_
_
_
_
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Assange II

Snowden ha hecho a la Administración de Obama un daño que puede ser irreparable

Lo más grave de la operación de ciberespionaje norteamericano no es que Washington traicionara la presunta confianza de amigos y aliados, sino la envergadura de carácter potencialmente psiquiátrico con que se ha llevado a cabo. La canciller alemana, Angela Merkel, seguro que tuvo que fingir sorpresa al hacerse público que Estados Unidos espiaba a diestro y siniestro, porque no ignora que el líder de Occidente tiene sobrados motivos para espiar al principal país europeo, cuya alianza le interesa bastante más que la vetusta relación especial con el primo británico. Y cuanto más amigo y aliado, más necesario es el espionaje, porque, para exigir un comportamiento satisfactorio del otro, hay que saber de qué pie cojea.

Lo sorprendente es el gigantesco esfuerzo, posiblemente subproducto del atentado de las Torres Gemelas, que ha desplegado la NSA norteamericana, los miles de millones de correos y llamadas telefónicas procesadas para que nada significativo escape a su vigilancia. Tantos han sido los auscultados, que aquellos a quienes la operación haya pasado por alto pueden sentirse excluidos del Gotha de las preocupaciones norteamericanas. Y un agente autónomo, con uno de los siete millones de ordenadores que manejan los servicios de información de Washington, Edward Snowden, de filiación política desconocida, le ha hecho un daño que el tiempo puede revelar irreparable a la Administración del presidente Obama, mostrando al mundo cómo se espían urbi et orbi, carraspeos y respiraciones, insomnios y festividades nocturnas. Eso es lo que tiene que haber dejado estupefacta a la señora Merkel; no que la espíen a ella, sino a su ama de llaves.

Y como ocurrió con Julian Assange —el australiano que lleva más de un año encarcelado en la Embajada ecuatoriana de Londres—, la opinión mundial y la justicia de EE UU están juzgando ya al analista, que desde el 23 de junio pernocta en la zona de tránsito de un aeropuerto moscovita, acusado por Washington de divulgar secretos de Estado. La posición norteamericana es perfectamente comprensible, porque si no actúa contra su excontratista, y el ejemplo cunde con la aparición de enésimos Assange, las comunicaciones oficiales a través del ciberespacio —y no solo de Estados Unidos— pueden llegar a ser virtualmente imposibles. Pero la opinión, tanto en Europa como en América Latina, donde se encuentran los países más afectados por la operación, ve las cosas de forma diferente.

El propio Snowden está preparando su defensa ante ese areópago universal, y para ello ha desempolvado una declaración de los tribunales aliados que juzgaron al régimen nazi en Nuremberg (1945), donde se dice: "Los individuos tienen deberes internacionales que trascienden a la obligación nacional de obediencia. Y, con ello, el deber de transgredir el ordenamiento jurídico de su país, para impedir que se perpetren crímenes contra la paz y la humanidad". Hay una diferencia, sin embargo, entre el Holocausto y espiar por teléfono. El especialista de la NSA incluye, igualmente, en su argumentario una referencia a la Declaración Universal de Derechos Humanos de la ONU: "Nadie deberá sufrir interferencia arbitraria sobre su intimidad, familia, hogar o correspondencia"; pero en este caso solo se trata de una jaculatoria sin fuerza de ley. Y en una conferencia de prensa que dio la semana pasada en el aeropuerto justificaba su conducta diciendo que había puesto lo que sabía "en conocimiento del público, para que todo lo que le afecte se discuta a la luz del día", razón por la que pedía "al mundo justicia". El disgusto de la opinión en los países espiados es de tal magnitud que, especialmente en Europa, limita la capacidad de olvido de Gobiernos que lo que más desean es reconciliarse cuanto antes con Washington, y en América Latina refuerza, en cambio, las posiciones del bolivarianismo.

El descomunal avance de las comunicaciones hace virtualmente imposible que el Estado pueda garantizar de manera absoluta la lealtad o servidumbre del número creciente de operadores necesarios para controlar ese piélago de mensajes. Es como si la tecnología se hubiera vengado de quien más se sirve de ella, añadiendo a la manipulación informática un curioso elemento de carácter libertario, la posibilidad de que un operador aislado pueda hacer la guerra por su cuenta.

Estamos en un impasse: Snowden, pendiente de una condena o absolución, siquiera de carácter moral, en un limbo moscovita, sin medio conocido de viajar a un país-refugio como Venezuela, Bolivia o Nicaragua, que le han ofrecido asilo, y sin los medios para hacerlo efectivo. Solo una legislación internacional de obligado cumplimiento, hoy impensable, resolvería el problema.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_