
P. Usted pertenece al llamado Comité 68. ¿Es solo un grupo para recordar con nostalgia su juventud o les quedan asuntos por los que luchar?
R. Seguimos luchando, con demandas viejas y nuevas. Es muy lacerante que sigamos planteándonos cuestiones tan antiguas como la justicia ante la impunidad, porque el Estado ha sido omiso para atenderlas. Pero hay nuevos motivos para la protesta. En el 68 no había tanto problema para que los jóvenes accedieran a la educación superior y hoy cada vez se quedan más fuera, no por falta de capacidad, sino porque hay cupo limitado y no se les destinan recursos suficientes. En el campo, por ejemplo, hay una situación verdaderamente crítica, no hay futuro ni política adecuada y persiste la concentración insultante de riqueza. Antes no se contaban los votos, hoy sí, pero queremos entender la democracia como algo más amplio, también como igualdad para poder acceder a las posibilidades de desarrollo o a la cultura.
P. Dice que el 68 cambió México. ¿Cree que hay riesgo de involución?
R. Sí. Ahora de lo que se trata es de limitar el derecho de expresión. Y se criminaliza y desprestigia a determinados grupos, como los maestros. Hay una campaña de acallamiento, promoviendo la idea, desde medios masivos de comunicación, de que lo importante no es la participación, sino solo el esfuerzo individual. Que no hay que involucrarse en cuestiones colectivas. Nosotros, en cambio, invitamos a los jóvenes a que se organicen. No es solo tener el derecho a hacer política: es importante que comprendan que es necesario involucrarse. Y hay síntomas de un autoritarismo que vuelve, como el resurgimiento del cuerpo de granaderos, un instrumento intimidatorio para limitar la expresión de la sociedad disconforme.
P. En las marchas del pasado día 2 se produjeron incidentes violentos protagonizados por grupos de encapuchados, los denominados anarcos. ¿Le parece una forma válida de protesta?
R. La provocación no es nuestro instrumento y no puede formar parte de nuestras filas, de los que luchamos socialmente. En el 68 combatimos la brutalidad policiaca, pero no podemos decir aquello de “como ustedes la aplicaban, hemos ganado el derecho a usarla”. Hay que reconocer que desde hace varios años existe la práctica de infiltrar grupos de provocadores para desprestigiar las protestas. Pero la violencia no es nuestro argumento ni nuestra intención, y no debemos meternos en eso, porque al final pretendemos que estas marchas sean una oportunidad para que la gente se sume a la lucha con alegría.
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