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Columna
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Hacia el caos

Si el estado-nación se derrumba en Siria, cabe una 'wahabización' de consecuencias imprevisibles

Sami Naïr

Barack Obama ha decidido pedir al Congreso su autorización para bombardear Siria, tanto porque la negativa del Parlamento británico a apoyarle ha debilitado su postura como por su fracaso ante el Consejo de Seguridad. EE UU no ha declarado formalmente la guerra a Siria; la autorización que Obama requiere —y a su modo también François Hollande en Francia— es, por tanto, atacar un país soberano fuera de la legalidad internacional. La excusa es el supuesto uso de armas químicas por parte del Ejército de El Asad contra los insurgentes. Vladímir Putin, por su parte, espera el informe de los expertos de la ONU. Dice que aceptará la intervención si las pruebas son “convincentes”, pero subraya que es una hipótesis absurda, pues cree que El Asad no tiene ningún interés en utilizar estas armas al estarles ganando la batalla a los “terroristas”…

Todos los argumentos a favor y en contra de la intervención norteamericana son conocidos. Lo que sigue oculto es tanto el telón de fondo de la voluntad guerrera de EE UU como los objetivos a largo alcance de su estrategia. Primero: es obvio que la autorización que pide Obama le va a proporcionar, violando la ley internacional, la posibilidad de atacar un país extranjero, implicando a demócratas y a republicanos. En lo que respecta a la violación de la legalidad internacional, nada nuevo bajo el sol: desde el siglo XIX, EE UU ha repetido este patrón decenas de veces en América Latina y otras partes del mundo. Por otra parte, la posible autorización del Congreso americano convertirá a EE UU en un componente del conflicto entre los sirios, con las posteriores consecuencias que podemos prever. Sabemos que los “libertadores” desinteresados no existen.

Segundo: emerge así la alianza estratégica entre EE UU, Arabia Saudí —que ayuda en el terreno a los insurgentes— e Israel, que busca el debilitamiento del régimen alauí, principal aliado del enemigo número uno de Israel: Irán.

Tercero: si el estado-nación sirio se derrumba, surgirá automáticamente un nuevo arco suní, es decir, la wahabización de Siria frente al arco chií, que agrupa ahora a Irán, Irak y el sur del Líbano. La caída de El Asad significará el fin de las armas para los chiíes libaneses, el debilitamiento del Hamás palestino. Para Israel, será un golpe decisivo contra sus enemigos.

Cuarto: desde una perspectiva histórica, es impactante el hecho de que, después de la invasión de Kuwait por parte de Sadam Husein en 1990, EE UU y sus aliados no han dejado de actuar para debilitar y finalmente destrozar los estados-nación seculares árabes, nacidos a partir de 1950. Desde el fracaso del Egipto nacionalista de Nasser, hemos visto caer, siempre con la intervención de Occidente, Irak en 2003, Libia en 2012 y Sudán, que ha sido partido en dos. Ahora es el turno de Siria. El único Estado de esta categoría que sobrevive es Argelia. Y todo ello en nombre de la democracia y del derecho de injerencia humanitaria (específicamente occidental, pues nunca hemos visto a países débiles ejercerlo sobre los más fuertes).

Estos Estados solo son aceptables si actúan bajo las órdenes de las potencias occidentales, tal y como Sadam Husein hacía cuando estaba en guerra con Irán (los documentos desclasificados de la CIA revelan que esta organización facilitó el gas sarín a Irak para emplearlo contra los iraníes; también se sabe que en 2012 Reino Unido vendió este gas a El Asad). Sea lo que sea, se puede considerar que este objetivo de destruir los estados-nación más o menos progresistas, seculares y anti-imperiales ha tenido un gran éxito, que ha sido, además, incrementado por las propias aberraciones internas de estos estados.

Ahora, el gran problema regional para EE UU y sus aliados es Irán; puede que sea el objetivo oculto de la estrategia americano-wahabita en Siria, pues Irán quiere obtener armas nucleares. Lo cierto es que ningún país árabe de la región, empezando por Arabia Saudí y el Egipto de los militares, lo puede aceptar. Recordemos que los Hermanos Musulmanes egipcios perdieron el apoyo de Arabia Saudí cuando recibieron con todos los honores al entonces presidente iraní Ahmadineyad. ¿Será Siria solo un eslabón en la cadena que conduce a la guerra contra Irán? Se trataría de cortarle a este país el espacio, las alas, haciendo posible —si las negociaciones sobre su uso del material nuclear fracasan— una actuación militar de gran envergadura en su contra. Al caos iraquí, seguido por el desastre sirio, puede sucederle una guerra contra Irán. Y EE UU ya tiene el dedo en el gatillo.

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Sobre la firma

Sami Naïr
Es politólogo, especialista en geopolítica y migraciones. Autor de varios libros en castellano: La inmigración explicada a mi hija (2000), El imperio frente a la diversidad (2005), Y vendrán. Las migraciones en tiempos hostiles (2006), Europa mestiza (2012), Refugiados (2016) y Acompañando a Simone de Beauvoir: Mujeres, hombres, igualdad (2019).

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