Guerra en Siria: cita en Damasco
Obama se ha encerrado sin ayuda de nadie. Trazó una línea roja y luego trató de ganar tiempo
La vacilante diplomacia de Washington, tras amenazar repetidamente con la inminencia, ha dejado para más adelante el castigo a Damasco por su presunto empleo de armas químicas, a la espera de que el Congreso norteamericano apruebe el ataque. Y son tres los aspectos sobre los que determinar la propiedad y eficacia de unos bombardeos, hoy en el limbo, que son el legal, el moral y el político.
Legal. En 2007, el ahora presidente Barack Obama declaraba al Boston Globe que carecía de la autoridad para ordenar unilateralmente una operación militar "si no existía una amenaza real o inminente contra la nación", lo que nadie puede pretender que sea el caso. Obama sostiene, sin embargo, que no precisa el plácet del Congreso porque no pide que se vote una declaración de guerra, sino solo una acción militar limitada, y, aunque no lo diga, como emulación del premier británico David Cameron, que ha renunciado a hacerle de escudero porque los Comunes votaron en contra de la correría. Pero lo que vote el Congreso no tiene carácter de ley internacional, y sin una ratificación del Consejo de Seguridad —que Rusia vetaría— el estrago siriaco será patentemente ilegal.
Moral. Obama sostiene que una barbaridad como atacar a la población con armas prohibidas no puede pasarse por alto, con lo que no le queda otra alternativa que la represalia contra el Gobierno de Bachar el Asad. La medida solo tendría sentido, sin embargo, si hubiera una relación de causa efecto entre el bombardeo y la renuncia de quienes perpetraron la fechoría a recurrir de nuevo a ese arma atroz. Y de ello no puede haber garantía alguna. Aún más extravagante resulta, con todo, la advertencia presidencial de que la operación no pretende provocar la caída de El Asad, sino solo darle contundentemente en los nudillos, si se recuerda el número de veces que los líderes de Estados Unidos, Reino Unido y Francia han declarado que desean y persiguen el derrocamiento del dictador sirio.
Político. La realpolitik exige aquí un desapasionado balance de factores a favor y en contra. Primero. Se asegura que el modelo a seguir son los bombardeos sobre Serbia en 1999, que facilitaron la secesión de Kosovo, cuando las diferencias entre los Balcanes y el Próximo Oriente son definitivas, como ha subrayado Zbigniew Brzezinski, que no es precisamente un admirador del presidente sirio. Serbia estaba sola, Rusia había hecho saber que la vida de cualquiera de sus soldados era más valiosa que su relación con Belgrado, y la capacidad de hacer daño a Occidente de otro tirano, el yugoslavo Slobodan Milosevic, no iba más allá del insulto o la palabra soez. El Asad, diferentemente, está instalado en un medio extremadamente frágil y sus armas, químicas o físicas, regulares o guerrilleras, aunque estuvieran en último término condenadas a la derrota, podrían incendiar el vecindario mientras Occidente se dedicaba a aplastarlo. Segundo. El modelo al que, en realidad, se parecería la intervención occidental es el que tan desafortunadamente se practicó durante los años ochenta en Afganistán, donde se armó a una guerrilla antisoviética —los talibanes— con el resultado de que esa parte de Asia central se volviera contra Occidente, además de dar cobijo a una multinacional del terrorismo como Al Qaeda. Tercero. Si Rusia acabara perdiendo su cabeza de puente en Siria, una nueva guerra fría podría estar en puertas. Y cuarto. Si la sanción aérea era lo bastante intensa como para debilitar seriamente al régimen, se estaría contribuyendo al establecimiento en Damasco de un Gobierno islamista, con la participación de Al Qaeda, que es la punta de lanza de la rebelión. Y ¿cómo se entiende que se celebre más o menos veladamente en Europa y EE UU que el Ejército egipcio haya salido al paso de la Hermandad Musulmana, para alentar el triunfo de esa misma fuerza en Siria?
Barack Obama se ha encerrado sin ayuda de nadie en un cul de sac. Trazó una línea roja —el uso de armas químicas— que no se podía franquear sin tener que atenerse a las consecuencias y una vez traspasado ese límite ha remoloneado tratando de ganar tiempo, hasta que los Comunes le han permitido retrasar el ataque más allá del próximo día 9, en que vuelve a reunirse el Congreso. Obama buscará el apoyo de las Cámaras porque otra cosa sería muestra insufrible de debilidad, e incluso podría bombardear con un voto en contra. Pero que tenga que hacerlo para salvar la cara parece mucho más motivo que razón.
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